Ignacio Peyró
"Lo inglés no estaba hecho para degradarse, sino para envejecer"
15 diciembre, 2014 01:00Ignacio Peyró
El periodista publica Pompa y Circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa, una enciclopedia con más de 400 entradas para entender la cultura británica
Pregunta.- En la introducción dice que antes se pensaba que lo británico era sinónimo de perfección y bien hacer. ¿En qué ha cambiado nuestra percepción hoy en día?
Respuesta.- A comienzos del siglo XX, según leemos en los diarios de Alan Clark, el Rolls Royce, por ejemplo, tenía no pocas similitudes, no pocos recuerdos de los grandes barcos de la Armada. Hoy, Rolls Royce no es una marca de propiedad inglesa. Lo mismo pasa con el antaño mítico cachemir escocés, ahora todo en manos foráneas. La misma apertura y la misma globalización que llevó por el mundo tantas mercaderías británicas o asimiladas -whisky, té, tabacos, aguas de olor- ha hecho posible este fenómeno. ¿Qué camisero corta hoy sus camisas en Jermyn Street? Aun así, en casi todo lo inglés todavía persiste eso que se dijo de un arma británica: "tiene un aspecto improbable, inmanejable y arriesgado, pero funciona". Quizá, ante todo, la nota fundamental es casi un rasgo espiritual: lo inglés no estaba hecho para degradarse, sino para envejecer.
P.- ¿En qué momento cambia ese anglocentrismo?
R.- Gran Bretaña alcanza el mediodía de su eminencia moral, digamos, con la actitud heroica del pueblo británico durante la Segunda Guerra Mundial. Después, todo conspira para poner un tope al prestigio inglés. Ahí pueden citarse el auge de nuevos poderes, la mengua geopolítica que implica el fin del Imperio, la pérdida de liderazgo en el proyecto europeo, la culpa colonial... Y, ante todo, las penurias de la posguerra y la redefinición de los valores en los años sesenta y setenta, que hicieron insostenible el mantenimiento de unas formas de vida tradicionales -precisamente las que admiraba el resto del mundo- que hoy son, en buena parte, un 'piccolo mondo antico'.
P.- Hoy en día sigue habiendo mucho anglófilo y anglófobo... todo en una misma persona. Suena contradictorio, y lo es. ¿A qué cree que puede deberse este fenómeno?
R.- Todo gran país ha tenido su leyenda negra y su leyenda rosa. En Inglaterra se da una curiosa paradoja: anglófobos como Napoleón, el káiser Guillermo o los nazis han sido grandes propagandistas de las virtudes de lo inglés, en tanto que no pocos anglómanos han dado a la estima de lo inglés la carga de agravio del esnobismo.
P.- Hay cosas universales que siguen vigentes en los británicos: la puntualidad, el té, lo gentleman pero, como en toda cultura, también tienen sus puntos flojos. ¿Cuáles destacaría?
R.- De puertas adentro, allí siempre se vivió con cierto trauma la creencia de que la música o la pintura inglesas no estaban a la altura de lo que podría haberse esperado. De puertas afuera, casi todas las naciones han reprochado a Inglaterra lo que señaló el anglófilo Maurois: su "inmensa indiferencia" hacia el juicio de los otros.
P.- Resulta curioso, por otro lado, que en el Reino Unido no haya una Constitución. ¿Hay algo en términos políticos de lo que España debería aprender respecto a Inglaterra?
R.- En la Restauración y la Transición, con la institucionalización de sendas monarquías parlamentarias, España conoce dos momentos, por así decir, muy británicos. Por supuesto, cualquier país puede aprender de otro, pero -democracias avanzadas y socios en Europa-, hoy no cabe ninguna mirada de inferioridad, honestamente lo creo, hacia lo inglés. Sí merece un gran respeto el apego de los británicos por sus instituciones, o el hecho, como dijo Augusto Assía, de que Inglaterra haya convertido sus propias contradicciones "en eslabón de su unidad, haciéndola comodín para el juego de la convivencia, la transacción y la armonía".
P.- Es un volumen completo para un público ecléctico, desde los iniciados hasta los expertos en cultura inglesa. Además, escrito con toques de humor al estilo british. ¿Cómo ha sido la configuración del diccionario?
