Ramón Andrés (Pamplona, 1955) comenzó su actividad profesional como cantante de repertorio medieval y renacentista pero desde 1988 ha dedicado su vida a escribir sobre literatura y música y a diferentes proyectos del mundo editorial. Entre sus obras sobre música encontramos diccionarios, reflexiones, estudios y escritos que parten de la antigüedad para trazar un sendero de asombroso conocimiento a partir del oído. Tras el Diccionario de música, mitología, magia y religión, nos llega El luthier de Delft, una obra que se adentra en la música (aunque también en el arte y la ciencia) de la floreciente cultura neerlandesa del siglo XVII.
Pregunta.- ¿Cuáles fueron sus pretensiones a la hora de afrontar este libro?
Respuesta.- Mostrar la naturalidad con que la ciencia, el arte y el pensamiento podían vincularse en una época en la que todo esto no estaba separado.
P.- ¿Cuál es la razón para que durante el siglo XVII surgieran en los Países Bajos personajes tan importantes para la cultura como Veermer o Spinoza?
R.- En toda Europa hubo grandes personalidades en esta época. No obstante, es cierto que en Flandes se dio una floración muy especial de pensadores y artistas guiados por el sentido de lo íntimo y la tolerancia. En mi opinión se debe en gran medida a un pensamiento religioso protestante que vino a ser menos dogmático que el catolicismo de los países mediterráneos. También se admitió la entrada de los judíos, expulsados de todas partes, que contribuyeron a una apertura mental y económica. De esta manera, floreció una burguesía muy implicada con su sociedad y nada endogámica con mecenas que contribuyeron a la floración de pintores.
P.- ¿Qué papel jugó la ciudad de Delft en este florecimiento de la cultura?
R.- Delft era un pequeño lugar, ejemplo de este renacimiento. Fue la ciudad impulsora, y celebre por que allí nació Veermer. Además estaba en un lugar estratégico y acogió a una gran cantidad de artistas.
P.- Su obra se centra en tres grandes maestros: el pintor Jan Vermeer, el filósofo Baruch Spinoza y el músico Jan Pietrszoon Sweenlinck. ¿Qué destacaría de las aportaciones de cada uno de ellos?
R.- De Veermer destacaría el haber sabido captar el tiempo real humano. De Spinoza, haber podido filosofar sin angustia. Y de Sweenlinck, la capacidad que tuvo de escribir una música de extraordinario refinamiento sin haber caído en los efectos.
P.- Durante esta época, los luthiers llevaron a cabo importantes avances en la construcción y la afinación de instrumentos musicales. ¿A qué se debió?
R.- En parte al descubrimiento de nuevas maderas, desconocidas en Europa, que procedían de las Nuevas Indias y América y que permitieron avanzar en las técnicas de construcción. Los violeros, como se les conocía en España, fueron sumamente importantes y fueron la antesala de los Stradivarius que se crearon en el siglo XVIII. En esta época surge el refinamiento que se alcanzaría posteriormente.
P.- ¿Qué papel jugaba la mujer en el arte y la música?
R.- La mujer no podía participar en la música eclesiástica, su papel estaba limitado al hogar. Sin embargo, en esta época se creó una música muy hermosa para ser tocada en los hogares en veladas de sábado y domingo. La mujer llegó a tener un protagonismo importantísimo en estas reuniones como podemos ver en la pintura de, por ejemplo, Veermer. Y, además, tocaban los instrumentos con un gran refinamiento ya que se enfrentaban a músicas difíciles como eran las creaciones de Sweenlinck.
P.- ¿Por qué le dedica un capítulo al virginal?
R.- Fue un emblema de esta sociedad y de esta cultura. Un sonido muy intimo, casi siempre en manos de mujeres como vemos en la iconografía. Es como hablar del laúd en el siglo XVI en Inglaterra.
P.- En cuanto a la ciencia, ¿también experimentó importantes avances?
R.- Sí, principalmente por la influencia francesa. Fue particularmente brillante en Holanda sobre todo por los grandes avances en materia de óptica dándose lugar al auge del telescopio, de las lentes, el foco, la refracción... Utilizaron toda la inteligencia de que disponían para profundizar en estas materias.
P.- Para usted, ¿qué se esconde detrás de la cultura neerlandesa del siglo XVII?
R.- El XVII fue una época muy lucida que empezó a intuir claramente el abismo de una cultura y de una condición humana.