María Moreno lleva cuarenta años dando guerra desde la trinchera de la crónica: apunta y dispara desde Buenos Aires para el mundo. Es periodista, narradora, crítica cultural; y su mirada rupturista, feminista y punzante resuena en todos los países de habla hispana. No deja títere con cabeza. Su arma siempre fue la tecla. Cuenta en el prólogo de Panfleto. Erótica y feminismo (Penguin Random House) que a finales de los años ochenta y noventa se “intoxicaba con las importaciones teóricas de las feministas de la nueva izquierda que releían en la estructura de la familia en el capitalismo la sevicia del trabajo invisible, de las estructuralistas de la diferencia que inventaban un Freud a su favor y de las marxistas contra el ascetismo rojo”. Reconoce que en esos tiempos no leía, volaba; y que apenas tenía margen para aplicar en la vida real sus teorías porque las fechas de entrega la asfixiaban: eso era ser periodista, vivir al día.
Pero precisamente fueron esa ligereza y esa velocidad las que imprimieron frescura a sus textos: “Escribía animada por lo que iba aprendiendo, relacionando o imaginando que inventaba, sola y exaltada”, sonríe ahora desde las nuevas líneas, como una francotiradora punki. Era una libertad extraña: la de no ser consciente de quién la leía, la de no recibir casi nunca respuesta a sus provocaciones, la de sentirse bendecida por una sociedad sorda que pronto dejaría de serlo. Hoy entiende que lo que hacía, sin saberlo, era ir dejando anotaciones y pensamientos para sus lectoras futuras, esta hornada poderosa de feministas del siglo XXI que no descansan en el debate. Ella fue una pionera, una hembra impermeable a las modas, cuando aún la igualdad no entraba dentro de las preocupaciones sociales de su país ni de ningún otro.
En las siguientes décadas, sus apreciaciones fueron encontrando tierra donde cuajar. Fue hablando con otras compañeras, buscando matices, compartiendo discursos. Ahora María Moreno coloca su aprendizaje en el contexto “de lo que le importó entre 2016 y 2018 a un feminismo renovador y proteico, nucleado alrededor de las consignas del Ni una menos, al que creo contestarle desde mi acotada experiencia y dentro de mi generación”. Pero no puede dejar de molestar ni mientras presenta su obra, porque esboza: “El bueno de Nicolás Rosa, y a modo de elogio, solía decirme: ¡Pero María, vos no sos feminista!”.
Molesta para el feminismo radical
Seguramente no se lo parecerá, o no del todo, a algunas de las mayores representantes del feminismo radical moderno. Ella recuerda, por ejemplo, que el “feminismo moral acusa a la pornografía de situar a la mujer como vaca echada ante la voluntad lasciva y poco imaginativa del macho”, pero enseguida se apresura a apuntar que no está de acuerdo: “En todo caso, el verdadero aborregamiento de la mujer ocurre porque en el imaginario pornográfico (¿por qué no quitar directamente la palabra ‘pornográfico’?) el deseo femenino es un calco del masculino, o, mejor dicho, un guante”. A pesar de este mimetismo que se le antoja inmovilista, soporífero, no siente que esas mujeres de los vídeos porno más virales sean víctimas de nada. “Son mujeres que se mandan al campo del deseo sin culpas y en la exclusión de todo sufrimiento”.
Su tesis es que no hay que criminalizar este sexo sin relato que consumimos en el porno, sino pelear porque no sea el único modelo en el género. Nada de “eliminar” estilos “desde la moral o la estética”. Pero quizá su planteamiento más transgresor viene aquí: “Si hay en las películas porno, en general, una víctima, es el actor donante. No es difícil imaginar los efectos psicológicos y físicos de la erección por mandato, y ni aun el feminismo radical tomaría como autocastigo inconsciente el hecho de que un trabajo escénico -realizado a lo largo de horas y sin intervalos a fin de abaratar los costos- convierta a un órgano, durante décadas tan ponderado, en una tripa tumefacta y dolorida”.
Lástima de pene
Es decir, que Moreno desliza la idea de la compasión del pene. Del pene como órgano violentado por la voracidad del porno; cuando, en el otro extremo, en los últimos años el feminismo ha criticado la cosificación de la mujer en este tipo de ficciones y la reducción del relato a un solo modelo de placer: diseñado por y para la masturbación del hombre. Por no hablar de los grandes títulos de estos vídeos sexuales, acostumbrados a denigrar a la protagonista femenina.
Moreno continúa: “Habría que preguntar si el estrellato de la felatio no se debe, en parte, a una dificultad técnica: es mucho más fácil convencer al espectador de living o de sala X que está presenciando una erección si el pene se halla prácticamente cubierto por las dos manos sacudidoras de la partenaire, que si está protagonizando un coito -la convención exige que sea visible la entrada y salida de la vagina hasta tal punto que los amantes del porno copulan con la mano en la cintura-.
La sensación de base es que a la ensayista Moreno el pene ya no le parece algo peligroso, sino un miembro ridiculizado socialmente. “El pene no solo no es el falo sino que ha dejado de ser un patético apóstol de la ficción rítmica y el nuevo dogma antigenital lo convierte en un gadget tan gracioso, tierno e inofensivo como esas lapiceras de música o con reloj incorporado que han surgido del kitch”. Cuanto menos, una idea polémica. Hay más: María Moreno reivindica cierto don artístico en el porno, algo de lo que se le había desprovisto.
Estética vs moral
Llega a apuntar que el porno es un triunfo “de la estética sobre la moral” y a declarar que “la pornografía homosexual masculina” no sólo es misógina, sino que explota “la homofobia interior del espectador gay”: “En ella, el ‘marica’ es ridiculizado a expensas de un modelo apolíneo envuelto en cuero negro y señalizado con tatuajes carcelarios; y las mujeres son ninfómanas incapaces de hacer gozar al hombre o esposas sisebutas de cacareada voz”, escribe.
María Moreno dice que no hay que desexualizar los cuerpos femeninos en los textos literarios, porque el erotismo es básicamente femenino, sino dejar de entorpecer el hecho de que ellas tomen la palabra para que florezca su sexualidad: “Si la cultura quiso que fuera una mujer aquella que primero despertara nuestros sentidos, ¿no será ella quien tendría una mejor disposición a desplegarlos en la cultura?”.
A la vez, denuncia la existencia de la cultura de la violación y apunta que nacer mujer en este mundo puede llegar a ser una tragedia. Escupe sobre esa terminología que antes nombraba como “crimen pasional” al “feminicidio” y pone en jaque a las instituciones jurídicas que, a su modo de ver, perpetúan el estigma. Sorprende cada pocas líneas, revuelve siempre, insufla de razones para seguir peleando. Los 8 de marzo. Y el resto de los días.
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