Fernando Colomo, César Antonio Molina, Joan Matabosch
Ubicado en una iglesia tardogótica, que fue muchos años sala de conciertos, no sólo muestra la obra de uno de los más grandes creadores plásticos de nuestra historia, sino que trasciende el concepto de museo para convertirse en un espacio estético singular, en un estado de ánimo, en una contemplación activa única. Estar en ese lugar no es sólo contemplar obras de arte de primera magnitud, es vivir una experiencia personal arrolladora e intrasmisible. La belleza, el equilibrio, la creatividad se entreveran para crear una sensación más allá de lo que se puede describir. A eso es a lo que llamamos inefable.
Una tarde de octubre de hace tres años, ante un auditorio maravillosamente ubicado en la magia de este espacio, volvía a sonar allí la música. Era el veinticinco aniversario del tránsito de Fernando Zóbel y Clara y Elena Andrada de la Calle interpretaban con su flauta y su violonchelo la primera audición de mi Elegía romana para Fernando Zóbel. Emoción estética pura en la evocación de un amigo ausente, Zóbel, de otro presente, Torner, en un espacio ahora lugar mágico donde antaño sonaran, como sala de concierto, otras obra mías (Vitral, Apocalipsis, Pasión según San Marcos...), un título que evocaba la ciudad donde el amigo se fue con la lejana referencia de las elegías goethianas. Zóbel, Torner, los fundadores de un museo especial, impar y sin parangón en las conquenses casas colgadas. Y uno de ellos ahora creando este espacio único y singular que tanto hubiera gustado también a Fernando.
Quizá un momento único, para mí y creo saber que para algunos más. Un momento que revolotea cuando vuelvo a adentrarme en la pureza creativa absoluta de este espacio que es muchísimo más que un museo, como mucho más que un museo son la Cueva de Altamira, la Capilla Sixtina o la Rothko Chapel. Los museos son simples colecciones, a veces no mucho más que almacenes visitables; los lugares mencionados son en cambio espacios mágicos de arte, vivencias emocionales.
Pero como el país sigue siendo el que Don Ramón describiera en Luces de Bohemia, sin haber perdido su carácter de Patio del señor Monipodio, el Espacio Torner está ahora cerrado y su página web anuncia lacónicamente que se debe a "razones económicas". Y no parece que esta auténtica catástrofe cultural, emocional y estética le importe a nadie. Desde luego no a las autoridades municipales, autonómicas o estatales. Tampoco a esos fantasmagóricos patrocinadores privados que tanto dicen que van a hacer con una futura ley que más bien parece una forma de eludir responsabilidades por parte del Estado. Ni siquiera parece que el cierre haya interesado a los medios de comunicación o a nuestros presuntos intelectuales.
Para mí es, sin embargo, una enorme pérdida cultural, un cercenamiento estético y un duro golpe emocional. Sí, somos más pobres, pero lo que de verdad empobrece a este país no es la crisis del euro o la prima de riesgo, eso puede cambiar, sino la pérdida de significativos elementos de cultura que pueden ser irrecuperables. Nadie me va a quitar las emociones que he vivido en ese espacio. Lamento las que se perderán nuestros empobrecidos sucesores que pueden que superen las crisis y naden en la abundancia pero carecerán de las riquezas que no son mensurables y entre las que estaba, está aún de momento, el hermoso Espacio Torner.
Tomás Marco (Madrid, 1942) es compositor. Ha sido director gerente del organismo autónomo Orquesta y Coro Nacionales de España, y desde 1993 pertenece como miembro numerario a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Entre sus obras encontramos la ópera de cámara 'El caballero de la triste figura' y 'Concierto de Al-hambra'.