[caption id="attachment_682" width="510"] Richard Linklater y James Benning[/caption]
Ver y escuchar. Evidentemente, eso es lo que propone el cine. Pero esto que es una obviedad, hay que recordarlo de vez en cuando a los espectadores. Y también a los directores. Cuántas películas realmente necesitan ser vistas para poder entenderlas o seguir su historia. Solo con la banda de audio bastaría, pues las imágenes no aportan nada relevante, son apenas una “ilustración” de la historia. Es una suerte de “cine hablado” o “cine radiofónico”. Se dice que las películas se ven, y por eso nos olvidamos que las películas también se escuchan. Pero cuántos filmes sacan provecho del enorme potencial de la banda de sonido, cuántos entienden el audio como una herramienta no subsidiara de las imágenes y los diálogos, sino con una autonomía expresiva propia.
“Looking and Listening”. Así se titula el taller que impartirá el cineasta James Benning la semana que viene en Madrid. Sus creaciones más recientes han podido verse a lo largo de este mes en La Casa Encendida, en un ciclo que terminará con la visita del autor americano. Benning es una leyenda del cine underground norteamericano, un genuino francotirador que siempre ha trabajado en los márgenes, representante del estructuralismo de los años setenta y la experimentación fílmica (en celuloide y en digital), que sobre todo se ha centrado en el arte del paisajismo y en explorar la temporalidad del cine entendida como experiencia. Sus películas están hechas en su mayoría de largas secuencias que invitan a la contemplación, convirtiendo la pantalla de cine en una verdadera ventana al mundo que respeta la experiencia del tiempo real y la mirada estática, de minuciosa composición, casi pictórica. Planos concebidos como cuadros vivientes.
Ver y escuchar. Desarrollar la paciencia. Prestar atención. Afilar los sentidos y, sobre todo, vivir el momento presente. El desafío romántico que proponen sus filmes es casi idealista, sobre todo en estos tiempos tomados por el estímulo fugaz y la poética de la fragmentación. Pero, al mismo tiempo, su desafío al espectador contemporáneo apunta a la misma esencia del cine. “¿Cuándo han observado un paisaje durante diez minutos sin interrupción?”, pregunta Richard Linklater al público en un acto de presentación de las películas de Benning. Lo vemos en el filme Double Play: James Benning and Richard Linklater (2013), el retrato de dos cineastas con mucho más en común de lo que dicta la apariencia, dirigido por Gabe Klinger y premiado en el Festival de Venecia. Irónicamente, la experiencia contemplativa que no nos permitimos en la “vida real”, es lo que nos invita a hacer Benning en películas como Ten Skies (2005) y 13 Lakes (2005).
[caption id="attachment_683" width="510"] 13 Lakes de James Benning[/caption]
En One Way Boogie Woogie (1978), una de sus obras más poderosas, los sesenta planos tenían una duración exacta de un minuto. Años después, en One Way Boogie Woogie / 27 Years Later (2012), regresó a esos mismos lugares de Milwaukee, repitió los mismos planos con la misma duración y en ocasiones filmó a las mismas personas. Se trata obviamente de un cine conceptual (y extraordinariamente materialista al mismo tiempo), pero ese concepto –modelar el tiempo, tratar de apresarlo– es también sobre el que ha venido trabajando Linklater en su trilogía de Jesse y Céline y, sobre todo, en Boyhood. El encuentro entre Benning y Linklater que propicia Kingler revela uno de esos casos en los que el cine de vanguardia y el cine popular mantienen un diálogo y se alimentan entre sí, pero sobre todo nos permiten establecer claros vínculos entre las preocupaciones de ambos cineastas y comprender que la búsqueda esencial de sus obras no están tan alejadas como podríamos imaginar. De hecho, las influencias del cine de Benning se manifiestan en múltiples propuestas del cine de autor contemporáneo, un “cine del vacío”, minimalista, que apela al valor del tiempo y a la capacidad de la imagen para capturar lo aleatorio: Gus Van Sant (Gerry), Lisandro Alonso (Los muertos), Abbas Kiarostami (Ten y Five) o incluso Michael Haneke (71 fragmentos para una cronología del azar).
El ciclo de La Casa Encendida, comisariado por Gonzalo de Pedro, se centra en el periodo digital de Benning, que ha dado un nuevo empuje a su filmografía. Una película como Easy Rider (17 de marzo), por ejemplo, pertenece a una serie de relecturas de películas del pasado, sean propias o ajenas. Si revisitó su film One Way Boogie Woogie, buscando el contraste entre el celuloide y el digital, aquí se ocupa de visitar los paisajes donde se rodó el clásico de la contracultura dirigido por Dennis Hopper y poniéndolos en relación con audios de la película. Un ejercicio similar, por doble partida, es la deconstrucción que hizo de la película Faces de John Cassavetes, mientras que en Fuck Me (Orange) y Youtube Trilogy (24 de marzo) experimenta con imágenes encontradas en Internet. El rostro humano ha venido a ocupar un nuevo interés en el trabajo de Benning desde su conversión al digital, como puede comprobarse también en Twenty Cigarettes (25 de marzo), donde retrata a diversas personas de distintos países durante el tiempo que tardan en fumarse un cigarro.
Hasta hace unos años la obra de Benning era prácticamente inaccesible, tesoros secretos que había que descubrir en festivales o filmotecas (en España pudieron verse ciclos de sus películas en el Zinebi de Bilbao, en el Festival Punto de Vista de Pamplona o en Centro Galego de Artes da Imaxe), en gran medida porque la proyección en sala cinematográfica (especialmente sus trabajos en 16 milímetros) forma parte indisociable de la experiencia del visionado. Pero recientemente el cineasta de Wisconsin, con el apoyo del Film Museum de Australia, ha emprendido la labor de digitalizar sus 30 años de filmografía y preservarlos en DVD (a la venta aquí), de manera que su obra podrá encontrar a partir de ahora nuevos espectadores. Otras miradas más profanas, no necesariamente familiarizadas con la creación experimental, descubrirán acaso en en el cine de Benning cómo la estimulación sensorial y la belleza de sus películas conviven con su deseo de entregarse a la contemplación, con el ansia de sentir la cadencia del paso del tiempo en el interior de las imágenes. O si lo prefieren, todavía mejor, aún puede disfrutarse del ciclo en La Casa Encendida.