Juan Villoro
"No hay nada más equivocado que pensar que somos normales"
14 octubre, 2014 02:00Jan Villoro. Foto: Doménec Umbert
El escritor acaba de publicar su último libro, ¿Hay vida en la Tierra?, un compendio de 100 relatos donde analiza el misterio de ser mexicano
Pregunta.- ¿Hay vida en la Tierra? es su último libro de relatos. ¿De dónde surge la idea de reunir 100 historias sobre mexicanos?
Respuesta.- Cuando era niño, la gran pregunta que nos hacíamos era si habría vida en Marte, el planeta con más posibilidades de tener vida inteligente. Estaban de moda las canciones y las películas sobre los marcianos. Hoy en día llevamos una existencia espectral que en buena medida ocurre en la realidad virtual, las pantallas, los cajeros automáticos donde somos representados por un PIN y una contraseña. La vida es, más que nunca, lo que sucede mientras hacemos otras cosas. Quise explorar si aún existen los misterios de la vida cotidiana.
P.- ¿Son muchas las diferencias entre los mexicanos y otros latinoamericanos?
R.- El libro es un cuadro de costumbres del país donde vivo, pero muchas de ellas se aplican a otros países. Los teléfonos móviles e Internet han cambiado los protocolos del amor en todo el mundo. Pero hay ciertos textos donde me ocupo de algunas especificidades mexicanas, como los placeres que son sumamente molestos, el estruendo de los mariachis, la eternidad de la burocracia y la creencia de que la impuntualidad es una virtud mística.
P.- En un artículo que escribió dijo lo siguiente: "El calendario es un juego de la oca donde toca descansar a la fuerza". ¿Hay que tomarse la vida como un juego?
R.- Me llama la atención que ciertos 'placeres' sean obligatorios. Los domingos pueden ser muy deprimentes y la Navidad suele congregar a familiares que preferiríamos evitar, pero en forma misteriosa insistimos en cumplir con ciertas 'diversiones' que en realidad son refinadas formas del castigo. El libro se ocupa de ese tipo de paradojas.
P.- ¿Y la literatura?
R.- ¿Hay vida en la Tierra? combina recursos del artículo periodístico y la ficción, lo que Millás llama 'articuentos'. Muchas de las cosas que me suceden en la vida cotidiana me parecen irritantes o decepcionantes. Lo extraño es que, al convertirse en pequeños relatos, adquieren un sentido y se vuelven disfrutables. Me gustaría que el libro fuera un botiquín de primeros auxilios para sobrellevar la realidad.
P.- En el primer relato, ¿Aquí venden lupas? Escribe: "Si la medida del éxito es el tiempo de emigración, hay que reconocer que toda vuelta equivale a una derrota".
R.- Cuando te vas del país, la gente piensa que lograste algo. Aunque ellos no piensen en irse, eso les parece positivo. Por lo tanto, el regreso tiene algo de derrota: algo malo te pasó en otro sitio para que prefieras volver al lugar de siempre. El tema empieza con Ulises, que al volver a Itaca sólo es reconocido por un perro.
P.- La vida, al fin y al cabo, es un juego de apariencias, ¿no?
R.- La vida es un malentendido que no siempre desciframos.
P.- Resulta sumamente irónico el momento en el que se pide un capuchino. Probablemente todos nos podamos sentir identificados con ese momento. ¿Cómo lo vivió? Se podría extrapolar a otros muchos aspectos de la vida.
R.-Una de las cosas más peculiares de la comida 'exprés' es que te lleva a barrocos intercambios. De pronto, se considera 'lujoso', que te ofrezcan variantes excesivas para el café de siempre. Me sorprendió mucho que en un país como España, con gran cultura de café, Starbucks triunfara de inmediato. Lo mismo pasa ahora en Colombia. Una de las cosas que esa cadena agrega a nuestro mundo es la dificultad de acceso a las cosas de siempre. Todo se llama de otro modo y se puede servir en formas inimaginables. Esto genera una ilusión de abundancia y plenitud que justifica el elevado precio. Lo que más me ha interesado es que el diálogo con los dependientes puede ser un teatro del absurdo. Les hablas en un idioma y te contestan en otro, que extrañamente suena a castellano. El texto al que aludes es la combinación de tres diálogos reales en cafeterías 'exprés'.
P.- Tal vez uno de los relatos más interesantes, que hace alusión a un tema candente, sea el de la belleza y la sonrisa. El pequeño imperfecto que convierte una sonrisa en especial. Va en contra del canon de belleza establecido hoy en día, en el que nos dicen que tenemos que ser perfectos. Es hora de cambiarlo, ¿qué opina?
R.- Estoy de acuerdo. Vivimos en una tiranía de la belleza que tiende a uniformar criterios; el atractivo de una persona depende de un criterio estadístico. Es "guapa" si puede cautivar a la mayoría de la población. Lo curioso es que los defectos singularizan y otorgan personalidad. Una sonrisa perfecta es ideal para anunciar un dentífrico. Una sonrisa con un diente desviado, cuando una historia que sólo ella conoce.
P.- Emplea las historias pequeñas del día a día para hablar de temas universales y los eleva al nivel de cómo lo rutinario se convierte en tradición. ¿Cuál es ese proceso de transformación?
R.- Me gusta mucho lo que dices. Lo ordinario pasa ante nosotros como algo que carece de toda trascendencia. Sin embargo, la calle donde vivimos puede ser tan significativa como Jerusalén o la Grecia clásica. Si miras con atención, la rutina se convierte en leyenda y mitología. No hay nada más equivocado que pensar que somos normales.
P.- El humor y la ironía son ingredientes clave en estos relatos. ¿Cree que muchas veces tenemos una carencia de sentido del humor, que no nos reímos lo suficiente de nosotros mismos?
R.- En ocasiones se piensa que el humor es una evasión que te aleja de la realidad. Cuando se dice que un autor es 'divertido', rara vez se piensa que es profundo. Sin embargo, como decía mi maestro Augusto Monterroso, el verdadero cometido del humorista es hacer pensar y, a veces, hasta hacer reír. La ironía permite sobrellevar en forma crítica una realidad incómoda. No todo es perfecto, pero te puedes reír de eso.