"Es el lugar más perfecto del mundo para relajarse". Con esa grata bienvenida y su sonrisa inconfundible dibujada en su rostro nos recibía en su propia casa Nasser Al-Attiyah, reciente ganador del Rally Dakar. El histórico piloto catarí ha levantado su cuarto Touareg hace tan solo unas semanas en las dunas de Arabia Saudí y ya tiene nuevos objetivos en mente. Y uno era mostrarnos su casa de Castellfollit del Boix, en Barcelona, para contarnos algunos de sus secretos y compartir algunas de sus experiencias.
EL ESPAÑOL ha podido comprobar de primera mano la generosidad de Nasser, su amabilidad y su hospitalidad. Y también, como no, su amor por el motor, la velocidad, la adrenalina y esa nula sensación de tener el peligro cerca. Al-Attiyah es un auténtico mago y sus manos lo demuestran en cada curva y en cada frenada, aunque provoque que a sus copilotos se les salga el corazón por la boca a cada segundo. En este caso, a un servidor.
Le preguntaba a quien había sido su guía en el Dakar, Mathieu Baumel, que como podía hacer para sobrevivir al lado de Nasser durante tantas horas al día y además ser capaz de acertar con la navegación y con la planificación de la carrera. Ni él mismo sabía la respuesta, pero lo cierto es que entendía mi sorpresa.
Junto a toda la formación de Toyota, encabezada por el equipo de Toyota Gazoo Racing, y a la inestimable compañía de su amigo Isidre Esteve, Al-Attiyah nos hizo pasar un día que algunos nunca olvidaremos. Un día de puro Dakar, de automovilismo, de polvo y de muchas emociones y alegrías. Nasser hizo gala de un trato muy cercano y gentil para que me sintiera como en mi casa cuando en realidad él era quien estaba abriendo las puertas de la suya con total normalidad.
Así comienza mi día
A pesar de lo duro que suponía un viaje de ida y vuelta en el día desde Madrid hasta Barcelona en tren y autobús, la oportunidad de conocer a una leyenda de semejante calibre en persona merecía la pena. Además, era el momento perfecto para ver y apreciar todos los detalles del pilotaje de un súper dotado, de un elegido.
Una persona capaz de representar a su país en unos Juegos Olímpicos y de ganar una medalla de bronce en tiro sin bajarse de los coches más salvajes del mundo. En ellos lleva brillando durante décadas y promete seguir haciéndolo mientras le sigan quedando fuerzas e ilusión de ponerse a punto en su inmensa finca en España.
Nada más llegar a la Nasser Racing Camp, perdida entre las colinas de la provincia de Barcelona y junto a un pueblo de poco más de 500 habitantes como es Castellfollit del Boix, te das cuenta de la inmensidad de aquello. Las personas más cercanas a su equipo, las que lo patean día a día para acondicionar su casa y todos los circuitos de los que dispone, te dicen que allí tiene más de 300 hectáreas de terreno. Algo así como mirar a cualquier punto del horizonte y que todo lo que se vea sea de su propiedad.
Hablando con uno de sus ayudantes me decía que Nasser probablemente tenga allí unos 10 o 12 circuitos diferentes. De todos los tipos. Más largos, más cortos, para practicar con la arena las pruebas de raid o para apurar su preparación para otro tipo de rallys con muros y árboles a escasos centímetros de la trazada correcta. En definitiva, un paraíso de buen clima, buena gastronomía, descanso y paz. Allí no molesta a nadie y eso es fundamental para él, ya que los zumbidos de sus Toyota resuenan durante kilómetros y las nubes de polvo que levanta parecen el apocalipsis.
Él presume de emplazamiento y no de casa porque allí puede hacer lo que le dé la gana. Su equipo de prensa me comentaba que puede pasar allí buena parte del año, aunque en estancias cortas. Raro es el mes que, cuando las competiciones se lo permiten, no aparece por allí a desfogarse un poco y encontrar la paz. En este caso, hacía tan solo unos días que había estado compitiendo en la Extreme-E con rivales de la entidad de Carlos Sainz o Sebastien Loeb.
