Miguel Delibes: "No es el tiempo, es el azar quien nos pone a todos en nuestro sitio"
Miguel Delibes. Foto: Chema Conesa
¿Algo nuevo que decir de Miguel Delibes? Realmente complicado: sigue siendo el hombre tranquilo que siempre fue y sigue estando en su sitio. ¿Decir algo nuevo de su nuevo libro? Necesario: por primera vez Miguel Delibes opina, califica, descalifica y razona muchos de los logros y comportamientos de sus compañeros de viaje a la novela española. Da nombres, se emplea con ironía y vuela libre entre los jovencitos de entonces que esgrimían sus artes y sus letras. El texto que ahora publica viene de lejos: lo escribió Delibes en los años cincuenta y sesenta y no lo ha remozado. Le seguía valiendo. En esta charla con El Cultural lo explica bien y recuerda además con gran tristeza la España devastada que teníamos cuando cayó con el Nadal como un meteorito.
Alcanzar la cima de los mil en cualquier colección de libros es tarea de por sí complicada, pero hacerlo en la editorial de tu vida y con un libro de nueva planta, a estas alturas del camino, le parece un imposible. Este hombre tranquilo que es Miguel Delibes no se cree todavía que haya sido capaz de culminar semejante ochomil de la edición española. La idea en realidad fue de los editores, que querían festejar la cifra de su prestigiosa colección con algo grande. Conocían la existencia de notas y sucintas reflexiones del escritor sobre la novela española de posguerra surgidas al compás de viajes y conferencias, escasísimas por otro lado. Así que pusieron la idea sobre la mesa. Delibes escuchó, hizo memoria, dudó, remoloneó y, al final , “me puse a ello y ha salido este librito”.
Nada nuevo, por otro lado. Miguel Delibes lleva sesenta años confiando en Destino. Lo recuerda escueta y nítidamente ahora el escritor. “Yo creí en el grupo Destino y les confié una novela. Les gustó, la aprobaron, la premiaron. Ahí empezó todo. Lo normal es que hubiera pasado inadvertida en cuyo caso no hubiera pasado nada. La importancia de esos señores Vergés y compañía en mi vida me parece, pues, evidente”.
Pregunta. Ha titulado su libro España 1939-1950. Muerte y resurrección de la novela española. ¿Por qué cree que la novela “ha muerto y resucitado” en los años que evoca el libro?
Respuesta. A partir de los años 30 y hasta doblados los 40 se produce en España un gran silencio narrativo. O no hay interés por la novela o no se demuestra. Podría decirse que en tres lustros todo muere en España menos el odio. Es tiempo para matar o para morir, en cualquier caso para orquestar el episodio más triste y lamentable de nuestra historia.
"A partir de los años 30 Y hasta doblados los 40 se produce en España un gran silencio narrativo. O no hay interés por la novela o no se demuestra"
P. Con la sabiduría y la distancia que dan los años, ¿no ha tenido la tentación de cambiar algo de lo escrito?
R. Hubiera confirmado varios nombres. Hubiera borrado otros. Yo creo que basta echar una ojeada al librito que he escrito para darse cuenta de lo que fue, de lo que pudo ser y de lo que ha sido.
P. ¿Sigue pensando que la novela española fue una víctima de la guerra civil?
R. Todo murió entonces. Baroja y Azorín daban sus últimos vagidos y la gente nueva no salía, no estaba en la literatura; la política, la rivalidad política lo llenaba todo. Había dos o tres hombres maduros que escribían una nueva novela cada tres o cuatro años pero la novela no era su oficio, no eran novelistas. Por ejemplo, González Ruano. Compitió con Carmen Laforet en el primer Nadal y la gente de Destino tuvo el valor de premiar a Carmen, cuya novela era mejor. Era quizá la primera vez que se hacía justicia en el mundo de las letras y esto hizo que a partir de entonces la novela se nutriera durante los primeros lustros del Nadal de jóvenes esperanzados y con frecuencia satisfechos.
