Los talentos de Todd Haynes y Kate Winslet en Mildred Pierce
Todd Haynes es probablemente el más académico de los cineastas indie-americanos. Y también, junto a Paul Thomas Anderson, el más consciente de pertenecer a una fuerte tradición cinematográfica. Por eso, a pesar de todas la exquisiteces, histrionismos y dificultades de lectura de sus películas, siempre se proponen llegar a un amplio público. No es que la caligrafía cinematográfica de Haynes perpetúe los cánones estilísticos del viejo Hollywood, más bien al contrario, sino que la cinefilia de Haynes le obliga a realizar un tipo de cine que no ignora lo que se ha hecho anteriormente, y que por tanto se construye a partir de cierto academicismo, es decir, con un amplio conocimiento de las tentativas y las conquistas del cine que le precede. Cuando realiza una película sobre Bob Dylan (I'm Not There), por ejemplo, antes que hacer el típico e insustancial biopic hollywoodense, prefiere elaborar un discurso sobre cómo la cultura de la imagen ha retratado y formado el mito dylaniano. Y cuando con Lejos del cielo se propone como desafío hacer una relectura del melodrama clásico de Douglas Sirk, el camp y la ironía se cuelan inevitablemente, confrontando las imágenes y los sentimientos de entonces (los años cincuenta) con los códigos estéticos y morales de ahora.
Haynes ha realizado recientemente para la HBO la miniserie televisiva de cinco capítulos Mildred Pierce, protagonizada por Kate Winslet, que se emitió en abril en Estados Unidos y que en España la emitirá Canal +. La serie está basada en la novela homónima de James M. Cain -autor también de El cartero siempre llama dos veces-, llevada al cine por Michael Curtiz en 1945 en el filme Alma en suplicio, que le valió a Joan Crawford su único Oscar, probablemente en el papel más reconocible de la actriz en una película realizada como vehículo para su lucimiento. Incorporado con extraordinaria verdad por la magnífica Kate Winslet (más cerca de Ana Magnani que nunca), el ambiguo y fascinante retrato de la emprendedora Mildred Pierce, como si fuera una Madame Bovary en la costa Oeste americana de la Depresión, es bien distinto al que compusiera Joan Crawford hace seis décadas. Al contrario de lo que se podría esperar conociendo los antecedentes de Haynes, su extraordinario Mildred Pierce no es un distanciado remake del filme de Michael Curtiz, sino una muy seria y fiel adaptación de la popular novela de Cain, que en el filme hollywoodense (cuyo guión contó con la colaboración no acreditada de William Faulkner) se centró en la trama del adulterio y potenció las atmósferas noir del relato, convirtiendo el estudio social de la América de los años treinta que con prosa directa y envolvente escribió Cain en una especie de "whodunit", seguramente porque según los cánones del cine popular de los años cuarenta la novela era realmente inadaptable.
En una crítica que escribió Joyce Carol Oates a mediados de los sesenta, el escritor norteamericano describía Mildred Pierce (la novela) como una convincente trama "basada en la repetición y la descripción de una heroína tan débil como fuerte cuya profunda ignorancia se relaciona perfectamente con los personajes que la rodean". En esa ambigüedad psicológica y narrativa es en la que Haynes se mueve con gran soltura en la miniserie, introduciendo intermitentes escenas desgarradas en un conglomerado narrativo que prima la frialdad emocional, la neutralidad, la observación y el realismo descriptivo sobre la estilización romántica de una época y a la relectura de géneros cinematográficos, y cuya actitud (el guión lo coescriben Todd Haynes y Jon Raymond) está muy lejos de la glamourosa interpretación de la época que adoptó para realizar Lejos del cielo. Evidentemente, la distinta naturaleza de ambos formatos (un largometraje cinematográfico y una miniserie televisiva que funciona como una película de cinco horas, donde los cortes entre capítulo y capítulo no tienen ninguna intención de fabricar suspense), es un factor decisivo, pues permite adaptar la novela sin recortes ni profundos cambios de tono, página a página e incluso desarrollando con más profundidad ciertas ideas en torno a la competición familiar y la lucha de clases que Cain apenas enunciaba en la novela.
Mildred Pierce narra los esfuerzos de una ama casa de clase media por dar una vida mejor a sus hijos durante la Gran Depresión norteamericana. Al inicio del relato, Mildred se divorcia de su adúltero marido y es abocada a niveles de pobreza que no había conocido. Aunque encuentra trabajo como camarera y monta su propio negocio hostelero, a medida que va ascendiendo en el organigrama social y sus ambiciones se van colmando (incluso mantiene económicamente a un gigoló arruinado del que torpemente se enamora, interpretado por Guy Pierce), su desagradecida hija mayor Veda -insoportable, petulante y casi satánica, interpretada de niña por Morgan Turner y de adolescente por Evan Rachel Wood- se va distanciando cada vez más de ella. La historia, con múltiples fugas narrativas y un salto temporal de varios años, va centrándose poco a poco en la disfuncional y tormentosa relación que mantienen madre e hija, hasta que adquiere tintes trágicos. Haynes se preocupa menos por establecer una clara línea narrativa que por diseñar un mundo anclado en el realismo descriptivo y el estudio de personajes, y que en su pequeña apariencia va tomando las dimensiones de una muy sutil y avanzada exposición (tomada directamente de la novela) del oculto sistema de clases en América, allí donde supuestamente no hay aristócratas ni plebeyos, pero cuya sociedad aparece dividida por una clara línea de demarcación entre los que manejan las grandes fortunas y los que trabajan para ellos.
El estilo visual de la miniserie toma prestado sobre todo de Sirk y de Fassbinder, y se desarrolla tanto en interiores como en exteriores, con una planificación muy cinematográfica de las escenas, evitando contraplanos y privilegiando los planos generales y las tomas largas. Haynes suele colocar a sus personajes detrás de escaleras, de ventanas y mobiliarios, concediendo mayor importancia a sus posesiones y entorno económico (y cómo se relacionan con él) que a sus conflictos interiores. Todos los personajes tienen doble fondo, y se definen siempre por sus acciones, de manera que Mildred Pierce forma un tapiz humano en el que cada cual acaba revelando su reverso oscuro. En el modo en que Haynes va desplegando todas las piezas de su mosaico social, va quedando cada vez más claro cómo el valor predominante (por encima del amor, del trabajo y el éxito personal), quizá lo único que realmente importa, es el dinero. O más bien cómo conseguirlo y cómo controlar a la gente con él. El diseño de producción (a cargo de Mark Friedberg) apuesta por la sugestión, sin esforzarse por mostrar una visión de la década tomada a partir de la estética de sus películas, sino más bien por transmitir la noción de lo que pudo haber sido vivir en California durante los años treinta.
Mildred Pierce nos alerta una vez más sobre cómo en estos tiempos, y en muchos casos, los cineastas contemporáneos dan lo mejor de sí mismos en el medio televisivo. Estoy viendo estos días la serie británica The Trip, probablemente la mejor creación que el cineasta Michael Winterbottom, en connivencia con su actor fetiche Steve Coogan, ha entregado en los últimos años. Volveré con detenimiento sobre ella.