Dos selecciones, dos deportes diferentes y dos resultados diametralmente opuestos. El balance que dejan en este 2022 los combinados nacionales de baloncesto y de fútbol son como el día y la noche, un contraste exagerado que comprende desde el éxito más inesperado que sorprendió a todo un continente, hasta un fracaso estrepitoso que también dejó con la boca abierta al planeta entero.
Jugando con las manos, España fue campeona de Europa de una manera increíble. Con una generación nueva que debía acusar la falta de las que durante tantos años habían sido sus grandes referencias, el equipo dirigido por Sergio Scariolo se hizo con el Europeo cuando nadie apostaba por ellos. Su forma de avanzar en el campeonato maravilló a cualquier aficionado, y la victoria sobre Francia, una de las grandes favoritas, en la final, puso la guinda.
Con los pies, sin embargo, todo fue mucho peor. El Mundial de Qatar certificó el fracaso de Luis Enrique al frente de la Selección con una actuación más que discreta. Después de sufrir en la fase de grupos, España se volvió a quedar en el mismo lugar que cuatro años atrás, en los octavos de final, y además abdicando ante un rival menor como el combinado de Marruecos. Este derrumbe terminó con el ciclo del preparador asturiano al frente del equipo.
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Del abismo al cielo
Si había una selección en el deporte nacional que planteara dudas o que se enfrentara a un futuro de lo más incierto, esa era seguramente la de baloncesto. Tras haber sido uno de los grandes sustentos del deporte español durante los últimos años, en el balance de éxitos aparecen medallas en los Juegos Olímpicos, Europeos e incluso Mundiales, todo ello gracias a una generación de oro casi imposible de igualar.
Sin embargo, esa increíble hornada de jugadores se agotó casi al completo justo antes del Europeo 2022. "Tenemos clara cuál es nuestra realidad, la asumimos, vamos con la mayor motivación posible", aclaró Sergio Scariolo en el momento de dar la lista de 12 convocados definitiva para este torneo. Casi con resignación, así acudía España a una competición en la que no aparecía por ningún lado en las quinielas de posibles ganadores.
Con los hermanos Gasol ya fuera de juego, y hombres como Ricky Rubio y Sergio Llull lesionados, se abría un páramo en el que Rudy Fernández era el último y único superviviente de aquel grupo maravilloso de jugadores. Junto a él, los hermanos Hernangómez estaban llamados a tirar del carro, y además el ambiente se vio enrarecido con la nacionalización de Lorenzo Brown, con todos los focos sobre su figura.
Sin embargo, el deporte deja lugar de vez en cuando para escribir hazañas que nadie espera, de ahí su grandeza. Eso, y que Sergio Scariolo es lo más parecido a un mago que hay en un banquillo de baloncesto, porque bajo su batuta se hizo realidad el milagro. Encuadrada en el mismo grupo que Turquía, Montenegro, Bélgica, Bulgaria y Georgia, España superó la fase de grupos con una gran autoridad.
Todo iba ya mejor de lo previsto, pero parecía que el techo de la Selección podía estar en los cruces. Allí apareció Lituania, siempre un hueso duro de roer, pero los de Scariolo lo consiguieron y entonces empezaron a ilusionarse. El siguiente paso fue dejar en la cuneta a Finlandia en los cuartos de final.
Con el combinado nacional en semifinales, el papel de España había sobrepasado ya las mejores previsiones, pero en el equipo no se conformaron. Pensaron que, ya llegados a este punto contra todo pronóstico, podían seguir asombrando a todo el continente. Por eso eliminaron a Alemania en las semifinales y se plantaron en la final cuando nadie lo esperaba.
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Allí aguardaba Francia, seguramente la gran favorita, así que toda la responsabilidad era para los galos. El camino de la lógica decía que tenían que ser los bleus los campeones de Europa, pero España firmó un partido perfecto. Con menos sufrimiento que en el resto de los cruces se impusieron y los de Scariolo se proclamaron campeones de Europa en una gesta que será recordada durante mucho tiempo por todos los condicionantes previos.
El hundimiento
La historia fue muy diferente en la selección española de fútbol. No es que se esperara del combinado que dirigía Luis Enrique un éxito a la altura de lo sucedido en 2010, pero lo que tampoco entraba dentro de los planes era un descalabro de este tipo en el Mundial de Qatar. España, después de dejar muchas dudas en la fase de grupos e incluso haber estado virtualmente eliminada en la última jornada durante algunos minutos, se estrelló contra un equipo menor como Marruecos en los octavos de final.
El ambiente que envolvía a la Selección con Luis Enrique al mando nunca ayudó a generar un entorno de unidad. Más bien todo lo contrario. Las extravagancias del seleccionador y las malas formas con las que se despachaba en muchas de sus apariciones públicas ante los medios de comunicación, generaron un clima de división entre los que le apoyaban y los que querían que se marchara.
Ya su convocatoria para el Mundial de Qatar fue criticada, empeñado en dejar a algunos de los mejores jugadores nacionales en determinadas posiciones fuera de la lista, futbolistas que además estaban en un gran momento de forma. El entrenador asturiano terminó siendo víctima de su propia elección de piezas porque el día de la eliminación ante Marruecos, España demostró no tener una alternativa de juego ni liderazgo sobre el campo, algo que podrían haber aportado algunos de los que se quedaron en casa.
El inicio de la competición fue realmente bueno. La goleada por 7-0 ante Costa Rica en el estreno maravilló a cualquiera e hizo que España ganara varios peldaños en el ranking de favoritas. Aquí sí, en el fútbol, se contaba con que la Selección podría llegar relativamente lejos, como mínimo hasta los cuartos de final.
Sin embargo, el globo se fue desinflando paulatinamente hasta quedarse del todo vacío. El empate contra Alemania puso los pies sobre el suelo. El primer rival serio (que aún así cayó en la fase de grupos) frenó el espíritu optimista y además la sensación que dejó aquel encuentro es que, de haber durado unos minutos más, el triunfo hubiera caído del bando germano.
En la última jornada de esta fase de grupos se rozó la tragedia ante Japón. Los nipones desdibujaron por completo a una España irreconocible que llegó a estar fuera durante unos instantes. Luis Enrique no encontró reacción desde el banquillo, y ahí el equipo comenzó su caída en picado.
A duras penas, la Selección se plantó en los octavos de final siendo segunda de grupo. En teoría se quitaba a Brasil de su lado del cuadro y tenía un cruce más o menos asequible contra Marruecos. Los africanos, sin embargo, eran la revelación del torneo. Pese a ser inferiores en calidad a los españoles, los de Regragui se defendieron, maniataron a una España totalmente impotente y superaron la eliminatoria.
Aquello puso el fin a la era de Luis Enrique en el banquillo español, una despedida inevitable después de que, cuatro años después de su llegada, no haya conseguido volver a forjar un equipo ganador y un grupo reconocible en la Selección.