De principio a fin, el partido se vivió con lágrimas en los ojos, la piel de gallina y un nudo en la garganta, como no podía ser de otra manera. Roger Federer se retiró oficialmente este viernes en la Laver Cup jugando un histórico encuentro de dobles con Rafael Nadal, el rival más importante de su carrera, en el O2 Arena de Londres. La derrota (6-4, 6-7, 9-11 frente a Jack Sock y Frances Tiafoe), sin embargo, fue lo de menos. El suizo, un icono sin igual, se marcha después de haber logrado algo reservado para muy poquitos, casi se pueden contar con los dedos de una mano: trascender más allá del deporte, dejar huella, ser leyenda sin que los títulos o los logros importen lo más mínimo. Federer se va, pero Federer también se queda. Larga vida al rey.
“Ha sido una día maravilloso”, se arrancó el tenista frente al micrófono de Jim Courier antes de quebrarse. “Estoy feliz y no triste. He disfrutado de ponerme mis zapatillas una última vez. He tenido a mis amigos aquí, a mi familia, a compañeros... Estoy muy contento de haber jugado el partido”, prosiguió. “Nunca hubiera esperado todo esto. Yo solo quería jugar al tenis. Ha sido perfecto, lo haría de nuevo. Mi final ha sido como lo deseaba”.
Al final de la noche, mientras Ellie Goulding cantaba su famoso Still falling for you a pie de pista, una imagen vino a resumir lo que es el deporte, pero también lo que es la vida: Federer y Nadal llorando a lágrima viva en una ejemplificación perfecta del final de una era. La confirmación de que todo pasa y todo se acaba, por imposible que parezca. Y la respuesta a pregunta que no está a la vista de todo el mundo: ¿cómo puede alguien romperse en dos por la retirada de su mayor contrario? Es fácil. Por encima del tenista, de la bestia competitiva, está la persona de carne y hueso.
“Mi carrera se suponía que no tenía que haber sido así, jugaba para pasármelo bien con mis amigos”, dijo luego Federer. “He acabado aquí, ha sido un viaje perfecto, lo volvería a hacer. Gracias a todo el mundo por apoyarme, significa mucho para mí”, añadió. “El partido ha sido genial, jugar con Rafa en el mismo equipo, tener a estas leyendas conmigo... Es impresionante, no me quería sentir solo”.
Federer, lógicamente, nunca estuvo solo.
A los 41 años, y obligado por su rodilla derecha, el suizo tomó la decisión de decir adiós a su carrera en la Laver Cup, cambiando sus planes (jugar Basilea en octubre y despedirse en algunos torneos la próxima temporada, incluyendo Wimbledon). Así, forzado por la situación, Federer trazó un plan fantástico, dadas las circunstancias: jugar por última vez al lado de Nadal, el tenista con el que se ha pasado casi dos décadas peleando por la historia en mil rincones del mundo, en un torneo concebido por él (lo gestiona Team8, su empresa de representación) y frente a una grada eufórica, más de 17.000 personas entusiasmadas por presenciar el último viaje del campeón de 20 grandes.
Después de jugar juntos solo una vez (Praga 2017, durante la edición inaugural de la Laver Cup), la pareja de rivales se agarró de la mano en la última noche de Federer. Que el suizo eligiese a Nadal para vivir ese momento dice muchísimo de la relación entre ambos, un ejemplo de que siempre han sido rivales, pero nunca enemigos, y reafirma algo que ya se sabía: es imposible entender la carrera de uno sin la del otro.
A pesar de todo, de los problemas de Federer y de la nula preparación de la pareja, los dos encontraron rápidamente las sensaciones y se entendieron bien, asaltando la red a la mínima oportunidad, protegiendo el fondo con solvencia, jugando de manera armónica y apretando los dientes cuando el cruce se torció en la segunda manga, antes de ver cómo la victoria se escurría en el super tie-break de vértigo en el que llegaron a desaprovechar una pelota de partido ante los despiadados estacazos de Sock y Tiafoe, ajenos a la celebración que se estaba cocinando en el O2.
Fue el último regalo de dos jugadores de película que han revolucionado el tenis moderno desde una rivalidad inmensa que se terminó en la madrugada del sábado con la retirada de Federer y dio paso a una explosión de emociones jamás vista.
Retirarse ganando un Grand Slam debe ser increíble, pero hacerlo con millones de pellizcos en el corazón es mucho mejor.