Ese "tonillo"
El artículo de John J. Healey, decía, ha provocado una gran conmoción debido a la dureza de su diagnóstico: "Hay algo en el carácter español que definitivamente no va con el cine". Es evidente que el artículo de Healey es obviamente demasiado rotundo y descalificador. Alaba a Almodóvar pero parece olvidar que en España siempre ha habido, y habrá, grandes cineastas más allá del más famoso. En cualquier caso, si puede decirse que el panfleto tiene una descripción del mal y un diagnóstico, lo primero me parece indiscutible, y lo segundo.
Dice en esa primera parte cosas como: "La mayoría de los directores y sus actores logran actuaciones que son naturales en el contexto español -que reflejan cómo actúa la gente de aquí- y que transmiten la dosis requerida de falsedad y uniformidad. Pero la cámara es acultural y neutra y refleja fielmente esas voces tan bajas de los galanes y de los malos, las altas y locas de los que hacen comedia, las protestas fingidas de las heroínas y los hombros de todos ellos, que suben cada dos por tres con cada tosca declaración". Y tiene toda la razón. O: "Basta con encender la televisión para ver y oír las voces, los gestos y las muecas, teatrales y forzados". Lo mejor: "La rigidez fanfarrona española comunica una sensación de libertad y falsa camaradería que la cámara detecta al momento, consiguiendo que mucha parte del público se distancie de la puesta en escena". La clave: "La lengua española tal y como está expresada en España no casa bien con el cine".
Desde hace años, me río con un amigo de "ese tonillo" que tiene el cine español. Ese "tonillo" está muy relacionado con los males que describe de forma brillante Healey. Todos estamos acostumbrados a ver películas españolas en las que los personajes hablan de manera antinatural y forzada, esos personajes arquetípicos que he criticado en tantas ocasiones que parecen vivir en una España que todos reconocemos de forma inmediata, no con la España real sino con la España inventada por el propio cine español (con escaso éxito). Al cine español le sobran personajes solemnes y buenistas, gravedad y uniformidad. Porque como bien explica Healey en otro párrafo es absurdo que el cine patrio no se haya hecho eco de la diversidad lingöística de un país como el nuestro que tiene la virtud de ser increíblemente diverso.
Le echa la culpa Healey al doblaje y al hecho de que el franquismo impuso un castellano neutro como forma de españolizar el país siguiendo su siniestro modelo. Es una teoría polémica pero sumamente refinada y cierta. El doblaje, más extendido en nuestro país que en ningún país civilizado del mundo, es una tragedia que ha privado a millones de personas de ver las películas en su estado original. No me gustan los purismos pero en esto creo que hay que serlo, las distintas formas de hablar, los acentos, las entonaciones y la sonoridad de las voces de los actores forman parte del patrimonio esencial de la calidad artística de una película. Y es cierto que esas voces átonas que tanto sirven para un chino como un camionero de Milwaukke han impuesto un tono "oficial" que parece el correcto para el cine, pero es todo lo contrario.
Hay, como también dice Healey, señales positivas en algunos cineastas jóvenes (me cansa repetir otra vez sus nombres) pero es evidente que el cine español sigue arrastrando, de forma alarmante, esos lastres señalados. Un exceso de uniformidad, de teatralización, de falsos buenos sentimientos y estúpida camaradería buenrrollista tiene secuestradas a las películas españolas. Lo explicaba una vez Carmelo Gómez en El Cultural hablando de algunos directores con los que había trabajado: no se dan cuenta de que lo que funciona en el set no es lo mismo que lo que funciona en una película. Y es porque ven hacer cine como un juego divertido que colma su vanidad, y no como lo que es, un trabajo. Un trabajo serio. De ahí tanta película pueril y espúrea.