La quijotesca aventura, como ellos mismos la definieron, tuvo su génesis en un bar, entre cañas, haciendo alarde de ese impulso tan característico del macho español del ¿a que no hay huevos? Los periodistas Carlos Crouselles y Javier Bueno, recién aterrizados en la redacción del periódico España Nueva, un vespertino políticamente agresivo y de tono combativo, terminaron su jornada laboral y se bajaron a una taberna cercana, la Maison Dorée, en plena calle Alcalá, a rebajar el calor madrileño.
Ante la apatía informativa característica del periodo veraniego de 1906, ambos reporters, que se lanzaban a cubrir cualquier suceso que se terciase, se pusieron a rememorar anécdotas. Bueno, cuando le llegó su turno, recordó su viaje a París a pie y sin dinero a los dieciocho años, con la única compañía de su perro, Terrible. "Pues yo, que ya sé lo que es eso, no volvería a emprender el camino así. En burro ya sería otra cosa", le dijo a su compañero y al filipino Carlos Micó, uno de los rostros más jóvenes de la plantilla del diario y que se sumaría a la odisea hasta la frontera.
"¿Y por qué no hemos de hacer ese viaje?", respondió bravo Crouselles. No había más que hablar, ninguno de ellos se iba achantar y negarse a pasar un verano en los caminos que unen la Península y la capital gala. Sus editores, inmediatamente, le dieron el okey a una empresa que tildaron como una magnífica "serpiente de verano" periodística, un reportaje que efectuado por dos españoles se convertiría en "un símbolo".
Tras la imprescindible adquisición de los borricos a un grupo de gitanos —a los cuales bautizaron humorísticamente con los nombres de Panhard, Mercedes y Dion-Bouton, tres de las principales marcas de automóviles de la época—, los periodistas partieron rumbo a París, la ciudad cosmopolita y moderna de la cultura y las artes, la envidia de una España atrasada que salía de un siglo convulso, marcada por infinitas guerras y pronunciamientos.
Pero la aventura se reveló también en una sátira del boom del nuevo medio de transporte, el coche, como informaba a sus lectores España Nueva: "Tan original viaje significa una protesta contra la fiebre automovilística que hoy padece el mundo entero. ¿Por qué esas velocidades desenfrenadas? ¿Qué objeto tienen esas marchas vertiginosas? Crouselles y Bueno marchan a París sin prisa ninguna".
Su peregrinaje conjunto subidos a los lomos de los burros comprendería un total de 89 días, desde el 28 de agosto en que salieron de Madrid hasta el 24 de noviembre de 1906 en que avistaron la torre Eiffel. Y fueron retransmitiendo sus peripecias casi en directo: el periódico publicó un seria del 64 entregas durante las cuales iban apareciendo las crónicas remitidas por Bueno y Crouselles a través del correo ordinario. Todas ellas han sido reeditas ahora por Renacimiento en A París en burro, un relato divertidísimo, con pasajes surrealistas y telenovelescos.
Carreras cruzadas
Ambos reporteros, al iniciar el recorrido de 1.200 kilómetros, se encontraban en momentos laborales muy distintos. Bueno, nacido en 1884 y huérfano prematuramente, había sido un bohemio trotamundos hasta 1906. La hazaña le reportaría una enorme fama, en la que se ampararía para iniciar una brillante carrera como escritor y periodista de El Radical y, posteriormente, como corresponsal en el extranjero de ABC.
Crouselles, malagueño y algo mayor (nació en 1878), era hasta la fecha un escritor alocado, irónico y escéptico, con una década de publicaciones periodísticas y redacción de piezas cómico-líricas a sus espaldas. Como su compañero, se revelaría en una de las estrellas de la prensa española gracias a la odisea parisina, pero al año siguiente sería protagonista de un terrible suceso. El flamante reportero de El Liberal, después de un tour por varios países de América, asesinó a balazos a su mujer en un hotel de Sevilla para luego suicidarse.
Lejos quedaba ya "el récord del mundo" de llegar a París en burro, como titularon su cervantina aventura, y sus lances, como el romance de Crouselles con una joven hospedera de nombre Mimí o la jornada que pasaron en el manicomio de Santa Águeda, lugar donde el jefe del Gobierno Cánovas del Castillo perdiera la vida en 1897 a manos del anarcoterrorista de origen italiano Michelle Angiolillo.
Ya en territorio francés, las crónicas de la pareja de reporteros desprenden un tono desmitificador de la supuesta superioridad del país vecino, ahondando en la imagen del español en Francia. Crouselles, por ejemplo, escribe: "Nos temen y están siempre en guardia con nosotros, porque el español en Francia es, por echarlas de gracioso y de pillín, un detractor inconsciente de España (...) juzgan a los españoles por lo que dicen tres franceses que estuvieron en Madrid veinticuatro horas"; y se dice retóricamente: Yo, desde que he entrado en Francia, me siento más español que nunca, y pregunto: ¿hay país más dichoso ni más alegre que España? No".
Llegarían Bueno y Crouselles a los Campos Elíseos "apabullados, reventados, molidos, con los huesos hechos polvo y con la lengua fuera". Fueron una suerte de Don Quijote y Sancho Panza del siglo XX, sin exhibir triunfalismos, pero tildados de héroes por su cabecera: "Ya no queremos apearnos de nuestro burro los españoles —diría España Nueva—, no perdemos la esperanza de que nuestra Nación llegue también un día u otro a las puertas de París; es decir, a las puertas de la civilización y la moderna Europa". Ellos, mientras tanto, quedaban tristes por tener que separarse de los jumentos.