“¿Él ha vuelto a ser número uno? ¿Ya no hay nadie mejor? ¿Ni tan siquiera Roger Federer?”. Las tres preguntas nacieron atropelladamente de un emocionado niño de siete años, que de la mano de su padre se perdió por uno de los túneles de la pista Grandstand para ver entrenar a Rafael Nadal con Lucas Pouille el miércoles por la mañana. Vestido con una réplica de la camiseta que el español llevó el pasado Roland Garros, el pequeño se sentó en la grada, se embadurnó la piel de crema y aguantó al sol las dos horas que duró la sesión. Allí escuchó algo que le dejó asombrado, tal y como le dijo a su progenitor: el sonido de la pelota de Nadal, desde el pasado lunes ocupante del trono del circuito, le recordó al estruendo de los fuegos artificiales del 4 de julio, el día de la Independencia de los Estados Unidos.
“Ser número uno es energía positiva”, reconoció el campeón de 15 grandes a EL ESPAÑOL antes de debutar en el último grande del año, que arranca el próximo 28 de agosto. “Vuelvo a estar en un lugar en el que no imaginaba que estaría nunca más. Es una sensación bonita y emocionante, aunque también es el premio a haber mantenido la ilusión por lo que he hecho durante toda mi vida”, prosiguió el balear. “He intentado seguir trabajando aunque las cosas no hayan ido rodadas, que es lo que ha pasado estos últimos años con lesiones y con otros problemas”, recordó. “Estoy agradecido a todo el mundo que me ha ayudado a volver a lo más alto. Es el momento de disfrutar de esta situación”.
Nadal, que en enero volvió a competir tras tomar la decisión de cerrar la temporada pasada en octubre para recuperarse de un edema óseo de sobrecarga en la muñeca izquierda provocado como consecuencia de una mala cura de la lesión anterior (en la vaina cubital posterior), celebró este lunes en Nueva York la reconquista de un trono impensable a principios de año, cuando reapareció bordeando la frontera del top-10 (número nueve). El décimo título en Roland Garros, las victorias en dos Masters 1000 (Montecarlo y Madrid) y el trofeo en el Conde de Godó de Barcelona, unidos a la regularidad de sus resultados en la primera mitad del curso (finales en el Abierto de Australia, Miami y Acapulco) y al bache de sus principales adversarios (Novak Djokovic fuera hasta 2018, Andy Murray con problemas de juego y dolorido en la cadera), han llevado a Nadal a ser el rey del circuito justo antes de lanzarse a por el Abierto de los Estados Unidos.
“Creo que estoy preparado porque he hecho las cosas bien durante todo el año”, avisó el mallorquín. “Ahora quedan algunos días de entrenamientos para morir en ellos y llegar lo más competitivo posible al torneo. Obviamente, es mucho mejor aterrizar tras ganar Montreal y Cincinnati como hice en 2013, pero también es verdad que en Nueva York las condiciones son muy diferentes y que llevo un bagaje muy positivo en 2017. Trabajar bien antes de debutar me tiene que servir para que estas dos derrotas no tengan un impacto muy negativo, ni en mi juego ni en mi confianza y creo que no va a pasar”, remarcó el español, el jugador con más victorias (49) del año, a mucha distancia de Federer (35), su máximo perseguidor en la pelea por el número uno de aquí a final de temporada (el primero defiende 280 puntos y el segundo ninguno, tras no jugar nada en los seis últimos meses de 2016).
Así, desde su llegada Nueva York, Nadal ha ido subiendo gradualmente la exigencia en los entrenamientos con la intención de afilar los golpes y adaptar su juego a la velocidad de la pista, que es una de las más rápidas del calendario. Para enterrar las sensaciones de las derrotas ante Denis Shapovalov (Montreal) y Nick Kyrgios (Cincinnati), el mallorquín ha pasado horas con la raqueta en la mano, porque nada se arregla por arte de magia y porque es la única forma de mantener la longevidad competitiva que ha demostrado al recuperar la cima del ranking.
“Obviamente, llego a Nueva York y necesito ganar una serie de partidos para sentir que estoy al 100% otra vez, pero si lo consigo creo que llevo una dinámica buena para encarar el último Grand Slam de la temporada”, reconoció el balear. “Cada torneo a partir de ahora es muy importante para intentar retener el número uno durante el máximo tiempo posible. Al margen de eso, voy a hacer todo lo posible para estar preparado e intentar ganar”.
El año se agota, pero lo que queda es apasionante: a falta de lo que tenga que decir Murray, que puede ser mucho, Nadal y Federer están en posición de jugarse mano a mano el último grande de 2017 y condicionar así la pelea por el número uno. Entre todas las cuentas complejas que existen, y son varias, hay una muy sencilla: si alguno de los dos consigue ganar el torneo el título llegará acompañado del número uno.
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