Carles Alfaro: "'Vania' retrata el drama de mi generación profesional"
Un acercamiento al Chéjov más cómico en Atchúusss!!! le valió a Carles Alfaro (Valencia, 1960) el Premio Ceres a la Mejor Dirección en el pasado Festival de Mérida. Ya entonces andaba barruntando este Vania, adaptación del clásico chejoviano en la que Alfaro pone el foco más en los personajes que en el conjunto que conforman. "Los personajes son incapaces de gestionar el presente y llegan a no vivir la vida, sino vidas secundarias, todas ellas cautivas de las decisiones tomadas en el pasado y que hipotecan su futuro". Eso provoca en ellos una mirada nostálgica y frustrada al pasado, a lo que pudo haber sido y no es. En este punto, en la nostalgia de un pasado irrecuperable, el director establece un paralelismo entre los personajes y su generación de artistas teatrales valencianos, unos compañeros "injustamente olvidados y ninguneados. Quería que tuvieran la posibilidad de expresar la sensación de mirar atrás y ver que la vida no te ha correspondido como esperabas".
Pregunta.- Tras Atchúusss!!! y el Chéjov cómico, aborda ahora una obra de tono muy distinto como esta adaptación de Tío Vania, ¿por qué seguir con Chéjov y por qué esta obra?
Respuesta.- Cuando comienzas a adentrarte en el universo de un autor, como en este caso Chéjov, realmente vas sumando y aprendiendo con él, y se generan nuevas inquietudes y nuevas lecturas. En este caso, la elección de hacer Vania surge de la necesidad de volver a retomar, después de un paréntesis de 11 años, la compañía Moma Teatre, de intentar reencontrarme con una profesión y unos compañeros que han estado muy olvidados y abandonados. Chejov habla en Vania de una situación muy similar a la de mi generación profesional. Llegamos al ecuador de la vida y nos damos cuenta de que ciertas elecciones o decisiones tomadas en un momento determinado, que crearon unas expectativas, no se han cumplido. Y de pronto un día, de una manera inmisericorde, despiertas, y te das cuenta además que el último tren acaba de pasar ya.
P.- ¿De la versión que dirigió en 2008 a la de hoy qué cosas han cambiado?
R.- Para empezar he cambiado yo. También ha cambiado mi relación con Chéjov, especialmente el enfoque. Ésta es un adaptación que busca condensar la tensión en la familia, reflexionar sobre qué ocurre cuando en un pequeño ecosistema se producen unas interdependencias que en principio parecen fortalecer y unir a esa familia pero que al ocurrir un simple suceso, esa relación interfamiliar muy estable y que justificaba la situación vital de cada uno se va desintegrando paso a paso, como un castillo de naipes. Y todo se desparrama. Por eso el enfoque no se centra en la contextualización que genera ese ecosistema, sino que es más un viaje interior de estos personajes. Es la representación de un cataclismo familiar y el desatar esa jauría humana me ha interesado sobremanera.
P.- ¿Establece entonces un paralelismo entre esa familia y esa generación de actores que han visto pasar el tiempo sin recoger los frutos y sienten cierta insatisfacción?
R.- Sí que existe ese paralelismo. En Valencia en estos momentos, después de 30 años, se vuelve a perder una generación de artistas. Una generación de enorme talento, pero que lleva varios años de mal en peor, sin oferta ni pública ni privada de teatro ni de audiovisual, porque ya ni existe un canal público. De modo que las personas que alguna vez decidieron quedarse han pagado un alto precio. Este era un tema que me parecía que podía ser transitado o evocado de una manera muy justa por esta generación.
P.- ¿Pretende la obra buscar culpables o la culpa es algo común, propio de cada uno?
R.- En esta obra Chéjov no alecciona ni hace un juicio moral de nada, porque el hacerlo sería buscar una coartada. Uno necesita culpables a excepción de uno mismo, pero muy pocas veces se apela a la autocrítica o a la responsabilidad. El tema de la obra es fundamentalmente el paso del tiempo y cómo el paso del tiempo es inexorable e implacable. Es decir, si tú no has invertido, no recogerás. Pero invertir tú, no invertir para otro, como ocurre con el personaje de Vania. ¿Hasta qué punto también hay en él un autoengaño? Evidentemente tiene motivos para sentirse engañado, pero también tiene razón su madre cuando le achaca que debería hablar menos y hacer más. ¿Hasta qué punto no se ha escondido en ese delegar el sentido de su existencia hacia otro ser para no asumir él su propia vida? Nosotros mismos podemos admitir que nos hemos refugiado en ciertas coartadas. Hoy en día quien más y quien menos está en esa tesitura.
