Así vio a Orfeo y Eurídice el pintor Louis Ducis
Recordemos algunos títulos pasados, que el lector interesado debe tener muy presentes; primero, para ver con qué novedad aborda los temas y, luego, para apreciar su especificidad. Yo subrayaría las siguientes obras: Tiempo y caída. Temas de la poesía barroca (1994), Diccionario de instrumentos musicales. Desde la Antigüedad a J. S. Bach (1995-2001), Mozart (2003), Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas, los libros (2005) o No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio (2010). Citamos sólo cinco obras del pasado, pero básicas para abordar este Diccionario presente. ¿Y por qué? En primer lugar, porque nos avanzaban la universalidad de la mirada del autor, la riqueza de sus intereses, bajo los cuales late un muy refinado humanismo y un afán de conocimiento iniciado. Y avaladas siempre sus exposiciones por una rica erudición, que abre caminos nuevos al lector.
Ciñéndonos a los estudios reveladores sobre música, recordaría en este momento otra obra impar: los dos volúmenes que Eugenio Trías dedicó a los "argumentos musicales" (El canto de las sirenas y La imaginación sonora, 2007 y 2010), aunque son obras con sentido de totalidad, enmarcadas dentro de la estética, del pensamiento filosófico. Ramón Andrés dedica su Diccionario "a la memoria de Jorge Luis Borges", dato significativo para subrayar esa orientación rica y multidisciplinar de su obras. Significativo es también que el propio Trías haya aludido al "mérito grande" de Ramón Andrés "para internarse en la espesura del origen de la música en la cultura". Hay pues esa identificación de autores y conocimientos, de alta cultura -española, no lo olvidemos, en tiempos de tanta ligereza y mediocridad- de los que sólo el lector puede extraer provecho.
Otra frase de Andrés sirve para señalarnos lo que nos espera al sumergirnos en este Diccionario de casi dos millares de páginas, que ha desplegado con el fin, esencial, "de ir en busca de lo que no se halló entre los semejantes". Andrés, como los antiguos, reconoce a este afán último como especial, porque "no es fácil de entender". Así que, de entrada, hay en esta magna obra, por un lado ese copioso afán de definir temas y acumular entradas, en torno a esos cuatro temas generales del subtítulo de su Diccionario; pero, por otra, un profundo y radical afán de conocimiento nuevo, de no elaborar una obra de aluvión, sino de ir más allá en el conocer y saber. Ineludible será, pues, para avalar este afán exclusivo del autor-creador lo que en su obra hay de fundamentado, de cuanto específicamente hace referencia a sus intereses, a ese entramado de saberes ocultos o revelados.
Ramón Andrés -como los arúspices atentos a lo que la brisa comunicaba a través del rumor de las hojas de las encinas de Dodona-, ha preferido, al abordar su obra, subordinar lo ya sabido, la acumulación de datos escogidos, a esa dirección que, de la primera a la última página, ha dado a su texto. No busque el lector por eso en ellas teorías o interpretaciones al uso, cuando el autor nos remite al profundo sentido órfico de lo que ha querido expresar; o que nos recuerde nombres como los de Orfeo o Rilke que, del ayer profundo al siglo XX, indican una forma especial de interpretar la realidad. Nos hallamos ante un excepcional libro de consulta, pero sobre todo ante una deliciosa aventura intelectual y creativa. Como en la lira del soneto de Iranzo (s. XVI), que en él se reproduce, en este libro el lector se encontrará con el tañido de lo absoluto.