Elegida por la revista 'Cahiers du cinéma' como la mejor película de 2013, hoy se estrena en nuestras salas 'El desconocido del lago', un drama erótico-criminal en el contexto de la subcultura gay que fascinó a la crítica en el Festival de Cannes, donde su autor Alain Giraudie fue galardonado con el premio al Mejor Director en la sección Un Certain Regard.
El cruising como actividad homosexual entre hombres no es ciertamente algo nuevo en el cine. De hecho, es todo un subgénero desde aquella película de 1980 protagonizada por Al Pacino y titulada, precisamente, Cruising (A la caza, se tituló en España), dirigida por William Friedkin. El cruising como actividad sexual y social es lo que recorre el largometraje que tiene rendida a la cinefilia desde su presentación en Cannes, El desconocido del lago, cuyo director Alain Guiraudie se llevó el premio a Mejor Director (en la sección Un Certain Regard). Nominada a ocho Premios César, ha sido considerada por la revista Cahiers du Cinéma la Mejor Película de 2013. Desde luego, el filme propone una aventura cinematográfica inmune a cualquier intransigencia, un thriller físico y emocional que transcurre en un solo espacio –un lago que es un paraíso del cruising–, donde la subcultura gay y el drama criminal se entrecruzan y retroalimentan. Como en A pleno sol (1960, René Clément), El cuchillo en el agua (1962, Roman Polanski) o Calma tensa (1989, Phillip Noyce), esta memorable película combina perturbadoramente la lascivia y el crimen, el calor y la pasión, la avaricia y el sexo, la luz y la oscuridad, los espacios abiertos y la claustrofobia.
Guiraudie hace gala de una mirada extrema hacia sus personajes, hombres que buscan sexo anónimo en espacios públicos, centrando su relato en la intimidad que desarrolla Franck (Pierre Deladonchamps) con dos hombres. Con Henri (Patrick d’Assumçao) mantiene una relación de amistad platónica, y con Michel (Christophe Paou), el objeto de deseo de toda la playa, se embarca en una intensa y descontrolada pasión. Franck no puede alejarse de él. Ni siquiera al ser testigo de cómo Michel asesina a su compañero en el lago, cuando el sol se oculta y cree que ya todo el mundo ha abandonado el lugar. Franck tampoco puede delatarle, ni siquiera cuando un curioso detective, que parece salido de una película de Melville, se pasea por las inmediaciones del lago interrogando a sus visitantes. El filme se desliza suavemente de la crónica gay al drama criminal y después al thriller pscicológico. El suspense opresivo se cocina en un entorno bucólico. En la belleza habita la perversión.
El espectador desde luego debe aclimatarse al aspecto y el ritmo de la película, cuya dilatación temporal es una de sus grandes armas. El filme sigue sus propias normas no solo en el tratamiento de los espacios y el empleo del tiempo, que parece ralentizado, sino en el retrato de personajes que adquieren complejidad a partir de lo banal. Guiraudie filma los cuerpos y sus fricciones de forma impulsiva y extremadamente física, sin juicios y sin sensacionalismos, como lo haría un entomólogo detrás de la cámara, normalizando como ninguna película lo ha hecho antes las prácticas sexuales entre gays (con secuencias totalmente explícitas y que, descontextualizadas de la trama, califican directamente como cine pornográfico), al tiempo que desestabiliza las convenciones narrativas relacionadas con la sociabilidad, la banalidad del crimen, los celos, la discreción, etc. Pocas veces podemos decir con tanta certeza que estamos frente a una película realmente insólita (hipnótica) en su planteamiento y en su ejecución.
Guiraudie retrata con aparente naturalidad y extrema precisión un universo tomado por el deseo y la soledad, al tiempo que sumerge al espectador en un lenguaje cinematográfico que va mucho más allá del mero ejercicio de estilo. Solo rueda en exteriores, con luz natural y un puñado de localizaciones, todas en las inmediaciones del lago. Apenas emplea primeros planos o música, confía más en composiciones generales y en los sonidos del ambiente natural, como el viento y las olas, etc. La acción transcurre a lo largo de diez días, y cada día está señalado con el mismo plano del protagonista llegando en coche y aparcando junto al lago. Por descontado, en el reparto solo hay hombres. Bajo estas premisas formales, que el cineasta se autoimpone y cumple rigurosamente, podríamos pensar que la película se convierte en un dispositivo hermético (y de hecho, lo es), pero ocurre más bien lo contrario: una de las grandes singularidades del filme es que transmite una extraordinaria sensación de libertad creativa, como si el director estuviera en cierto modo inventando su propio lenguaje cinematográfico, óbice especialemente al cine gay que le precede, empeñado en “redimir” la condición sexual de sus personajes.
Aunque no es muy conocido más allá del circuito de festivales, lo cierto es que Guiraudie ha construido en diez años un corpus fílmico extraordinariamente particular y cohesionado, mostrando un especial interés por los desequilibrios interiores de personajes que se mueven siempre en espacios exteriores, seres en busca de una identidad y un lugar. La soledad del homosexual y los ambientes rurales del suroeste francés son otras dos constantes en su filmografía. Es uno de los cineastas preferidos en Cannes, donde ya en 2003 presentó Pas de repos pour les braves, protagonizada por un adolescente convencido de que si duerme, morirá; y en 2009 realizó El rey de la evasión, sobre un tipo cuya vida homosexual ya no le resulta satisfactoria y decide probar la heterosexualidad. No sabemos si es porque parte de premisas narrativas tan simples como ambiguas, o por el humor negro y el tono semionírico que estilan, pero todos sus filmes se ofrecen como ‘ofnis’ (objetos fílmicos no identificables) con una capacidad de seducción fuera de toda norma. Por eso hay que celebrar que El desconocido del lago, su sexto y mejor largometraje, se estrene hoy en salas comerciales.