P.- Con esta visión pesimista, ¿por qué refunda la compañía? ¿Cómo se mantiene la fe?
R.- Cuando uno se va a Médicos sin Fronteras, o a las ONGs que van a lugares duros de alguna manera, hay unos tests que tiene que pasar, porque tú no puedes ir ahí a redimirte o a solucionar tu conciencia. Tienes que mostrar estar capacitado para aguantar, y para hacerlo no puedes buscar justificación o rédito a la acción que estás haciendo. Uno tiene que hacerlo porque cree que tiene que hacerlo, no porque eso se le justifique de alguna manera. Yo quiero hacer este espectáculo pero no porque lo pida Valencia, sino porque yo me lo pido, y creo que uno se tiene que significar en la vida. De hecho ya he tratado de levantar proyectos en el pasado, pero ha sido absolutamente imposible. Ahora ha habido un cambio supuestamente esperanzador y he querido de alguna manera aportar algo.
P.- Habla del cambio ocurrido en Valencia a nivel político. Quizá es pronto para hablar de un cambio real, pero, ¿se aprecia por lo menos una voluntad de revertir la situación?
R.- Voluntad hay, pero ocurre que en el caso de Valencia son casi 30 años de no experiencia de la oposición, en este caso de la izquierda que ahora ha ganado. De la noche al día no es posible tanto cambio como uno ansía, pero también es verdad que en momentos de crisis como los actuales hay que tener audacia. Hay esperanza. La sociedad valenciana no va a ser excesivamente autocondescendiente porque ha entendido que no es cuestión de izquierdas o derechas sino de respeto, lógica y rigor. Es necesario que los políticos se signifiquen y digan qué proyecto creen ellos que puede ser ilusionante para la sociedad. En este sentido la novedad es una situación esperanzadora, pero tampoco es ningún cheque en blanco.
P.- Precisamente habla de proyecto, de algo concreto, una de las claves que siempre usted reclama, ¿existe ya algún proyecto cultural?
R.- Un proyecto concreto es para mí el quid de la cuestión. Se trata de ser capaces de hacer algo pensando en el medio largo plazo y no en soluciones de escaparate. Darle racionalidad a los proyectos en lugar de ofrecer solamente dinero. Buscar la inversión y no el gasto. Estoy harto de que desde la profesión no seamos capaces de hacer entender que aquí no somos unos mantenidos, somos unos profesionales de un sector que crea mayor porcentaje del PIB que todas las ayudas que recibe, por lo tanto generamos riqueza.
P.- Entonces, falta quizá el que la sociedad aprecie la cultura como un sector productivo?
R.- Exactamente. Creo que en ese sentido nos hemos vendido mal. Hemos dicho que la cultura es necesaria porque más allá del rendimiento económico supone rendimiento social, que claro que lo supone, pero eso parece ser que no le interesa a nadie. Entonces hablemos el mismo lenguaje que los que nos critican y digamos que la cultura tiene también un rendimiento económico. Hablemos claro. Aquí se produce más de lo que se gasta, con lo cual estamos creando una riqueza. Si seguimos así al final el sector dejará de generar, porque estamos llegando a unos mínimos de condiciones y a unos máximos de obstáculos. La política ha diezmado el tejido industrial de la cultura y puede terminar por hacer desaparecer el sector.
P.- Lleva ya tiempo conviviendo con Chéjov, ¿con este Vania ha agotado al autor o seguirá trabajando con él?
R.- En estos momentos creo que he acabado un ciclo. Tras esta obra tengo proyectos que van en otra dirección porque hay un punto de manierismo en el que no quiero caer y necesito entrar en otros universos. De momento no puedo contar nada, porque he estado tan obcecado con esto que todavía debo reubicarme. Tengo intenciones, pero todavía no están traducidas de manera clara.