Los cotilleos
En verano, la información cinematográfica más o menos seria desaparece casi por completo. Actores y actrices (en menor medida algunos directores) dejan de ser profesionales de la interpretación o la dirección para convertirse en meros personajes de una suerte de culebrón eterno con algunas tramas sólidas (Penélope y Bardem o Pitt y Jolie) y otras subtramas que repentinamente pueden acaparar mucho protagonismo (ahora Daniel Radcliffe dice que no es virgen y mañana Lindsay Lohan encuentra nuevo novio y deja de ser lesbiana). Todo ello sucede mayormente en todas partes. Las webs, las revistas, los programas de televisión y los suplementos veraniegos de los diarios se convierten en sucursales temporales de la prensa del corazón para contarnos, básicamente, una nadería detrás de la otra.
Sin ir más lejos, ayer el ABC nos explicaba que a Megan Fox le dio plantón un rico al que rondaba; El País nos cuenta hoy que Penélope está enfadada por una supuesta entrevista falsa que publica la revista Psycologhies y El Mundo refleja un fenómeno que es el colmo de la estupidez planetaria con las celebridades, o sea, el de personas que se ganan la vida gracias a su parecido con el famoso de turno. No creo que haya nada indigno en algo que uno haga para ganarse el pan honradamente, pero deja asombrado que haya quien pague para tener en su fiesta a una doble de Shakira. En el mejor de los casos, es servil y, en el peor, cruel con el doble en cuestión, reducido a mera atracción de feria.
Lo que viene sucediendo desde hace ya varios años es que la gente ha dejado de ser consciente de que los "famosos" además de serlo, hacen algo. O sea, que es muy fácil olvidarse de que Johnny Depp, Keanu Reeves o Zac Efron además de ir a estrenos y tener novias se levantan todas las mañanas para ir a un set, aguantar horas de maquillaje para finalmente ponerse detrás de la cámara. La televisión los ha reducido, insisto, a personajes de una comedia inventada por ellos mismos en la que incluso el guión ha sido escrito de antemano (por eso las muertes repentinas impresionan tanto, porque no estaban en ningún argumento previo).
No quiero ser hipócrita. Me divierten los cotilleos y creo que un poco de frivolidad en esta vida es necesaria. Me fastidia tanto el que se cree inteligentísimo y dice que le importa un bledo que Pitt deje a su estupenda mujer como el que se pasa el día consumiendo basura sin importarle nada más. De todos modos, me temo, que hemos llegado a un punto absurdo y delirante que no dice nada bueno ni sobre nosotros mismos ni sobre el estado mental de Occidente. El escarnio público, brutal y continuado a Michael Jackson ha sido el último chispazo de una tendencia terrible de la hipermodernidad: la voracidad carnívora del público y los medios. Esta histeria por la carroña tiene que cambiar porque ha dejado de resultar cansina para comenzar a dar asco.