La figura del deportista archiconocido ha evolucionado en el tiempo. Del que solo hablaba en el césped al que lo hacía en los micrófonos de cada pasillo. Del que evitaba pronunciarse sobre temas que no tuvieran nada que ver con el fútbol hasta los que aprovechan su posición para influenciar en la opinión pública. El debate sobre qué es lo más correcto, especialmente en términos de marca, apunta a extenderse durante varios años. Pero, hasta que se llegue a una conclusión, figuras como Lewis Hamilton se apuntan a la teoría de LeBron James.
El piloto ya había reclamado la igualdad racial durante el Mundial con diversas polémicas con compañeros y organización, pero esta vez ha sido vía redes sociales y apoyando a Elton John en pro del matrimonio LGTB. "Es increíblemente triste que muchos ahora tengan que sentir que tienen que elegir entre su fe y ser ellos mismos de verdad, y quiero que mis seguidores sepan que yo estoy de vuestra parte y os apoyo, y que os merecéis felicidad". Porque "el amor es el amor" y nadie puede decir algo "distinto".
Un mensaje que continuaba la crítica del cantante hacia el Vaticano: "¿Cómo puede el Vaticano negarse a bendecir el matrimonio gay porque 'es pecado' y al mismo tiempo obtener beneficios invirtiendo millones en Rocketman, una película que celebra cómo encontré la felicidad gracias al matrimonio con David?". Sin ataduras y constantemente en el foco, Hamilton es el ejemplo de compatibilizar deporte de élite, creación de ingresos y movilización social.
La referencia de LeBron
El jugador de la NBA se convirtió en protagonista de titulares de todo el mundo tras un pequeño rifirrafe con Ibrahimovic. Dos figuras del deporte muy respetadas. Dos bestias en lo suyo. Dos rostros que mueven millones. LeBron defendía que, dada su condición de estrella, iba a luchar por aquellos ideales políticos o sociales en los que creyera. El sueco, todo lo contrario, criticó que los deportistas hablaran de esos aspectos. La 'bomba' estalló y el cruce de declaraciones se extendió algunos días.
Sin embargo, la teoría de LeBron está muy clara: "Nunca me callaría cosas que pienso que están mal. Predico sobre mi gente y sobre igualdad, injusticia social, racismo, supresión de voto y cosas que afectan a mi comunidad". Y solo hay que remitirse a los hechos.
Más allá de aquellas campañas sociales que impulse el jugador, en la última temporada de la NBA fue uno de los nombres que puso en jaque a la competición y hasta al por entonces presidente Donald Trump. LeBron, como todos los jugadores, se plantaron durante la burbuja de Orlando pidiendo campañas sociales por parte de la NBA. Luchar por la igualdad racial o fomentar el voto entre las minorías eran algunas de las reclamaciones que se hicieron.
Era una forma de combatir todo aquello que representaba el presidente republicano. De hecho, LeBron James extendió su guerra particular con el mandatario estadounidense a las redes sociales. Su cuenta oficial se convirtió en el escenario perfecto para la representación teatral de la máxima oposición al líder del país. Y todo ello no le afectó en absoluto. LeBron James sigue siendo un potencial económico y deportivo. Y el título de la NBA así lo confirma.
Hamilton, un fiel más
El británico es una figura muy similar a la de LeBron James. La diferencia, sin embargo, puede que resida en las formas. LeBron apuesta por estrechar lazos con todos mientras que Hamilton siempre ha optado más por el camino de la polémica. Incluso se pactó con la NBA el procedimiento a seguir para lograr avances sociales. Pero Hamilton va por libre. Sus batallas por esas reivindicaciones incluso han generado cierto malestar en la parilla. Para analizar todas esas situaciones hay que ir poco a poco.
Ya en junio, en pleno caso George Floyd, pidió derribar todas las estatuas de "hombres racistas" que hubiera por todo el mundo. Un reto que lanzó a los gobiernos de cada territorio. Un mes después, Hamilton se sumó al Black Lives Matter con todo lo que tenía en sus manos.
No solo con gestos, sino también con vestimenta. Camisetas, mascarillas y frases estampadas ante la más mínima oportunidad. Además, apostó por la crítica a aquellos pilotos como Carlos Sainz o Verstappen que se negaron a hincar la rodilla porque, según defendieron, lo importante no eran los gestos sino los hechos en la vida diaria. "Algunos de vosotros sois las estrellas más grandes, pero permanecéis en silencio en medio de la injusticia", señaló Hamilton.
Y su incidencia llegó a tal punto que la FIA le respondió de manera indirecta. La organización prohibió cualquier equipación que no fuera la oficial, incluidas mascarillas y casco, para evitar que durante las celebraciones tras las carreras se pudieran portar camisetas con diferentes lemas políticos o sociales. Pero el camino no ha hecho más que empezar. Como él mismo aseguró este febrero, "el cambio todavía es necesario". "Debemos seguir presionando para hacernos responsables a nosotros mismos y a los demás".
Cambiar el mundo y mover millones
Los dos jugadores coinciden en algo: sus rentas. Son representantes del dinero que se mueve en el mundo del deporte. De cómo un deportista puede convertirse en el mayor activo de una empresa. En cómo gestionar también una riqueza difícil de controlar y que en más de un caso ha acabado por consumir a la persona para dejar con vida solo a un personaje sin más aspiración que gastar lo más rápido posible su cuenta bancaria.
En el caso de LeBron James se calcula que cobra algo más de 30 millones de euros por temporada con los Lakers. A todo ello habría que sumarle los ingresos por publicidad y demás vías de generar dinero que, en casos como los de la NBA, son numerosos. El caso de Hamilton es algo diferente.
Porque el británico, si por algo se ha caracterizado en estos últimos meses, es por su forma de presionar. Su futuro en la Fórmula 1 incluso se puso en entredicho. No se sabía dónde iba a correr. Quizás pudiera incluso retirarse si no le convencía ninguna oferta. Tiró lo máximo de la cuerda para que Mercedes, en plena crisis por la Covid-19, cediera ante sus exigencias. Y en parte lo hizo.
Contra reloj y con toda la expectación generada, Hamilton cerró su contrato por un año con la escudería. En total cobrará 45 millones de euros, lo mismo que si se suma a cuatro pilotos como Alonso, Sainz, Verstappen o Vettel, todos ellos con cierta experiencia en el mundo del automovilismo. Será el que más cobre de todo el circuito, doblando al segundo -Verstappen- obligando a Mercedes a controlar al máximo el gasto.
Sin embargo, el pulso de Hamilton no fueron solo los 45 millones de euros por temporada, sino la aportación social. Y es ahí donde entra el peso de una estrella. Porque Hamilton logró acordar con Mercedes la creación de una fundación que trabaje por la diversidad e inclusión en el mundo del motor. Ese granito de arena que pone el piloto en busca de esa sociedad soñada.
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