Cuando terminó su speech negacionista de la violencia de género, Ortega Smith tomó asiento en primera fila. Nadia Otmani -una mujer que lleva veinte años postrada en una silla de ruedas por los disparos que recibió de su cuñado cuando intentaba proteger a su hermana- se acercó al secretario general de Vox para pedir respeto a las víctimas. Respeto a las muertas. Y a las que viven, todavía, y no saben por cuánto tiempo, porque cada día es una amenaza. A Nadia se le quebraba la voz. Buscaba la mirada del hombre. Él levantó la mano derecha, como exigiendo su silencio sin salpicarse demasiado, sin enfangarse en una conversación. Lo hizo una y otra vez, pero ella no se calló.
Ortega Smith no le concedió ni la mirada. Fingió que no existía, igual que su partido finge que no existen las mujeres asesinadas por un tipo de violencia muy específica, que es la machista. La trató como si fuera una hembra airada protagonizando un escrache; no como a lo que es: la superviviente de un sistema misógino. Una ciudadana a la que, como político que presuntamente sirve al pueblo, tiene la obligación -y la responsabilidad- de escuchar. De atender. Y de proteger. No lo hizo. No estuvo a la altura de su demanda, de su aullido, de su queja. Ortega Smith no vale como político porque apenas oye algo que no sea su propio discurso: le tapona los oídos su cerumen ideológico. Ortega Smith no sirve como político porque carece de panorámica, porque está sordo, porque está ciego, porque es clasista y altivo, porque es mediocre y déspota, porque es de una arrogancia rayana en la crueldad.
Ortega Smith, mientras Nadia seguía solicitando su atención, se colocó los dedos en el mentón y aún sostuvo unos minutos el teatro de mirar al atril donde ninguna conferencia se celebraba. Pidió una suerte de “ayuda” en voz alta. Fue una especie de “saquen a los perros”, un “me está molestando la histérica esta”. La despreció sin arrugarse la chaqueta, impertérrito; como un matón silencioso, como un bully subterráneo que se conoce a sí mismo y sabe que si lo provocan no responde.
Está incapacitado para el servicio público: es un perdonavidas, un faltón de brocha gorda, es un auténtico enemigo de la matria, del país feminista, íntegro y digno con el que yo sueño -ya lo escribió Virginia Woolf, “como mujer, no tengo patria”-. Contra su “patria o muerte”, nuestro “matria es vida”. Me es curioso: qué bien se le da a Ortega Smith asir lo abstracto -la idea de una nación, el orgullo hacia una pertenencia geográfica radicalmente azarosa- y qué renegado es el bendito para atender a la demanda humana, concreta y urgente de “ni una menos”.
Su hobby es España: qué tierno. La ama con ferocidad adolescente pero no la comprende. No le importan lo más mínimo las mujeres que han sido asesinadas en nuestro país, en ese país que tanto enarbola -52 este año, 1.028 desde que el drama empezó a contabilizarse en 2003-. Y eso sin contar los feminicidios a manos de hombres que no eran parejas o exparejas de las asesinadas.
¿Habría sido capaz Ortega Smith, le habrían dado las gónadas, de ejercer esa violencia pasiva -la más indigna: la de la indiferencia- ante una víctima de ETA -casi 900 personas asesinadas, medio siglo de terror- que se hubiese acercado a hablarle en su silla de ruedas ? No. Claro que no. ¿Es incapaz de asimilar que en España el 93% de los delitos los cometen los hombres y no ver en ese dato ningún sesgo de género? Vox ha boicoteado el consenso político contra la violencia machista: era sólido y unitario desde 2004. Se les debería caer la cara de vergüenza. Espero que la mala conciencia, con cada nueva asesinada, les revuelva por dentro y les impida dormir: les están faltando al respeto con su negacionismo obtuso. Espero que no encuentren descanso: que ninguna pastilla ni ninguna patria les salve.
No es su ofensa hacia Nadia lo que nos duele ya; no es su desaire, su desdén, su repulsa ante el dolor ajeno: es su incompetencia lo que nos irrita. Míreme a la cara, señor Ortega Smith, y entienda lo que le digo: no hay sitio en nuestro arco político para un bárbaro como usted. Dimita.