Nasser allí lo tiene todo y además, muy cerca. Tiene el aeropuerto de Barcelona a tiro de piedra para moverse por Europa. Tiene una fácil comunicación con Marruecos para bajarse a entrenar a los rallys de la zona o incluso a Aragón, donde sueñan con verle hacer magia en cada edición de la Baja.
Por eso, cuando se le preguntaba que por qué había lanzado allí su proyecto de la Nasser Racing Camp y no en Catar, lo tenía claro: "Adoro pasar tiempo en España. Me gustaría hacerlo en Catar también, es mi próximo paso. Este es el lugar perfecto para relajarse con familia y amigos. Es un lugar ideal, recibo mucho apoyo aquí, es el mejor sitio del mundo para mi academia, me gusta juntar a todo el mundo aquí".
Así hablaba Nasser de su inmensa masía de la que solo tiene acondicionada una parte porque realmente no necesita más. Mejor casi que de su propio país o de alguna de sus victorias. Su amor por esta tierra es palpable y real. Después de su declaración de estima hacia Castellfollit y hacia Barcelona, Nasser participó en un pequeño acto organizado por Toyota junto al otro héroe del día, un piloto al que admira profundamente y al que respeta, algo muy importante en las carreras: Isidre Esteve.
El catalán es otro habitual del Rally Dakar y de las pruebas de máxima exigencia. Múltiple campeón de España de rallys y de enduro y subcampeón mundial y europeo de la especialidad. En las últimas décadas se ha convertido en toda una personalidad dentro de la carrera que organiza David Castera y ha llegado a quedar en el Top4 en la categoría de motos en los años 2001 y 2005. Sin embargo, en el 2007, un desgraciado accidente en la Bajo Almanzora le provocó fracturas en las vértebras T7 y T8, quedando parapléjico.
Lejos de rendirse, Isidre se convirtió en un ejemplo de constancia y superación y regresó al Dakar en la categoría de coches convirtiéndose en un piloto habitual del Top30. Sin embargo, como él mismo me explicaba, la diferencia con los primeros es que ellos son supremos y están un poco por encima de la élite.
Sin embargo, el próximo curso confía en dar un salto de calidad. De la mano de Toyota confía espera mejorar sus prestaciones y poder llevar un vehículo de la categoría T1 plus, los cuales emplean unos neumáticos muchos más grandes y una tecnología puntera, adaptada a las nuevas normativas y no a las anteriores.
Isidre me confesaba que no sabe cuál puede ser su objetivo porque eso lo marca la carrera y en un Dakar sucede más que en cualquier otro sitio. No obstante, mira hacia el Top10 con ambición y con mucha motivación. Para prepararse tiene el objetivo fijado en la Baja Aragón y el Rally de Marruecos, dos pruebas emblemáticas.
Después le volvió a pasar de nuevo el micrófono a su compañero que, en homenaje a su brillante y reciente victoria, le juró fidelidad y amor a su marca para después dejar una profunda reflexión: "Lo más duro de todo es estar tanto tiempo lejos de la familia entre la época de competición y de entrenamientos". Nasser terminó el Dakar y se embarcó en diferentes pruebas antes de debutar en la Extreme-E, de la cual se bajó para acudir a este encuentro. Y mientras tanto, compite durante todo el curso por el nuevo Campeonato del Mundo de Rally-Raid.
A pesar de su ajetreada vida profesional, Nasser no da muestras de cansancio y cada vez que se monta en un coche lo disfruta: "Yo adoro esto", me decía sin perder su sonrisa. Fue la antesala de uno de los momentos grandes del encuentro, cuando el catarí nos invitó a comer en su propia casa a todos los presentes. Una gran barbacoa cortesía del nuevo rey del Dakar.
