John Banville. Foto: Javier Barbancho
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Eterno insatisfecho, Mister Black lanza estos días Órdenes sagradas (Alfaguara), una novela en la que vuelve al Dublín de su infancia y juventud con un viejo cómplice, el enigmático forense Quirke.
Un siempre amable Banville confiesa que se siente casi desbordado, enredado en mil proyectos: prepara una serie de televisión sobre la familia Guinnes, trabaja en la adaptación de una obra de Simenon y en un libro de fotografías de un amigo sobre el Dublín de su juventud que será “un libro de memorias de mi yo más joven, lo que significa que me estoy haciendo realmente viejo”, bromea. También promociona su último noir publicado en España, Órdenes sagradas (Alfaguara), en la que recupera a Quirke, el forense irlandés que protagoniza la mayoría de las novelas que firma como Benjamin Black.
"Las novelas de Banville son más ambiciosas. Black es el más modesto de los dos, pero Banville aborrece sus libros, así que…"
Lo cierto es que, sin llegar a ser un autor demediado, el irlandés habla con soltura del extraño caso del Doctor Banville y Mister Black, así que la primera pregunta, a quemarropa, es inevitable: ¿quién de los dos es mejor escritor? Y Banville dispara su respuesta:
-Son tan diferentes que me resulta imposible compararlos. Las novelas de Banville son más ambiciosas, ya que se afanan por ser obras de arte, mientras que Black se siente plenamente feliz siendo un simple artesano y elaborando sus novelas lo mejor que sabe. Le confieso que yo hubiera sido muy feliz como maestro carpintero, por ejemplo, o como relojero, pues amo los objetos bien hechos, intrincados. Black es el más modesto de los dos, pero Banville aborrece sus libros, así que...
-Creo que incluso sus ritmos de escritura son distintos...
-Sí, Black es muy rápido comparado con Banville, pero muy lento frente a Simenon, que podía terminar una novela en diez días más o menos. Black tarda tres meses...
“Una pena y una vergüenza”
Banville, en cambio, es más lento aún. Y tarda al menos unos tres años en acabar cada novela, mientras escribe muy lentamente, apenas unas pocas palabras cada día, y corrige sin cesar. Tanto que cuando hace poco terminó una de sus obras, pasó toda una mañana revisando un solo párrafo.
-¿De verdad cree que una frase siempre puede ser mejor? ¿Su trabajo no termina jamás?
-Nunca. Todo lo que hacemos siempre se puede hacer mejor. En realidad, uno nunca termina nada, sólo lo abandona. Eso es especialmente cierto cuando hablamos de arte, como observó Paul Valéry. O como escribió Samuel Beckett, en lo que se ha convertido ya en un cliché-Beckett, “Fracasa de nuevo. Fracasa mejor”
-¿Por qué es tan autocrítico?
-Qué quiere, mis libros como Banville son una pena y una vergüenza. Esto no significa que yo crea que son malos -no es asunto mío decir si lo son o no-, sólo que no son lo suficientemente buenos para mí, y nunca lo serán. La búsqueda de la perfección es interminable. Se cuenta que Henry James en su lecho de muerte, en coma, tenía la mano derecha como si sostuviera una pluma y la moviera sobre el papel, escribiendo fantasmalmente al borde de la muerte. Espero que lo consiguiera, en el momento final.
La conversación con Banville se ilustra a menudo así, con anécdotas de escritores, con citas de libros... De hecho, confiesa que no recuerda cuando comenzó a leer porque se recuerda leyendo desde siempre, pero que fue a los doce años cuando comprendió que no podía dedicarse sino a escribir. Sin géneros ni etiquetas, eso sí.
"Se puede hacer una escritura maravillosa en cualquier género. Odio la clasificación de la literatura por tipos y etiquetas"
-Desde luego: para mí sólo existen dos clases de escritura, buena y mala. Cuando compré nuestro primer lavavajillas, el manual de instrucciones estaba redactado con un inglés tan nítido y claro que lo guardé durante años como un modelo de buena prosa. Se puede hacer una escritura maravillosa en cualquier género. Además, odio la clasificación de la literatura por tipos y etiquetas.
-Entonces, su librería ideal...
-....tendría los volúmenes organizados sólo por orden alfabético, por lo que no habría estanterías de ficción, filosofía, historia, pornografía o novelas de suspense, etc., sino que todo estaría mezclado. ¡Imagine la aventura que sería entrar en una librería así!
-Tengo entendido que comenzó a escribir novela negra empujado por su admiración a Simenon, pero en realidad le robó a Chandler, y no al belga, un personaje emblemático, Marlowe, en La rubia de ojos negros. ¿A cuál de los dos prefiere?
-Son tan diferentes que no se pueden comparar. Simenon es el gran realista, mientras que Chandler es la quintaesencia del desencantado romántico. Ambos son maravillosos escritores. Pero si me viera obligado a elegir -¿realmente es necesario?-, escogería a Simenon.
Dublín, años 50
-Órdenes sagradas, el último caso de Quirke, arranca en el Dublín de los años 50, en un momento en el que los periódicos eran censurados y se ocultaban crímenes atroces.
