Sobre la mesa de una de las salas de su despacho de abogado hay varias carpetas repletas de recortes de artículos y entrevistas, impresiones de páginas de hemeroteca, y una carpeta roja en la que alguien ha escrito: “Por qué no acepté ser ministro”. Bajo la cuestión, y en doble subrayado, las siglas “UCD”. Óscar Alzaga (Madrid, 1942), catedrátido de Derecho Constitucional, formó parte de la Unión Centro Democrático (UCD), fue diputado del Congreso desde 1977 a 1985, fundó el Partido Demócrata Popular (PDP) y en su currículo destacan todas las veces que ha rechazado ser ministro de algo. Primero le dijo no a Adolfo Suárez, que le ofreció la cartera de Educación y de Administración Territorial. Luego, tres noes más a Leopoldo Calvo Sotelo, tras proponerle Defensa, Cultura y Justicia. “Yo no era político profesional. Por entonces ya pensaba más como Catedrático, que como político”. Y a los seis años se apeó de la carrera (de San Jerónimo).
Acaba de donar siete pinturas al Museo Nacional del Prado. “Es una donación incondicional”, explica Alzaga a este periódico, en su despacho donde ya no recibe clientes sólo a doctorandos. “Nosotros siempre pensamos que lo mejor debíamos donarlo”, ese plural mayestático incluye a su mujer, Isabel Alzaga. Ambos han viajado por Europa, por sus museos, por sus casas de subastas y allí ha sido donde han ido adquiriendo su colección, en casas de subastas. Nunca en galerías, “porque es un 20% más caro”.
“La forma de comprar de un gran empresario no tiene nada que ver con la forma de comprar de un profesional del derecho”, explica. “Una subasta es una manera de comprar más asequible. Depende de la suerte que tengas”. También las prefiere porque el cuadro se expone durante dos semanas, pide informes, investiga, comprueba la conservación y pregunta a amigos especialistas. “Eso no lo puedes hacer en una galería”.
Sin ánimo de lucro
Así han reunido juntos unas 40 obras, la práctica totalidad compradas tras su retirada de la política, que fue su “peor momento económico”. Cuando regresó a la abogacía lo hizo “con bastante éxito” y ganó “dinerito”. Con los buenos pleitos ganados, se pasaban por las subastas de Londres a gastar los honorarios.
Hace dos años, por una carambola de un museo provincial que no quiso atender una donación, llegó a oídos de los conservadores del Prado su decisión de compartir parte de lo que había comprado desde su retirada como político. Y así, durante dos años y casi una decena de visitas y pruebas, los científicos del museo seleccionaron siete obras, las que quisieron: Alegoría de la redención (1587), de Jacopo Ligozzi; Imposición de la casulla a San Ildefonso, de Juan Sánchez Cotán; San Jerónimo penitente (1640), de Francisco Herrera el Viejo; Inmaculada (1645), de Antonio del Castillo; San Juan Bautista, de Antonio Rafael Mengs; Paisaje (1852), de Eugenio Lucas; y el extraordinario retrato infantil de Manuela Isidra Téllez-Girón, futura duquesa de Abrantes (1797), de Agustín Esteve.
Isabel y Óscar han viajado por todo el mundo, visitaron museos, compraron arte y les llamaba la atención que la mayoría de la obra expuesta en los museos alemanes y estadounidenses es donada. “En la National Gallery de Washington, más del 90% de la colección expuesta son donaciones privadas”, comenta el cofundador de la agrupación ilegal Unión de Estudiantes Demócratas, en 1962. También formó parte de Izquierda Demócrata Cristiana, entidad también ilegal durante el franquismo.
Ha legado lo más importante de su patrimonio al museo y, al parecer, no ha pedido una sala con su nombre ni grandes alharacas que lo celebren. Todo lo que compró fuera lo incluyó en el Registro histórico nacional, “cosa que los coleccionistas no suelen hacer”, para que hubiera constancia. No quiere ser ejemplar de nada, quiere animar a otros a que sigan su camino y hagan de lo privado algo público. “La donación es algo natural. Si se quiere a los cuadros es lo mejor que puedes hacer por ellos”, añade.
Una Constitución nueva
El Catedrático de Derecho Constitucional explica que el Estado, en una sociedad contemporánea europea, “tiene que contribuir al desarrollo de los intereses culturales de la colectividad”. “Esos intereses son comunitarios, no particulares. El Estado debe tener entre sus fines un esfuerzo de largo aliento en ese terreno”. Es prudente y silencioso, Óscar Alzaga mide sus palabras al contar que para alcanzar todos estos objetivos se debe tener un marco constitucional “óptimo, modernizarlo, actualizarlo”.
“Es un disparate tener la Constitución congelada. Fue estupenda la Constitución del 78, pero hay que mejorarla. No es la Biblia. No es un texto sagrado prescrito para ser inmutable”, subraya uno de los participantes en aquella norma que hoy se agrieta como una obra de arte antigua y sin cuidados.
El coleccionista convertido en mecenas tenía su bufete al lado del Prado y cada vez que le anulaban un almuerzo, su secretaria le preguntaba si debía decir en casa que iba a comer o iba al Prado. “La mitad de las veces iba al museo”. Alzaga repasaba en una hora la pintura italiana o los retratos de Sánchez Coello, relacionaba pinturas, hasta que se hacía la hora de volver a los pleitos. “Estableces una relación con el Prado y forma parte de tu vida. Y estás en deuda”.