La amargura es uno de esos acompañamientos de la vida que a uno le gustaría dejarse en el plato. Y sin embargo, si es un poeta el que se sienta a la mesa, la antipática guarnición puede propiciar una vigorosa energía poética que desencadene versos magníficos como los de Los Desengaños. Ahora que nuestros críticos lo han elegido mejor poemario del año, casi un año después, aprovechemos para saciar nuestra curiosidad. ¿Cómo resultó la digestión?
-Los desengaños nació de un desencanto doble -personal y ciudadano- ¿Hoy acentuaría o atenuaría algo?
-Así fueron llegando los poemas, desde una intemperie de doble vía. De algunos de esos versos han pasado ya casi tres años y nada ha ido a mejor. Me refiero a los que apuntan a la atmósfera social, los que apelan a un yo colectivo, los que no esquivan el desconcierto (y el desafecto) ante una realidad a la que nos han empujado y hasta la que nos hemos dejado empujar con impúdica mansedumbre. La poesía no es sólo un cobijo, sino el lugar donde uno encuentra la llama de su entusiasmo, de sus porqués, de sus demonios. No es una forma de escapar, sino de estar más adentro en las cosas, más firme y consciente. Es uno de los modos de la rebeldía, de no aceptar lo irremediable... Otra cosa son los poemas de desamor (o de ausencia) que dan cuerpo también a Los desengaños. Esa zona íntima responde a mi biografía y a mis quebrantos. En eso mi vida tiene hoy otra melodía. Regresó la dulzura, la complicidad, un vitalismo renovado, un entusiasmo. En cualquier caso, de todos Los desengaños el más real soy yo. Por las cosas que no supe hacer mejor, por las que no aprendí a cambiar, por las que no entendí a tiempo.
-¿Una vez que se descubre que “vivir no es regresar/ sino un perderse con conciencia de naufragio” hay vuelta atrás?
-No suelo creer en las vueltas atrás. Igual que no me atraen las cautelas preventivas, ni el guardar para mañana, ni la nostalgia sin más. Vivir es dar pasos sucesivos, en todas direcciones. Arriesgar, equivocarse, desaprender, estar perdido. Y, a veces, acertar con el camino. Creo en lo que dicen esos versos. No siempre, pero poco a poco, se cumplen. Eso es lo incalculable de la poesía, su capacidad de hacernos comprender lo que no sabíamos que estaba, lo que no sabemos que sabíamos, lo que sentimos sin explicación.
-Palabra, identidad y vitalismo se citan en Los desengaños. ¿Abre aquí una senda a sus versos futuros?
-Resulta difícil especular con el itinerario de los poemas que están en marcha. Como escribo sin luz al final del túnel, no sé qué vendrá ahora. Si se da algún cambio será imprevisto. Sólo sé escribir de un modo: con arrebato. Escribo porque no sé decir las cosas de otra forma. Y tampoco quiero.
-Los mundos contrarios, obtuvo el premio Ciudad de Melilla; Los desengaños, el Loewe. ¿Publicar poesía y encontrar lectores sin un premio es misión imposible?
-Claro que no. De hecho se publican más libros de poesía en España sin premio. Y algunos realmente excelentes. Pienso en Nocturno casi, de Lorenzo Oliván. En Temperatura voz, de Mariano Peyrou. En las cosas de Julieta Valero. En Combustión, de Marcos Díez. En lo próximo de Carlos Pardo, que ya veréis. Y tantos otros. Eso entre los poetas de mi promoción. Los premios dan la posibilidad de publicar a ‘fecha fija', lo que alivia esperas. Y, más allá de lo económico, ayudan a dar visibilidad a los poemas.
-Si la poesía y el periodismo son “mundos tan contrarios”, ¿sus reportajes y entrevistas los hacen gravitar juntos?
-Nunca intenté hacer del periodismo nada poético, ni acercar la poesía excesivamente al periodismo. Lo más seductor es escribir con diapasón propio.
-¿Cómo hacer de la poesía “tan necesaria como el pan de cada día”?
-La poesía es necesaria, aunque muchos no se den cuenta. Otra cosa es que arrastremos unos planes de estudio catastróficos donde se enseña la literatura como quien exhibe un muestrario de normas y nombres. Si leyésemos más seríamos mejores. Mejor armados contra la humillación. Más conscientes de la libertad individual. Más dispuestos para el placer. La poesía es un lanzallamas, una brújula, una navaja suiza, un “voy contigo”. ¿Quién no necesita algo de todo eso?