Samanta Schweblin
La escritora argentina publica Siete casas vacías (Páginas de Espumas), premio Ribera de Duero de Narrativa Breve. Este sábado firmará ejemplares en la Feria del Libro.
Pregunta.- ¿En qué cuentistas se mira?
Respuesta.- Bioy Casares y di Benedetto son dos de mis autores más admirados, con esta literatura fantástica rioplatense que se mueve en mundos cotidianos. Y me gusta mucho la escuela norteamericana; son narradores con un control absoluto de lo que quieren decir. Eso es algo que intento replicar cuando escribo: la precisión, la intensidad.
P.- El famoso manejo de las elipsis, ¿es la técnica principal que ha de manejar un escritor de relatos?
R.- La elipsis es algo muy delicado. Y diría que es lo que más trabajo lleva. A veces parece que es simplemente recortar cosas y que el lector se lo tiene que imaginar. Pero es todo lo contrario. Cuando un escritor escribe, lo hace en el papel y en la cabeza del lector, y lo que va en la cabeza del lector ha de estar programado también. Por eso los grandes cuentos piden grandes lectores, y eso es lo más lindo.
P.- Una vez dijo que usted sería la lectora ideal de sus cuentos. ¿A qué se refería?
R.- ¡Pero eso suena muy pretencioso! Yo ni siquiera soy buena lectora, me distraigo mucho. Eso lo dije porque cuando yo escribo necesito escribir como lectora y que el texto me genere tensión; si en el momento en que escribo el texto no me entrega lo que me entregaría un cuento que me gustaría leer, lo dejo.
P.- ¿Y necesita olvidarse de los cuentos para enfrentarse a ellos con distancia?
R.- Sí, por supuesto. Pero ocurre también que tantos años de taller, de tomar y dar, hacen que esos tiempos se acorten. Antes tenía de verdad que olvidarme del texto. Creo que una de las herramientas más grandes que te da un taller es aprender a leer lo que realmente está escrito. Esperar dos meses ya no es tan necesario.
P.- ¿Se aprende a escribir?
R.- Sí y no. Se aprende el oficio, y las herramientas. Pero hace falta, para ser buen escritor, una mirada muy personal del mundo. Y eso no te lo da el taller. La buena noticia es que a veces uno cree que no tiene esa mirada, pero si de verdad trabaja mucho y aprende a leerse y a pensarse, esa mirada puede aparecer.
P.- En sus cuentos no hay referencias geográficas, ¿las considera innecesarias?
R.- Sí, es que creo que eso le sobra a los textos, es ruido. Mis cuentos siempre están en el conurbano bonaerense, que es donde nací. En una ciudad en la que hay veredas con césped, casas grandes, piletas...
P.- Vive en Berlín, ¿escribirá algún cuento que transcurra allí?
R.- Tendría que haber algo que justificase que fuera en Berlín, porque mi mundo sigue siendo Latinoamérica. Vivo como extranjera en Berlín, que es algo muy saludable para la escritura. Nada me pertenece, los problemas no son míos, no me involucro mucho con la política, con la ciudad. Mi mundo interior crece y gano tiempo. Para mí Berlín es como un estudio. Lo bueno de esto es que me he vuelto muy productiva, pero lo malo del estudio es que no te da nada a cambio, no te pasa nada. Así que en algún momento tienes que cerrar el estudio y volver a casa.
P.- ¿Le molesta que le pregunten una y otra vez que por qué el cuento en lugar de la novela?
R.- Me acostumbré. Borges, cuando le preguntaban por qué el cuento y no la novela, respondía que por qué el cuento y no la poesía, o la dramaturgia... son cuestiones de mercado. Es un prejuicio muy equivocado eso de que si no escribes una novela no puedes llegar a ser un escritor por lo menos con lectores. Hasta Distancia de rescate había escrito solo dos libros de cuentos, y me había ido muy bien. Nunca tuve interés en escribir novela. Distancia de rescate es, de hecho, un cuento muy largo publicado en un formato de novela.
P.- Chéjov decía que cuando se ponía a escribir novela le quedaban todas las páginas apretadísimas, como si fueran pequeños relatos. ¿Tiene usted un vicio semejante?
R.- ¡Ese es un buen vicio! La vida entera de David Grossman es un ladrillo de 800 páginas al que no le sobra una coma. Es una maravilla. Estaríamos hablando muy mal de la novela si dijéramos que tienden todas al relleno.
P.- ¿Siente que el mundo editorial es injusto con las mujeres?
R.- Tengo mucho miedo a seguir perteneciendo a un mundo aparte. Creo que hablar de literatura general y de literatura escrita por mujeres es un modo de seguir poniendo a las mujeres aparte. En literatura lo que hay que hacer es escribir bien y después las cosas se ordenan por decantación. Cuando cito a los autores norteamericanos que me fascinan, por ejemplo, soy consciente de que estoy citando a veinte autores varones y a Flannery O'Connor, y esto, estoy segura, no se debe a que los hombres escribieran mejor, sino a que los hombres eran quienes podían publicar. Seguro que ha habido muchísimas pérdidas en el camino, escritoras fenomenales, y eso es un crimen y es nuestro trabajo rescatarlas. Pero ese es un trabajo hacia atrás, creo que hoy ya escriben más mujeres que hombres y ya leen más mujeres que hombres, así que se trata solo de una cuestión de compromiso con la escritura, de escribir bien.