Mis bodas de plata con Alejandro Sanz
Anoche, en el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, fueron dos horas maravillosamente previsibles. Tarareando las de siempre.
7 diciembre, 2016 11:15La media de duración de un matrimonio en España es de 15,8 años, según el Instituto Nacional de Estadística, pero yo anoche celebré mis bodas de plata. Mis bodas de plata con Alejandro Sánchez Pizarro, también conocido por los presentes como Alejandro Sanz. A mis 15 años me llevó mi hermana a escuchar a un chaval de apenas 1,70, flaco entonces como un junco, gomina y un chaleco color café con leche que cantaba aquello de Se le apagó la luz acompañado de una guitarra.
En el antiguo pabellón de baloncesto del Real Madrid se me despertó un amor por el de Moratalaz que se ha mantenido firme estos 25 años. No me he perdido ni una gira a su paso por Madrid, lo he visto también en Elche y en su primer concierto en Nueva York, en el Beacon Theatre de Broadway, interrumpido en numerosas ocasiones ante el fervor de las presentes por subirse al escenario. También he mantenido firme la promesa de estar siempre sentada en sus conciertos: nada de desmayos ni empujones por tocarle la pierna, tampoco ganas de tirar sujetadores. Debe ser que nací mayor para estas cosas.
Decir hoy que te gusta Alejandro Sanz te convierte, para muchos, en una loser y lo que es peor, en una moñas sin remedio. También es un ejercicio de valentía admitir que no te sabes ni una canción de Rufus Wainwright, pero que reconoces las canciones de Sanz apenas empezados un par de acordes. Ya saben, aquí nadie hace la compra en Mercadona, baja la basura en zapatillas de andar por casa y llora con los anuncios de El Almendro. Todos somos cultos, Reading is sexy, vamos a sitios estupendos, no salimos del Museo del Prado y nunca hemos tenido un mal día en una foto. Ya.
Me lo canté todo
Cumplí mis bodas de plata haciendo cosas que nunca he hecho, como ir sola y atacar el merchandising. Me quedé con las dos últimas camisetas decentes que quedaban, para odio de las presentes, y me sentí ganadora de la noche. Me lo canté todo, me lo bailé todo (si piensan que los conciertos del señor con acento de Miami-Cádiz-y-lo-que-surja son de encadenar balada tras balada no saben lo que se pierden), me lo lloré todo y me quedé sin voz por jalear a ese señor que sigue siendo bajito, pero ha ganado más Grammy que nadie en este país (un saludo cordial para los haters).
Confieso que tenía ganas de escribir este artículo. De recordar a los presentes que Sanz, a sus casi 48 años, es además del autor de Corazón partío (“Si no se la sabe no te lo tires”), nuestro man-next-door por excelencia. Su físico no amenaza, cae bien en general y ha conseguido algo por lo que muchos baladistas alimentados por sus fans padecen, que no es otra cosa que morir profesionalmente pasados los 40.
Yo misma he tenido ganas de asesinarle por sus últimos tres discos (Sanz, como a todos, se crece en el fango, por eso sus mejores discos son los de su divorcio, el hijo secreto y la traición del mayordomo, puritito culebrón), pero a la que gente a la que quieres le toleras estas cosas y más.
Anoche, con el mismo disco de la gira anterior, Sirope, agotó las entradas en el Palacio de los Deportes durante dos días seguidos (me lo respeten, por favor). Anoche me acordé de algunos colegas por los que las colas y el fervor por un imberbe nacido en Canadá que se llama Justin Bieber escribieron líneas llenas de suficiencia. Por las madres, por las hijas. Pues bien, déjenme decirles que para estas cosas me manifiesto ultraliberal: es mi dinero, así que lo gasto en lo que me viene en gana y me hace feliz.
Anoche fueron dos horas maravillosamente previsibles. Tarareando las de siempre, riéndole las gracias a un señor nacido en diciembre del 68 que dijo: “Te quiero de cojones” al terminar el concierto. En la pantalla apareció entonces el siguiente mensaje: “¿Queréis más? 24 de junio de 2017”. “Aquí nos vemos”, me dijo la que se sentaba a mi lado y que también celebraba sus bodas de plata. Y nos dimos dos besos. Y que larga vida a Alejandro Sanz, mal que os pese, intensos.