Svetlana Alexievich comió del fruto radiactivo del desastre nacional que enterró el bloque socialista. Estuvo con las víctimas de Chernóbil, convertidas en “héroes de la nueva historia”, a los que sus compatriotas solían repudiar cuando estaban cerca y comparar, cuando lejos, con los de las batallas de Stalingrado y Waterloo. “Los héroes de Chernóbil tienen un monumento. Es el sarcófago que han construido con sus propias manos y en el que han depositado la llama nuclear. Una pirámide del siglo XX”.
Se entregó a recuperar esas voces que desaparecían, víctimas de la radiación de la catástrofe nuclear. “Yo soy testigo de Chernóbil… el acontecimiento más importante del siglo XX”, olvidándose de las guerras y revoluciones que marcaron la época.
Carecemos de las suficientes referencias traducidas al castellano de su obra como para comprender la dimensión de su modelo periodístico, que ella define como alejado de la banalidad y del sensacionalismo. En Voces de Chernóbil (DeBolsillo) asegura que se dedicó a escuchar el relato de aquellos héroes que “se dedicaban a una tarea nueva, humana e inhumana a la vez, que era la de enterrar la tierra en la tierra”.
Yo me dedico a lo que he denominado la historia omitida, las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el tiempo
Su oficio, explica, le sirve para dar testimonio, sobre el pasado para sembrar el futuro. “Yo me dedico a lo que he denominado la historia omitida, las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el tiempo. Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. Intento captar la vida cotidiana del alma”. Svetlana centraba su atención en el “sufrimiento de los demás” hasta que llegó el momento en que su vida se convirtió en parte de los acontecimiento sobre los que debía escribir. Después de dos décadas reconstruyendo el eco del veneno decidió esconder su voz tras la de sus fuentes.
El fracaso humano
“Ha quedado claro que además de los retos comunista y nacionalista y de los nuevos retos religiosos entre los que vivimos y sobrevivimos, en adelante nos esperan otros, más salvajes y totales, pero que aún siguen ocultos a nuestros ojos”. Describe el fracaso humano como un monstruo incontrolable y al acecho. Y ella, ahí, descubre y advierte una guerra invisible “mayor que el gulag estalinista y Auschwitz”. Le preocupa el escenario bélico sin enemigos y sin objetivos en el que el mundo entró aquel sábado 26 de abril de 1986: “Ingresamos en un mundo opaco en que el mal no da explicación alguna, no se pone al descubierto e ignora toda ley”.
El periodismo es el enemigo del olvido. El periodismo es un arma narrativa. El periodismo es molesto. La atención mundial se centraba sobre Svetlana y sus primeras palabras fueron para acusar a Rusia de instigar el conflicto en su Ucrania natal. “Por lo visto, Svetlana simplemente no dispone de toda la información para valorar positivamente lo que ocurre en Ucrania”, dijo Dimitri Peskov, portavoz del Kremlin. Alexievich, admiradora de la literatura rusa, el ballet y la música, no respeta el de Beria, Stalin, Putil y Shoigu. “Ese no es mi mundo. Tampoco me gusta ese 84% de rusos que llama a matar ucranianos”.
Si Chernóbil ha ido más allá de Auschwitz y Kolimá ella estaba ahí para dirigir nuestra mirada hacia el misterioso y callado mundo de los otros e impedir la desaparición del acontecimiento que lo cambió todo. “Todo menos nosotros”.