Leonardo da Vinci, en calidad de emisario de Florencia en una misión de paz, llegó a Milán en 1482. Durante su estancia en la ciudad, trabajando bajo el amparo de su señor, Ludovico Sforza, terminó muchas de sus obras más famosas, como La virgen de las rocas y La última cena. Pero su traslado no respondió exclusivamente a cuestiones artísticas: en una carta anterior con diez puntos detalló todas las "cosas secretas" que podía realizar, como proyectos para puentes, para sitiar o bombardear una ciudad, de cañones, canales, artillería ligera, catapultas y "otros artilugios maravillosos y eficaces" relacionados con el campo de la ingeniería militar.
Solo al final añadió que, en tiempos de paz, podía "llevar a cabo satisfactoriamente" trabajos de arquitectura y de proyección de canales, y aportar sus conocimientos de pintura y escultura. La anécdota refleja cómo el genio renacentista por antonomasia tuvo que vender su sabiduría aplicada al arte de la guerra para poder costear sus trabajos artísticos y, sobre todo, tener un sueldo que le alimentase. Detrás de los grandes lienzos y obras de arte del periodo, se esconde una sucesión de guerras y tensiones políticas, una vorágine de salvajismo, que condicionaron la vida y el trabajo de todos los creadores.
Sobre ese lado oscuro del Renacimiento sitúa el foco la historiadora británica Catherine Fletcher en su obra La belleza y el terror (Taurus). La tesis del libro, subtitulado con la promesa de "una historia alternativa", apunta que las sensacionales creaciones de Da Vinci, Miguel Ángel o Rafael no se explican por generación espontánea y por el gusto por lo clásico, sino que hay un telón de fondo muy convulso, dinámico y extremo —las Guerras de Italia de 1494-1559, la Reforma luterana y la Contrarreforma de la Iglesia Católica, la expansión del Imperio otomano, los choques de las grandes potencias europeas, etcétera— que se ha olvidado.
"Quise coger el arte renacentista, colocarlo en su contexto y verlo desde un punto de vista distinto, no como acostumbramos: en una galería de arte, con un fondo blanco detrás y una pequeña cartela quizás de la historia y el artista", explica la autora a este periódico. "No se habla de las guerras en relación con el arte. El contexto aporta algo más a esa obra e inspira un nivel de reflexión sobre la existencia humana que no estaría ahí en tiempo de paz", añade, citando el caso de un retrato de la Virgen María que representaría a una viuda o a una madre en luto.
Fletcher opina que el término Renacimiento es acertado para retratar el intento que se registró en los siglos XV y XVI de revivir la cultura clásica de Grecia y Roma, pero cuestiona que ese concepto englobe todos los avances del periodo. En su biografía, escrita en 1575, el médico y matemático Girolamo Cardano identificó las tres innovaciones tecnológicas que habían cambiado su mundo, además del descubrimiento de América: las armas de fuego, la brújula y la imprenta. Incluso medio siglo antes, en 1520, el humanista Paolo Giovio ya señalaba que estas invenciones habían "hecho esta edad tan famosa por su buena fortuna".
Mujer al poder
Ese equilibrio renacentista entre creatividad y destrucción, belleza y terror, que vertebra el ensayo de la catedrática en Historia de la Manchester Metropolitan University puede resumirse, a grandes rasgos, en la biografía de Leonardo da Vinci. Aunque en la actualidad su nombre conduzca rápidamente a pensar en uno de los grandes personajes de la historia del arte, en su época fue más reconocido por sus mapas militares y el diseño de armamentos y fortificaciones.
También el nombre del autor de La Gioconda ha aparecido vinculado en los últimos años al esclavismo que germinó en su época a raíz del descubrimiento del Nuevo Mundo. No porque participase él directamente en el comercio de mano de obra humana, sino porque Francesco del Giocondo, marido de la mujer de la misteriosa sonrisa, Lisa Gherardini, "era un despiadado y ambicioso mercader" que bautizó en la catedral de Florencia, al menos que esté documentado, a una docena de esclavos. Sea la cantidad convincente o no, Fletcher utiliza este tipo de historias turbias para ir construyendo su hipótesis de que el Renacimiento fue también guerra, corrupción, opresión y misoginia.
La historiadora dedica un capítulo entero del libro a describir "el nacimiento de la pornografía" en este periodo —el ejemplo más grotesco de este tipo de pintura lo firmó Giulio Romano, que había sido discípulo de Rafael y trabajado en las estancias del Vaticano, con Olimpia seducida por Júpiter, un fresco erótico para el Palazzo Te de Mantua— y a la pujanza de "la industria del sexo". Las prostitutas, a medida que se iba bajando en la escala social, eran explotadas y maltratadas. Una ley veneciana de 1542 documentaba la relación de explotación que tenían las alcahuetas con estas mujeres, a las que le alquilaban la ropa: primero las obligaban a contraer deudas y luego a trabajar para saldarlas. Un sistema que en poco difiere a las mafias actuales.
Las guerras, apunta Fletcher, también provocaron que las mujeres se viesen obligadas en muchas ocasiones a tomar las riendas de sus hogares y negocios, y a prosperar en el mundo de las artes. Ella tiene especial devoción por las escritoras como Vittoria Colonna, una poetisa innovadora que se hizo famosa por escribir en lengua vulgar y que marcó el camino a las siguientes, o Veronica Gambara, una noble dama casada con un condottiero que gobernó un pequeño estado situado en Emilia-Romaña y compuso letras de amor y letras de canciones.
Una biografía que aúna la historia alternativa del Renacimiento que propone Fletcher es la de Pietro Arentino, un escritor satírico pionero en su estilo canalla que también escribió obras religiosas y una serie de vidas de santos. Pero además de vengarse de su antiguo amigo Miguel Ángel diciendo que era peor que Rafael, logró la liberación de Marcantonio Raimondi, autor de una edición de grabados eróticos basados en las escenas del pintor Romano: "A vos dedico su lujuriosa memoria con el debido respeto de los hipócritas, desesperanzado del juicio embustero de la costumbre sucia que prohíbe a los ojos contemplar lo que más nos deleita", confesó en una carta.