Con la adrenalina ya en el cuerpo de tener que copilotar con los dos grandes campeones, lo cierto es que la comilona pasó a un segundo plano. Eso sí, un nuevo detalle que marca que Nasser es un anfitrión de altura y que gusta de tener a todo el mundo a su alrededor contento y satisfecho. No faltó la carne ni la atención de todo su servicio de catering.
Comienza el copilotaje
Ya por la tarde llegó el plato fuerte. Nos desplazamos hasta uno de los circuitos de la Nasser Racing Camp y ahí apareció Al-Attiyah a los mandos de su Toyota GR DKR Hilux del equipo Gazoo Racing con el dorsal 201. El mismo con el que había vencido a Sebastien Loeb en su batalla en Arabia Saudí. Sin embargo, no sería mi primera gran prueba de la tarde.
La experiencia inicial fue con Isidre Esteve, una sesión de copilotaje a modo de transición dulce antes de la montaña rusa de emociones que ofrece el catarí. Con Isidre todo es más tranquilo, pero también más técnico. Es una maravilla verle dominar todos los controles de su coche solo con las manos y con unos sistemas que acciona moviendo las diferentes posiciones del volante.
A pesar de que su coche corre menos, una media de unos 30-40 kilómetros por hora menos respecto al de Al-Attiyah, Isidre no rehúye ningún obstáculo y sabe hacerte disfrutar del antes, del durante y del después. Segundos antes de ponernos en marcha con un trompo espectacular, el catalán me ganó por completo.
Me hizo saber que para él también era un privilegio ser el primer piloto que me llevaba en una experiencia de este tipo. Un detalle de persona humilde y entregada a su pasión. Poco después me confesaba también que, después de su duro trance y de decidir dar el salto a los coches, se dio cuenta que hay una edad para todo y que, aunque no hubiera tenido ese grave accidente, también habría tomado la decisión de cambiar de categoría.
Después ya fue momento de disfrutar y de ver la capacidad que tiene como piloto Isidre Esteve para poner su coche, de prestaciones reducidas, al límite. Me impresionó cómo es capaz de gestionar todo con la fuerza de los brazos, cómo le gusta pisarle en rectas de apenas unos metros hasta rozar los 100 kilómetros por hora o el paso tan fino que tiene por curva. Además, para hacerme disfrutar, jugó con diferentes trayectorias y con derrapadas de todo fondo. Unas vueltas para el recuerdo por el piloto y la persona.
Sin embargo, la aventura no estuvo exenta de un susto. En una de las curvas más arriesgadas del circuito, Isidre tuvo un problema técnico por culpa de un descuido. El catalán suele llevar un sistema de protección para ajustar sus piernas al asiento, pero se le pasó activarlo. Por ello, en mitad de ese giro peligroso, tuvo que abortar su maniobra con un gesto técnico espectacular para detener su Toyota y poder asegurarse su arnés de seguridad. Un susto que solventó de la manera más natural y sin que ni siquiera hiciera falta mi ayuda. Ofrecida estaba eso sí.
Tras la primera toma de contacto, momento del plato fuerte de la jornada. Una vez colocado el balaclava y el caso, llegaba el turno de subirse con Nasser en el coche. Su propia gente me había dicho en varias ocasiones que cuidado, lo que es cuidado, no tiene. Arriesga al límite aunque sea una simple exhibición. Vive en el alambre y pocas cosas le preocupan salvo ir rápido sobre cuatro ruedas. Y enseguida me di cuenta. Antes de arrancar, una conversación tímida en inglés y una confesión por mi parte: había merecido la pena un viaje tan largo para estar sentado al lado de una estrella.
Después de eso, ni una palabra. Solo la preocupación de sobrevivir en cada curva porque Nasser te pone al límite. Es un genio, pero verle pilotar a una sola mano a 130 kilómetros por hora, derrapando, saltando y cayendo sobre una sola rueda impresiona. Viendo como el coche se le va, pero en el último momento es capaz de recuperar el mando y cuadrarlo de nuevo en la trazada correcta. Pasando a escasos centímetros de paredes de tierra y de árboles. Es como caer por una cascada de velocidad y adrenalina. Al borde del infarto, pero sin tiempo para el sufrimiento. Solo con una sensación de explosión por dentro y el deseo de que no se acabe nunca.