R.- Vaya por delante que uno controla su intención, no el resultado. En cuanto a la intención, he querido un libro amable, ameno, con no poco anecdotario, que guste al profano y no ofenda al cátedro. Un libro que pueda abrirse por cualquier página para comenzar a leer. También he buscado afanosamente el equilibrio, de ahí que haya entradas más largas, más cortas, más sesudas o más ligeras. De haber salido las cosas como uno quería, al final, las entradas se suman como teselas de un mosaico para que nos quede un aire o una cierta idea de lo inglés. En todo caso, el mayor trabajo -inevitable en este 'libro de libros'- ha sido el de documentación y bibliografía, donde honestamente creo que he tenido el rigor más fastidioso del que he sido capaz. Lo ideal sería que esa dureza, digamos, de la erudición, se hubiera trasladado, a modo de cortesía, con una prosa placentera.
P.- La cultura inglesa se erige por su politeness, el cultivo de la vida interior, la privacidad, su humor ácido y la erudición. Hay países que le guardan simpatías y otros muchos, odio. A España no le gusta mucho Inglaterra, a Francia mucho menos. ¿Cuál sería la razón de estos enfrentamientos?
R.- Por tradición, la mirada británica al continente pasa por luchar contra grandes hegemonías que puedan amenazarla. Eso lo han sabido bien España, Francia o Alemania. Si con España hubo un desencuentro tan político como metafísico -la identidad inglesa como oposición al llamado papismo-, en el caso francés, la vecindad añade tensión a la diferencia de tradiciones intelectuales, legales y religiosas, entre otras. Dicho esto, si ha habido batallas, también ha habido ententes cordiales. Y hoy, pese a todo, el proyecto europeo como ámbito de suma y cooperación -y también de concordia histórica.
P.- ¿Cómo ha sido la selección de términos? ¿Cuánto tiempo le ha llevado hilvanarlo?
R.- Tras una lista inicial, hubo cribas y adiciones. En todo caso, creo que, en este volumen, resultan casi más importantes para orientarse las veintitantas páginas de índice onomástico que las cerca de cuatrocientas entradas. Han sido dos años de trabajo.
P.- En cuanto a la música, supongo que aún sigue siendo la cuna
R.- Un crítico alemán dijo que Inglaterra era "el país sin música" y, desde entonces, como ha dicho Boris Johnson, los ingleses "no se han recuperado" del vituperio. Por supuesto, es injusto, si uno escucha a Dowland o a Purcell, pensar que no hay música inglesa; e incluso con Elgar, Britten o Vaughan Williams, habrá algo definitivamente "muy inglés" en esa música. De todos modos, la gran tradición musical inglesa es la del amateurismo y la participación... algo que viene de los himnos del XIX y que llega hasta el brit pop.
P.- ¿Qué ha descubierto de la cultura inglesa que desconociera hasta el momento de elaborar el libro?
R.- Más que descubrir, creo que he ahondado con gran enriquecimiento personal en algunos temas importantes. La tolerancia como forma mentis. La referencia de la libertad no a nociones abstractas, sino a vivencias y experiencias concretas, arraigadas. La relevancia del carácter en la política. La propia necesidad de la política. El apego a las instituciones. La libertad interior como fuente para el arte y el pensamiento. La apertura por la cual una cultura puede importar y asimilar el curry o el arte pompeyano y hacerlos propios. La importancia de una educación basada en la literacy. La necesidad de la mirada al pasado como clave de continuidad. Y la búsqueda, como gran propósito nacional, de clases dirigentes intachables. Todo esto, como ideas de fondo, entre otras muchas cosas.
P.- ¿Qué términos son los más atractivos? Y, ¿los que menos?
R.- Creo que la única entrada que he escrito un poco a contracorazón, por esos apegos y desapegos que tenemos todos, es la de Hitchcock. Sería ideal que algunas entradas de temas o personas bien conocidas -Londres, Churchill- hicieran aun así su aportación. En términos de documentación, quizá las materias más exigentes han sido las relativas a las clases sociales, la aristocracia y sus costumbres y complicaciones, y todo lo que tiene que ver con el siempre mitificado campo inglés. Confieso una cierta predilección por el punto en que trato a los exiliados españoles en Inglaterra, que son una página hermosísima en la historia sentimental que hermana a ambos países.