En el paraíso también hay demonios. Desposeído del halo de invulnerabilidad que tenía en el pasado, Rafael Nadal llega al Masters 1000 de Montecarlo para iniciar la gira de tierra batida europea sin ser el máximo candidato a la victoria en la superficie que ha visto al hombre transformarse en mito.
Después de dominar con firmeza de abril a junio desde que es alguien en el tenis (2005), presidiendo una dictadura como pocas en el mundo del deporte (ocho títulos en Montecarlo, ocho en Barcelona, tres en Madrid, siete en Roma y nueve en Roland Garros), el mallorquín debuta este miércoles en el Principado contra Aljaz Bedene tras haber perdido el control de sus templos de primavera en un 2015 tibio, marcado por el dominio de Novak Djokovic y por su propia ansiedad, que le tuvo maniatado buena parte del año.
En consecuencia, el rey de la tierra asalta su parte más importante del calendario sabiendo que no gana un título importante en la superficie desde 2014 (Roland Garros). El objetivo es claro: recuperar el papel protagonista que perdió de un plumazo.
"No tengo el estrés del año pasado”, explicó el número cinco, que pone en juego 1545 puntos de su ránking hasta después de Roland Garros, una cifra insignificante en comparación con cursos anteriores, cuando debía proteger más de 5000. “Me siento mucho mejor conmigo mismo. Después de Indian Wells, mi confianza ha ido en aumento”, prosiguió el español, recordando cómo las victorias en California (salvando punto de partido contra Alexander Zverev o ante Kei Nishikori, por ejemplo) le han ayudado a despegar. “He tenido buenos entrenamientos en Mallorca. Espero estar preparado. Estoy aquí para esforzarme al máximo en cada partido. No sé hasta dónde puedo llegar, pero haré todo lo posible para jugar bien”.
El discurso de Nadal es cristalino. Los números, como siempre, fotografían la realidad mejor que cualquier cámara. Antes de arrancar la temporada de tierra europea en 2014, el español sumaba un impresionante 93,4% de victorias en arcilla y había celebrado los títulos en Barcelona, Madrid, Roma y Roland Garros el año anterior.
En 2016, el mallorquín ha bajado casi dos décimas esa cifra (91,6%), que aunque sigue siendo asombrosa destapa algo evidente: si durante la última década la tierra era sinónimo de victoria segura para él, hoy es un escenario completamente distinto. Ahora, el trono de la tierra batida lo controla Djokovic. A esa posición aspiran muchos otros (Andy Murray, Roger Federer o Stan Wawrinka), con algunos jugadores emergentes pidiendo paso (Dominic Thiem o Alexander Zverev). Y Nadal, posiblemente el mejor tenista de la historia en albero, está en ese grupo de cazadores.
De perseguido a perseguidor
Así se escribe la historia de un reino conquistado con el apetito como motor principal, apoyado también en el talento y la superación personal. Djokovic necesitó seis años para ganar a Nadal por primera vez en tierra (Madrid 2011), ocho para conquistar todos sus territorios menos París (le ganó la final en Montecarlo 2013 y añadió ese trofeo a los de Madrid y Roma, cerrando el círculo) y empleó 11 hasta batirle sobre la arcilla de Roland Garros, uno de los mayores desafíos del deporte moderno (70 victorias en 71 partidos acumulaba el mallorquín en el segundo Grand Slam del curso cuando Nole le derrotó, cayendo después en la final ante Stan Wawrinka).
“Es el favorito en todos los torneos hasta que alguien demuestre lo contrario”, aseguró el campeón de 14 grandes sobre el serbio, que en tres meses de temporada ha ganado cuatro títulos (Doha, Abierto de Australia, Indian Wells y Miami) con un récord de 28 victorias y una derrota. “Todo el mundo quiere estar en su posición ahora. Cuando se gana es más fácil seguir ganando y cuando se pierde es más fácil seguir perdiendo. Todo se mueve siempre en esas dinámicas, sobre todo cuando hablamos de un jugador increíble como él”, continuó, reconociendo la superioridad del número uno. “Es el jugador del momento y es difícil detenerle. Todo el mundo le ve como el ganador”.
Nadal, sin embargo, sabe también que las rachas acaban en algún momento porque nada es eterno, ni la inspiración del mejor pintor. El mallorquín, obligado a retirarse en su debut en Miami por un golpe de calor, vio a Djokovic ganar sin la brillantez del arranque de año en California y Florida, donde afrontó momentos complicados. La llegada de la tierra (el serbio debutará también este miércoles contra Jiri Vesely) puede abrir la ventana de oportunidad para la que el número cinco lleva tiempo preparándose a conciencia, esperando una señal de debilidad de Nole para lanzarse a la yugular.
A punto de cumplir los 30 años, algo que ocurrirá el próximo mes de junio, el campeón de 14 grandes encara la gira de tierra batida lejos de su mejor versión. Nadal ya no es el tenista más temible sobre arcilla. Ha jugado dos torneos menores en la superficie este mismo curso (Buenos Aires y Río de Janeiro) y en ambos cayó en semifinales y ante rivales inferiores. Lo que le espera (cuatro exigentes citas antes de Roland Garros) no es cualquier cosa. Puede, en cualquier caso, arreglarlo y cambiar el rumbo para salir como un tiro del corazón de la temporada: la diferencia entre rozar la excelencia o alcanzarla se mide en milímetros para un jugador que ha construido su leyenda en la tierra que los jugadores pisarán a diario hasta junio.