Un meteorito en la España devastada
Tan jóvenes y desconocidos como los meteoritos. Cuenta Delibes que al ganarlo él en 1947, con La sombra del ciprés es alargada, cayó en el mundo literario de esa España devastada como un meteorito. Recuerda que había muchos nombres importantes pero en realidad pocos novelistas.
P. ¿Ha visto caer a muchos meteoritos desde entonces y qué España cree que han encontrado?
R. Eso no lo sé. Lo sabrá en todo caso el meteorito si es que lo hay hoy. Yo creo, en todo caso, que el panorama que encontraría hoy un meteorito no se parecería nada al que encontré yo. El meteorito actual encontraría narradores debajo de las piedras. Y quinientos aspirantes a cada premio de novela. Yo deseo con toda mi alma que el caso que viví yo no vuelva a repetirse.
A Camilo José Cela le dedica el primer capítulo del libro. Fue el primer escritor profesional a quien conoció, “como no podía ser de otro modo”, y dice de él que le sobra literatura y le falta aliento creador, y que ha sido sin duda el más ruidoso fenómeno registrado en nuestra literatura, porque combinaba su talento con su dotes de actuación. Sus lineas destilan contenida admiración y poco cariño.
P. ¿Qué aportó de verdad Cela a la novela de esa España desolada? ¿Realmente pensaba Cela que “él y sólo él era la novela española de posguerra”?
R. Una buena prosa, muy trabajada. Lo que él pensaba sobre sí mismo no lo sé. Sólo sé lo que decía: que era el mejor y que le había costado poco esfuerzo conseguirlo.
P. Lo compara usted con Salvador Dalí. Aún más, escribe que Cela vino a ser un competidor de Dalí. ¿Lo vio usted venir desde el principio?
R. Desde el primer momento, nada más tocar tierra. Dalí era el maestro porque tenía más años que Cela pero siempre anduvieron a la greña sobre quién de los dos haría la bufonada mayor. Lo curioso es que ambos eran grandes tímidos que trataban de encubrir su timidez con una chirigota. En un pueblo de Castilla la Nueva, Cela se tiró vestido a un estanque ante el acoso entusiasta de un grupo de amigos. Dalí, en la Quinta Avenida, rompió un gran escaparate con una bañera para que los neoyorquinos se dieran cuenta de su importancia como pintor. Son casos paralelos.
P. "En España -escribió usted hace casi cincuenta años- lo que regatea la curiosidad literaria lo da la tontería". ¿Hemos mejorado o también en esto vamos a menos?
R. No recuerdo con ocasión de qué dije eso. Lo que para mí es evidente es que hay artistas que terminan de maquillar su persona con actitudes y frases que nada tienen que ver con el arte. Componen un personaje.
Las circunstancias y el olvido
Miguel Delibes es exactamente el reverso de esa moneda. Nunca ha frecuentado la petulancia y el escaparate. Desde su plácida butaca castellana ha escuchado trifulcas y ha visto pasar a muchos saltimbanquis literarios sin decir palabra. Delibes no ha entrado a ningún trapo. Pero por primera vez, tal vez por esa libertad que dan los años, el escritor hace pública su opinión acerca de la novela y de sus compañeros de viaje. Con dureza, a veces. Señala, por ejemplo, que en Ana María Matute “vale más la música que la letra”, que a Tomás Salvador “escribir tanto le impidió disponer de un mundo novelesco propio”, resalta la tendencia al disfraz del joven Juan Goytisolo y que “Gironella seguía escribiendo con su prosa vulgar aprovechando cualquier ocasión para mejorarla”. A Rafael Sánchez Ferlosio le conoció en el autobús camino los dos de las Lagunas de Ruidera y aparece como el escritor más admirado. No hay peros para Ferlosio. Afirma Delibes que nada en él era vulgar, que su mezcla de imaginación, observación y sentido del humor no se podía encontrar en ninguno de sus contemporáneos.