-Bueno, así eran las cosas entonces. Quizá por eso elegí precisamente esa época, porque proporciona el ambiente perfecto para el noir: había un montón de pecados, un montón de secretos, de bebida y los personajes parecen ahogados por el humo del cigarrillo y la niebla.
-Tras el éxito de su noir anterior, La rubia de ojos negros, puede sorprender al lector que haya abandonado a Marlowe para recuperar a Quirke. ¿Quizá es que lo conoce mejor que al detective de Chandler?
-En realidad, creo que un solo libro de Marlowe es suficiente para mí. Nunca tuve la intención de escribir más. Sin embargo, su pregunta es interesante; no se me había ocurrido nunca, la verdad. Creo que conozco mejor, más íntimamente, a Marlowe que a Quirke, aunque haya escrito de éste media docena de novelas y sólo una de aquél. Marlowe es, como su creador, un romántico de corazón vulnerable, a pesar de que trata de mantenerlo oculto. Quirke, por el contrario, es un enigma incluso para mí.
-Pero el mundo de Quirke es su propio mundo, el de su infancia y juventud, ¿no?
-Desde luego. Parte de la diversión de escribir las novelas de Quirke es que puedo volver a mí mismo tal como era a los diez años o así, y puedo excavar en mi memoria para ver qué tesoros soy capaz de descubrir. Por supuesto, en los años 50 Irlanda era pobre, económicamente desde luego, pero sobre todo pobre de espíritu. Entonces no nos dábamos cuenta, pero estábamos apresados por una ideología de hierro, la Iglesia Católica, de la misma manera que la Europa del Este estaba esclavizada por el comunismo. Como denunció el gran historiador Hugh Trevor-Roper, el comunismo y el catolicismo no son más que dos caras de la misma moneda.
"Antes de 2008, Europa avanzaba silenciosamente hacia la federación; ahora el viejo chauvinismo y la paranoia están en ascenso"
-Tampoco Europa atraviesa ahora su mejor momento.
-Vivimos momentos muy peligrosos. Se intuye tanto como en la década de 1930 debieron sentirlo los observadores que no estaban cegados por las ideologías enloquecidas de la época. El resurgimiento del nacionalismo es el fenómeno actual más preocupante y deprimente. Antes del desplome económico de 2008, Europa estaba avanzando silenciosamente hacia la federación; ahora el viejo chauvinismo y la paranoia están una vez más en ascenso. En cuanto a Estados Unidos, esa nación maravillosa y extensa, hermosa y generosa y de gran corazón, parece estar perdiéndose en luchas intestinas. Y luego, por supuesto, está el fascismo islamista. Temo por el mundo que mis nietos heredarán.
-¿Está la libertad en peligro por culpa del terrorismo fundamentalista?
-Lo siento, soy un artista, no un comentarista político, ¿qué puedo decir? Sé lo mismo sobre esos temas que un fontanero o un neurocirujano. De todos modos, voy a tratar de responder. No me importan mucho las libertades si las comparo con la pérdida de una vida. El terrorismo se alimenta de publicidad. Si hubiera una prohibición general en todo el mundo para silenciar los actos terroristas durante un año, el terrorismo terminaría. ¿Se imagina lo encantados que estaban los yihadistas ante el espectáculo de todos esos millones que se manifestaron en París tras la atrocidad de Charlie Hebdo? “¡Mira qué efecto hemos tenido! ¡Vamos a hacerlo de nuevo, sólo que esta vez tiene que ser más grande, más sangriento, más terrible, más cruel!”
-De todas formas, ¿puede Occidente sentirse inocente?
-Por supuesto que no somos inocentes. Ninguna nación o alianza de naciones lo es.
Abandonamos ya las preguntas políticas, con evidente alivio del irlandés, que prefiere volver a la escritura aunque sea para hablar de uno de sus lados más polémicos, el de la crítica, que él mismo ejerció y ejerce en el Irish Press y el New York Review of Books. Allí se ganó la inquina de sus “víctimas”, como Ian McEwan por una crítica demoledora de Sábado, lo que hizo que ahora sólo comente los libros que le gustan. Y no lee las dedicadas a sus obras jamás: “No. Trabajo demasiado en ellas y sé sus fallos. La verdad es que no tengo ningún interés en lo que los reseñadores tienen que decir de mis novelas. Las críticas son para los lectores, no para el escritor. Además, nadie podría ser más crítico con mi trabajo que yo. Y en cuanto a las críticas favorables, nunca me las creería”.
El crítico criticado
-Bueno, ejerza entonces de crítico televisivo. ¿Qué le pareció Quirke (2013), la serie basada en su personaje y protagonizada por Gabriel Byrne?
-Me gustó mucho: estaba bien hecha, muy bien interpretada y ambientada. Resulta siempre muy emocionante escuchar y contemplar algo que tú has escrito, ver cómo un ser de carne y hueso interpreta tus propias palabras. No sé si sabe que fui uno de los guionistas de la serie, pero una de las etapas más emocionantes de hacer un guión es cuando se está rodando el filme y descubres cómo de repente, poco a poco, las relaciones entre los personajes se transforman y cambian como en un caleidoscopio.