Tras todo ese cúmulo de sensaciones casi indescriptibles solo quedaba aguantar la respiración hasta el final. Y una vez sobre suelo firme, reconocerle lo único que se me pasaba por la cabeza después de haber sentido semejante demostración de destreza: "Eres magia Nasser, haces feliz a la gente con esto". Fue la primera vez que vi cambiar su habitual sonrisa por un total gesto de agradecimiento. Había captado el mensaje a la perfección, había percibido lo que yo había sentido y los dos nos dimos cuenta de que todo había merecido la pena, que era el propósito final.
El final de fiesta
Después de esos dos momentos increíbles, unos seis minutos cortos y rápidos, pero muy intensos, fue momento para regresar a la masía para la traca final del show. Una experiencia que nada tenía que ver con el Dakar y sí con los rallys. Primero, la tercera prueba de copilotaje. Esta vez en un tramo de puro rally, de más de 7 kilómetros y que se hacía largo comparado a lo anterior. Una adrenalina más sostenida, pero igualmente yendo al límite mientras el doble campeón de España Pepe López era capaz de encontrar límites que mi imaginación veía imposibles.
Comenzamos la prueba por una pequeña carretera de asfalto hasta que nos perdimos en la inmensidad del bosque de Nasser. Ahí, Pepe tomó la tierra y llevó su Toyota Yaris GR a otra dimensión. Me demostró cómo un coche aparentemente tan pequeño puede ser tan grande y tan versátil. Que capacidad de absorber baches con una suspensión a priori tan dura y de dibujar un terreno tan roto y complicado. Lógicamente, las manos de Pepe también marcaban la diferencia. Una vuelta formidable en un estilo diferente a los de Nasser o Isidre, pero igualmente espectacular.
Los allí presentes intercambiábamos impresiones y todos estábamos de acuerdo. Había sido una grata sorpresa que había superado todas las expectativas. Había sido comparable a la emoción que suponía copilotar con dos bestias del Dakar. El hecho de haber sido un recorrido más largo y más completo también jugaba a su favor. Pero lo cierto es que no había tenido nada que envidiar.
Tras la última sesión de copilotaje me tocó pasar a los mandos. Esta vez solo, para que mis manos cortas de experiencia y de talento no pusieran en peligro a nadie. Pero lo cierto es que pude disfrutar como un niño pequeño de lo divertido que es pilotar en un circuito adaptado, ancho y sin peligros con un coche que permite tanto como el Yaris GR Sport. Un vehículo de pequeño tamaño y de grandes prestaciones gracias a sus 261 CV de potencia y a su tracción a las cuatro ruedas con su sistema de frenos deportivos.
Lo cierto es que fue una auténtica pasada poder derrapar, deslizar y poner al límite este coche teniendo en cuenta las reducidas destrezas del que iba al volante. Una nueva prueba dentro de una gran jornada para el disfrute. Verte entre tanto profesional, levantando polvo sin parar entre fotógrafos y pilotos del más alto nivel te hacía sentir también alguien importante.
Fue el final soñado para un día muy grande gracias a todo el equipo de Toyota, al buen trato de una leyenda con 17 Dakares a sus espaldas como Isidre Esteve y a la amabilidad de una leyenda como Nasser Al-Attiyah.
Un privilegio enorme que uno de los pilotos más grandes de la historia te abra su casa y te cuente algunos de sus secretos mientras te pone al límite rozando velocidades de vértigo. Con muchas emociones y experiencias en la mochila, fue momento de volver a subirse al autobús y emprender un camino hacia la capital que tenía escondido un viaje de vuelta en tren repasando lo que había sido una jornada de ensueño.
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