"PODRÍA DECIRSE QUE EN TRES LUSTROS TODO MUERE EN ESPAÑA MENOS EL ODIO. ES TIEMPO PARA MATAR O PARA MORIR"
P. ¿No ha habido en los últimos cincuenta años una novela a su juicio de la altura de El Jarama, no?
R. No es una pregunta fácil. Decir quién es el mejor o el peor en medio siglo de vida no es sencillo. Desde luego, Ferlosio no tuvo rival en veinte años. Lo que ocurre es que cambian las técnicas, los estilos, la novela en una palabra, y no es procedente comparar unas con otras. Son cosas distintas. Lo que digo que las condiciones de narrador que demostró Ferlosio en sus dos primeras novelas no las ha demostrado nadie. Al menos hasta el día.
Sobre Ferlosio y el Jarama
P. ¿Y cómo se libró usted del “hastío de la literatura” que padecía Sánchez Ferlosio?
R. Yo no padecí ese hastío. Pero lo de Ferlosio no fue un pronto, un escopetazo. Yo hablaba con Vergés de su caso y los dos pensábamos que volvería. Nos equivocamos los dos. Lo de Ferlosio era una decisión reflexiva. La novela se le hacía demasiado simple, se aburría escribiéndola. Lo dijo con El Jarama todavía caliente y lo repitió muchas veces. Ahora, a medio siglo de su decisión, no cabe duda de que a Ferlosio no le satisfacía la novela y no mentía ni faroleaba cuando censuraba El Jarama y hablaba de abandonar la narrativa. Su cerebro parecía exigirle empresas más intelectuales.
P. Algunos de los escritores de los que habla, apenas los conocen las generaciones de hoy. Cuando escribió lo que escribió sobre Gironella, por ejemplo,éste era el autor más vendido y más conocido de España, pero murió el año pasado casi en el olvido... como Suárez Carreño, Tomás Salvador, Luis Romero o Angel María de Lera, que son otros de los escritores en los que también se detiene en su libro. ¿Qué ha ocurrido, que el tiempo los ha puesto en su lugar, o que han sido víctimas de las modas?
R. No suele ser el tiempo el que pone en su sitio a los autores, sino las circunstancias: el azar, la salud, las crisis vocacionales. Los autores que usted cita, en más o en menos, habían demostrado su talento, alguno sobradamente, pero fueron alejándose de la literatura -y no todos los que usted dice- por circunstancias especiales. Por de pronto no se puede generalizar. Cada caso es una historia que únicamente conoce a fondo el protagonista.
P. ¿Qué autocrítica haría Delibes a Delibes, como narrador?
R. A Dios gracias hoy hay más de tres críticos solventes para hablar de nosotros. Yo hago mis comentarios de amigo sin ninguna trascendencia. En modo alguno pretendí someterme a una autocrítica. Lo que opino de mí mismo, bueno o malo, está recogido en el último capítulo del libro, “Confidencia”.
En él escribe Delibes que le resulta ingrato analizarse por tres motivos: porque es hombre retraído, porque “considero que mi obra ha sido, es poco significativa” y porque no dispone del rigor mental suficiente. Él lo cree así, pero la crítica le corrige con frecuencia. "En general he tenido una crítica generosa. No me puedo quejar. Tanto es así que soy incapaz de recordar 'la peor'. ¿Hubo peor? Las críticas no muy favorables no me agradaban pero tampoco me dejaban huella. A veces el mismo crítico elogió un libro mío y censuró el siguiente. Como creo que debe ser".
P. ¿Cómo calificaría a la crítica de esos años?
R. Le insisto que la narrativa en aquellos años estaba prácticamente muerta, como ejercicio y como tema. Los críticos escaseaban tanto como los autores. Nora, con Alborg y algún otro, se lanzaron muy temprano a la palestra. No lo pensaron dos veces ni aguardaron a ver qué pensaban los demás para no alejarse. Salieron a cuerpo limpio y gracias a ellos tenemos una idea de lo primero que se hizo en la novela durante la posguerra española.
