Miguel del Arco

Estrena hoy en el Teatro Valle-Inclán 'El inspector' de Gogol

'El hombre de moda del teatro español'. Eso dicen que es Miguel del Arco. Y la etiqueta, esta vez, puede darse por válida. Lleva 25 años trabajando en esto. Ha sido bailarín ("Estuve con la primera compañía de Víctor Ullate), actor y guionista de televisión. Pero es en los últimos tiempos, en sus facetas de director de escena y adaptador, como está triunfando. Fue su versión -libérrima- de Seis personajes en busca de autor de Pirandello, titulada La función por hacer, la que le sacó del underground de la escena española y le colocó en el pódium de los elegidos en este oficio. Ese éxito lo apuntaló con Veraneantes, obra de un Gorki achejoviado por Del Arco para poner en la picota algunos vicios de la sociedad contemporánea: la indolencia, la hipocresía, la volatilidad... A ambas obras le han llovido los premios. Y ahora marca su carrera con otro hito al alcance de pocos directores nacionales. Dos montajes suyos simultanean las tablas del Teatro Español (De ratones y hombres, de John Steinbeck) y el Centro Dramático Nacional (El inspector, de Gogol). Esta última, que estrena esta tarde, es la primera comedia pura en la que se embarca, algo que hace con un fin preciso: "Reírnos de los ridículos que son todos esos políticos corruptos de los que tenemos la casa llena".



Pregunta.- Dice que en el teatro pueden establecerse dos tipos de convenciones. La primera sería creer que todo es verdad. Y la segunda que todo es mentira. En El inspector ha optado por la segunda. ¿Por qué?

Respuesta.- Es algo que marca la propia obra. Gogol la escribió con muchos soliloquios, personajes que hablan solos y parecen haber perdido el juicio. También hay muchos apartes, en los que los actores se vuelven hacia el público y expresan sus opiniones. Estos juegos los he acentuado convirtiendo esos soliloquios en números musicales, con actores que interpretan dos y hasta tres personajes, con personajes femeninos encarnados por hombres... Todo eso rompe las reglas de la verosimilitud. Es algo deliberado: la idea es invitar al público a que participe en esa mentira y disfrute con ella.



P.- Plantea la obra como una reivindicación de la risa, pero no tanto en su vertiente de gozo, sino como herramienta para denunciar las faltas de la sociedad. Gogol afirmaba que "la burla es lo que más temen los que no nada temen en el mundo".

R.- La función termina con el alcalde, cuando ya sabe que le han engañado, increpando al público. "¿!De qué os reís!?", les grita. El teme que su historia llegue a manos de algún autor y la utilice para mofarse de él. Chilla enrabietado: "¡Al primer cómico que entre a este pueblo lo mato!". La risa es complaciente pero, como decía Elia Kazan, pone las cosas en su justa medida. La risa, en una situación como la que vivimos, nos sirve para romper esa máscara de normalidad con la que están disfrazando tantos desatinos. Es una manera de decir que no nos tragamos esta farsa. La risa achica a esos prohombres que nos dirigen y por eso es tan sana.



P.- ¿Cómo llegó a Gogol, otro ruso en su currículo?

R.- A mí los rusos me parecen iguales que nosotros. Lo único que nosotros nos emborrachamos para afuera y ellos para adentro. No , en en serio, llegué a él leyendo todo lo que puedo. Es así como busco las obras que intentó montar. Tengo que leer mucho porque tengo mala memoria. Para otras cosas tengo memoria fotográfica pero lo que leo lo olvido pronto. Gerardo Vera me propuso trabajar para el Centro Dramático Nacional, pero no tenía nada preparado. Él me propuso algunos textos pero no terminaban de convencerme. Al final me dijo que hiciera lo que quisiera. Y leyendo y leyendo llegué a Gogol. Quería hacer una comedia, algo expansivo, porque me lo pedía el cuerpo tras las oscuridad de Steinbeck y De ratones y hombres y porque en una sala sorda como el Valle-Inclán no tiene sentido hacer algo íntimo.



P.- En Veraneantes y la Función por hacer hizo versiones muy libres. ¿Aquí también se lleva a su terreno el texto de Gogol?

R.- La verdad es que me he mantenido más fiel al texto original que en los otros casos. El inspector es una obra a la que no hay que empujar demasiado. Funciona bien en la actualidad. Lo que sí le hacía falta era desrusizarla, porque tenía muchas referencias localistas del siglo XIX. Le he quitado eso y le he añadido los juegos que le dije anteriormente. La historia se mantiene más o menos intactas.



P.-Pero las referencias rusas del pasado las ha traído al presente de nuestro ruedo ibérico, ¿no?

R.- Sí, porque podía hacerse de manera natural. No me hacía falta retrotraerme a la Rusia del XIX para encontrar políticos corruptos y arrogantes. De eso tenemos aquí la casa llena. Hay algunas escenas en las que se podrán identificar personas concretas. A veces porque lo he buscado así. Otras por pura casualidad, por frases que están en el texto pero que encajan a la perfección con lo que ha sucedido aquí, como cuando el alcalde grita: "!Me queréis comprar por dos trajes!".



P.- No sé yo si le van a contratar en determinadas comunidades...

R.- Pues será una pena, porque me encantaría que esos políticos se miraran al espejo, sobre todo en ese monólogo final de Gonzalo de Castro, y ver lo ridículos y grotescos que resultan. De todas formas, la obra no se centra en una determinada zona. En España tenemos corrupción de todos los colores y todos los gustos y en todas partes. ¿Qué me dice si no de esos consejeros que el dinero de los andaluces lo empleaban en cocaína para sus fiestas? Aunque lo de las giras, con la morosidad de los ayuntamientos, me temo que de todas formas se está convirtiendo en un recuerdo del pasado. Así que no creo que podamos salir mucho.



P.- Indignado lo veo...

R.-¿Cómo no? Ese dinero de la cocaína es el dinero que nos recortan en la cultura. Un país sin cultura pierde su esencia, y recortar en cultura en España no es recortar en cultura en Francia. Aquí es volver al pleistoceno. Yo no he visto a la gente de la cultura tan asfixiada como ahora. Y lo alucinante es que se siguen moviendo y haciendo, pero con muchos obstáculos. En Kamikaze producciones tenemos deudas de ayuntamientos desde 2009. Y en la nueva ley promulgada para acelerar el pago de las deudas de la administración pública con sus proveedores a las empresas culturales no nos metieron en un principio. Luego nos metieron, cuando se dieron cuenta de que se les veía el plumero. ¿Pero es que nosotros no ofrecemos un producto, no hacemos una inversión y asumimos riesgos, no pagamos nuestros impuestos como el resto de empresas?



P.-¿Y cómo arreglamos esto?

R.- Pues malamente. El otro día estaba en el dentista, con la boca abierta mientras hurgaba con sus utensilios en su boca. Y va y me dice: "Oye, que me he enterado que haces teatro y tienes mucho éxito, ¿a ver cuándo me invitas?". Le tuve que contestar, cuando pude cerrar la boca: "Pues cuando tú no me cobres por los empastes". Aquí no terminamos de entender que los artistas también comen.



P.- Y encima el otro día se queda a las puertas de echarle el guante a los 50.000 euros del Valle-Inclán...

R.- Hombre, me quedé con los dientes largos, no voy a ser hipócrita, pero nunca me ha hecho tanta ilusión perder. Y lo digo de verdad. Con Machi no sólo tengo una relación profesional sino también de amistad. Y es una gran actriz que lo merece. Hay pocos actores cómicos que puedan hacer bien tragedia, y ella es una de las mejores en ese reducido grupo.



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