Conceptos fronterizos
[caption id="attachment_270" width="150"] Javier Bardem[/caption]
Leemos noticias que no dejan de alertarnos sobre la influencia que algunas series de televisión ejercen en la sociedad. Las hay desde las más bizarras a las más dramáticas. Por ejemplo, parece ser que desde el estreno de El tiempo entre costuras –serie que ven más de cuatro millones de españoles– ha aumentado la venta de máquinas de coser un 135%. Es una tontería significativa. Otra serie de efectos los ha generado, al menos en parte, la enorme repercusión de Breaking Bad. Al parecer, los carteles mexicanos están comprando los favores de militares y civiles asentados en la frontera para que hagan el trabajo sucio en territorio prohibido. Y la producción interna de droga en Estados Unidos, con la participación de población hasta ahora completamente ajena al narcotráfico tradicional, se ha multiplicado de forma alarmante. ¿Los efectos de Walter White? Puede ser, pero también de la alta tasa de paro, y de la lucha contra la droga en países exportadores como México, Colombia y Jamaica.
La onda expansiva de Breaking Bad, que nos ha brindado durante cinco años la falsa impresión de que podemos pensar (y hasta sentir) como Walter White, parece en determinados casos haber cruzado la barrera de la ficción, pero lo cierto es que el cine norteamericano ha encontrado un filón en su capacidad para saciar las fantasías criminales de la población común. La ficción repercute en la propia ficción. Películas como Los próximos tres días (Paul Haggis), No es ciudad para viejos (Hermanos Coen), Salvajes (Oliver Stone) y, ahora, El consejero (Ridley Scott) insisten en la noción de que la frontera entre el mundo civilizado y ordenado (en el que la mayoría de nosotros pensamos que vivimos) y un mundo donde no hay reglas y las cosas más aberrantes acontecen con absoluta normalidad es una frontera muy frágil. Este concepto fronterizo es en determinados casos también el que separa lo ficticio de lo real.
El novelista Cormac McCarthy cosechó su fama internacional precisamente con la llamada “Trilogía de la Frontera” –Todos los hermosos caballos, En la frontera y Ciudades de la llanura–, no solo porque las historias acontecen en las tierras que separan México de Estados Unidos (mítico lugar de tránsito de la ficción norteamericana), sino porque todas ellas juegan con esa atractiva idea de que el más común y mortal de los hombres, llevado por la ambición, la necesidad o la mera fantasía, puede convertirse en apenas un suspiro en una pieza más de la red del narcotráfico y el crimen, sea como ejecutor o víctima (o ambas cosas), para descubrir que de esa red simplemente no hay salida. Otro estreno reciente como Heli, de Amat Escalante, también aborda esta cuestión forzando los límites de lo soportable. En su primer guión cinematográfico, El consejero, McCarthy sigue explorando esta idea, y es precisamente el guion (que presta más atención a los personajes que a la accidentada trama), junto al reparto de estrellas (Michael Fassbdender, Javier Bardem, Brad Pitt, Penélope Cruz y Cameron Diaz), lo más reseñable de un filme en el que Ridley Scott pone una vez más el modo automático detrás de la cámara.
[caption id="attachment_271" width="450"] Fassbender y Cruz[/caption]
El personaje interpretado por Javier Bardem en otra de sus piruetas de camuflaje casi carnavalesco es, obviamente, un narcotraficante mexicano con conexiones en Estados Unidos. En una conversación con su abogado norteamericano (Fassbender), que ha decidido a aventurarse por primera vez a entrar en el negocio de la droga, le advierte: “La cuestión es que puedes pensar que hay cosas que esta gente no es capaz de hacer, pero no las hay”. A continuación le explica un nuevo método de asesinato adoptado por los carteles, un artilugio mecánico de decapitación infalible llamado “bolito”. Obviamente, tendremos ocasión de comprobar su letal y sanguinario funcionamiento. La banalidad de la violencia y su automatismo en el entorno donde, con una inocencia que se arriesga a ser inverosímil, el abogado enamorado de Penélope Cruz se adentra, actúa a lo largo del filme como una fuerza invisible pero papable, destinada a imprimir toda la tensión del desarrollo dramático.
Quizá porque el espectador contemporáneo ya ha asimilado esa violencia en pantalla como algo recurrente y hasta trivial, quizá porque las motivaciones del “consejero” (en verdad un abogado) no son lo suficientemente claras como para preocuparnos por su destino (al contrario de Walter White), quizá porque son tantos los lugares comunes que la película se resiste a esquivar, el gran problema del El consejero es que la pretendida tensión no escala ni a la cuarta parte de la que podemos sentir en un capítulo de Breaking Bad.