El don de la observación
P. ¿El don de la observación sigue siendo, a su juicio, la mayor virtud de los novelistas de la posguerra?
R. No tanto como en tiempos del tremendismo, el behaviorismo o el realismo objetivista. Esto duró años pero pasó, dejó de ser exclusivo. La novela actual no tiene su mayor virtud en el sentido de la observación. Se vuelven a escribir historias pero de otra manera. Hoy la novela tiene cien direcciones diferentes.
Los juicios de Delibes acaban prácticamente en los años cincuenta. Por eso, “cuando yo buceo desde el meteorito Umbral es todavía un niño. Torrente no ha nacido como novelista y el bueno de Marsé ni siquiera sabemos quién es. Mi pretensión al escribir esas notas no pasaba del año 50. Habrá tal vez alguna excepción, nombres de libros o autores que salvan esa barrera pero eso es casual, puedo añadirlo meses o años más tarde y ahí me los he encontrado después al releerlo. ¿Cómo saber que fue un añadido? Mi experimento, no crea, tiene sus dificultades”.
P. Dice al final del libro que la censura, con todo lo malo que trajo, fue un desafío, una provocación para el escritor. ¿Por dónde encontraríamos ahora el desafío?
R. Ahora no lo encontraríamos. Cada uno da lo que tiene sin tabúes ni limitaciones. Lo que quiero decir cuando hablo de un aspecto positivo de la censura, es que con frecuencia el escritor tuvo que ingeniarse para decir lo que quería decir sin decirlo o diciendo lo contrario como yo hice con Cinco horas con Mario sin que la censura se enterara.
'España 1939-1950. Muerte y resurrección de la novela española', por Miguel Delibes
“Si se me pidiese un nombre, uno solo, entre los aparecidos en la novela española de posguerra, con mayores posibilidades de supervivencia, es decir, con categoría suficiente para afrontar la inmortalidad literaria, yo daría, sin vacilar, el de Rafael Sánchez Ferlosio. [...] Basta conocer a Ferlosio para adivinar en él al hombre impar, el hombre diferente, para descubrir a través de su conversación una veta de genio y de ingenio [...] Ferlosio quedará si él se lo propone; si él decide un día seguir escribiendo. [...] Su vida marcha acorde con su postura ante el arte”.
“Falta de humor, también, sombría, propensa a la adjetivación cromática, precoz y excepcionalmente prolífica, se nos ofrece la novelista Ana María Matute, la más asidua y personal de cuantas mujeres escriben hoy en España. [...] En todo caso, se diría que Ana María Matute se ha anclado en la infancia; no se resigna a abandonar su conciencia de niña y, de este modo, llena todos sus escritos, bien con aventuras de infancia o bien con la nostalgia de la niñez perdida. Un tinte de candor, de ingenuidad doliente, se extiende por todas sus obras, incluso las más pretendidamente dramáticas. Y esta puerilidad, este candor -que es la impronta que define las obras de esta escritora- ese, en definitiva, regusto por la realidad mágico-trágica, se advierte igualmente en el afán de dejar en la nebulosa los ambientes de sus obras”.
“A media comida, después de hablar del Nadal, de La sombra del ciprés y del Pascual Duarte, Camilo, que probablemente no encontraba en mí el carrete deseado, me dijo con la mejor de sus sonrisas: ‘Digo, que si tú tienes costumbre de j... después de comer por mí no te prives'. No me hizo mella la puntada porque la esperaba. Cela había venido a ser un competidor de Dalí que, según decían, había roto de un paraguazo la luna del comercio más elegante de la Quinta Avenida para decir que era un gran pintor y en Nueva York nadie le hacía caso. Me quedé mirando a Cela con cierta sorna: “Por favor -le dije-, si tú tienes esa costumbre, cumple y no te preocupes de nosotros. Pepe y yo te esperamos donde digas y a la hora que nos digas”. La cosa quedó resuelta pero no a satisfacción de Cela, que debió de observar que su impertinencia no había causado la impresión que esperaba. [...] Cela es, sin duda, el más ruidoso fenómeno registrado en la literatura española en el medio siglo”.