Y el premio Nobel de Literatura 2015 es para Svetlana Alexandrovna Alexievich. Sí, Svetlana Alexandrovna Alexievich. La Academia sueca ha decidido premiar a una autora con una obra desgarradora, una crónica que se dedica a recuperar lo que la propia autora ha denominado como “la historia omitida”. Voces de Chernóbil. Crónica del futuro es el único título de la autora bielorrusa que conocemos en España, publicada hace 9 años por Siglo XXI (Akal) y reeditada en DeBolsillo este enero (acaba de encargar la reimpresión de 10.000 ejemplares para colocar en librerías inmediatamente).
El galardón más importante de la literatura centra la atención en esta periodista de 68 años. La Academia vuelve a descabalgar, un año más, a los nombres más esperados por el mercado editorial: Philip Roth, Joyce Carol Oates, Don DeLillo, Thomas Pynchon... La maldición del jurado contra la literatura norteamericana se perpetúa y ya van 22 años en blanco contra la tradición más vanguardista de finales del siglo XX y principios del XXI.
De esta manera, el Nobel retoma la tradicional línea de redescubrimientos literarios que ha devuelto a las librerías y a las lecturas a autores como Wislawa Szymborska (1996), Elfriede Jelinek (2004), Jean-Marie Gustave Le Clézio (2008), Herta Müller (2009) o Thomas Tranströmer (2011), que de un día para otro renacieron en los escaparates de las novedades. De Alexievich sólo encontraremos, con mucha suerte, en una buena librería de fondo, un ejemplar de su título más importante, por el que fue premiado por el Círculo de Críticos de EEUU.
Esta periodista de investigación, novelista y guionista de documentales ha sido premiada antes con el Ryszard Kapuscinski de Polonia en 2011. El instituto PEN de Suecia le concedió un premio por “su coraje y dignidad como escritora”, así como el Herder de Austria, en 1999. Los libreros alemanes le otorgaron el Premio de la Paz. La Feria de Fráncfort se despierta con el revuelo por hacerse con los derechos por la obra de la bielorrusa.
La fuerza del testimonio
En Voces de Chernóbil (publicado originalmente en 1997) la autora entrevista a los supervivientes afectados por la catástrofe nuclear. “Un año después de la catástrofe, alguien me preguntó: “Todos escriben. Y usted que vive aquí, en cambio no lo hace. ¿Por qué?”. Yo no sabía cómo escribir sobre esto, con qué herramientas, desde dónde enfocarlo. Si antes, cuando escribía mis libros, me fijaba en los sufrimientos de los demás, a partir de entonces mi vida y yo se convirtieron en parte del suceso. Se fundieron en una sola cosa y no había manera de mantener una distancia”.
Así es como estuvo 20 años recopilando testigos, experiencias, traumas. Se encontró y hablo con ex trabajadores de la central, con científicos, médicos, soldados, evacuados, residentes ilegales en zonas prohibidas… Con los “envenenados de Chernóbil”. En primera persona, contado por todas esas voces, con una fórmula directa y dramática, en la que revisan los primeros minutos, los primeros días, sus reacciones, sus dudas, la angustia, los fallecimientos. Aviso: testimonios durísimos.
“Esta gente se está muriendo, pero nadie les ha preguntado de verdad sobre lo sucedido. Sobre lo que hemos padecido. Lo que hemos visto. La gente no quiere oír hablar de la muerte. De los horrores. Pero yo he hablado del amor… de cómo he amado”, escribe en la introducción del libro Liudnila Ignatenko, esposa del bombero fallecido Vasili Ignatenko. Y con estas palabras reconoce la labor del periodismo y los periodistas, pero también del libro como una oportunidad para desarrollar reportajes más allá de los periódicos y las televisiones.
Periodismo libre y libro
Con este premio a Svetlana Alexandrovna Alexievich vuelve a ponerse en evidencia el ninguneo de la literatura mínima. La de las minorías, la que esta fuera de las listas de más vendidos. La de los autores escondidos, la de la narrativa humana que reclama el periodismo de largo aliento. Sin trivialidades. También significa la apuesta editorial por explorar otras orillas de la literatura, con limitadas posibilidades comerciales, como la de las letras del Este. Alexievich no tiene apellido, pero tiene una historia.
El premio a Alexievich es el homenaje a un periodismo en extinción, el que cree en la denuncia y en el poder del testimonio. El que no da los acontecimientos por olvidados. Acercarse al terreno, escuchar el relato de los protagonistas que no aparecerán en los manuales cuando se recuerde el siniestro. Es un libro que da una oportunidad al periodismo que camina más allá de las fuentes oficiales y el discurso correcto, que acude a las voces anónimas como creadoras del relato de la Historia.
El caso de Alexievich es un claro ejemplo de diana del Nobel. El retrato que hace en Chernóbil de los llamados “hombres cajas-negras”, es decir, de esas personas que cargan con el testimonio de una tragedia que acabará con ellos. Por si esto no fuera suficiente, Alexievich representa también la autora sometida a la represión contra la libertad de expresión. Chicos en Sink fue prohibido durante diez años en su país al retratar los mitos sobre la intervención soviética en Afganistán. Una periodista que denuncia y es sacrificada por ello, bajo un régimen postcomunista.