Jesús Álvarez Sanchís, profesor titular de Prehistoria en la Universidad Complutense de Madrid, suele recurrir a un ejemplo muy gráfico para evidenciar a sus alumnos las dimensiones monumentales del castro de Ulaca, en el municipio abulense de Solosancho: dos Ávilas medievales, intramuros, caben en el oppidum vettón de la Segunda Edad del Hierro, habitado entre los siglos III y I a.C. Pero no son solo las setenta hectáreas de extensión —uno de los más grandes de la Europa céltica— y los tres kilómetros de muralla lo que convierten este yacimiento en "un sito único", sino también la presencia de una serie de estructuras excepcionales y muy bien conservadas de la sociedad prerromana.
"Es una ciudad fosilizada, casi como si el tiempo se hubiera detenido; por eso la hemos llamado la Pompeya vettona", explica Álvarez Sanchís, codirector junto a Gonzalo Ruiz Zapatero y Jesús Rodríguez Hernández del equipo de investigación de la Universidad Complutense que estudia el castro desde hace tres décadas. En Ulaca se han identificado unas 300 casas que habrían dado cobijo a alrededor de 1.500 personas, una necrópolis, canteras de granito, talleres artesanales y tres monumentos de uso público que apenas se conocen en otros asentamientos de la época: un santuario rupestre con un altar labrado en la piedra para realizar sacrificios animales, una sauna iniciática excavada en la roca y un misterioso torreón de gran tamaño.
Las investigaciones de los últimos años se han centrado precisamente en esta última estructura de 14x10 metros y que pudo alcanzar unos 8-10m de altura, conocida también como "la iglesia". Situada en la parte más elevada del cerro, cerca de las casas de la élite, las primeras hipótesis apuntaban a una posible atalaya destinada al control interno y externo del poblado, pero las prospecciones geofísicas con georradar, fotogrametría y las imágenes aéreas arrojan un nuevo escenario: el torreón fue erigido en la zona más privilegiada del oppidum desde el punto de vista hidrológico, el único rincón donde en verano los manantiales siguen dando agua y los pastos se mantienen verdes.
"De alguna forma hay una relación entre el lugar donde esta gente decide levantar esta estructura con la importancia del agua y el control de los pastos. No parece casual", describe Álvarez Sanchís a este periódico. "¿A qué conclusión nos lleva todo esto? Pues quizás el torreón, un edificio insólito en el mundo vettón, pudo cumplir alguna especie de función política y religiosa, no sabemos si complementaria al santuario, pero desde luego pudo ser un sitio donde se celebraba algún tipo de reunión". "Pero no lo sabremos hasta que levantemos las piedras", matiza el prehistoriador. La próxima campaña de excavaciones, financiadas por la Diputación de Ávila, está prevista para este verano. Los resultados del estudio preliminar acaban de publicarse en la revista Sensors.
De confirmarse, no sería el único elemento de la cultura vettona —comprendía las actuales provincias de Ávila y Salamanca y parte de Zamora, Cáceres y Toledo— que simbolizase la importancia que tenían el ganado y los recuros naturales en sus creencias. De hecho, la protección de ese entorno es una de las funciones atribuidas a los verracos, sus célebres representaciones de toros y cerdos hechas en granito, lo único de la Hispania céltica que se asemeja al refinamiento de la escultura íbera. En Ulaca hay documentadas varias figuras, entre las que sobresale la que está en la plaza principal de Solosancho, de más de dos metros. Los investigadores saben que procedía de "Fuente del oso", una zona rodeada de manantiales en el entorno del poblado.
Fundación de Ávila
Ulaca seguramente funcionó como una capital comarcal o regional de los vettones. Esa centralidad la refuerza la presencia de estructuras tan singulares como la sauna, un monumento de unos 6,5m de longitud con tres habitaciones —un pequeño horno para el fuego, una cámara con dos asientos labrados para teóricamente recibir el baño de vapor y una antecámara—. Bautizada por los vecinos del lugar como "la fragua", los investigadores no encontraron ninguna evidencia de que hubiera sido utilizada para fundir metal. "El monumento reproduce de alguna manera las saunas de algunos asentamientos conocidos en la cultura castreña del noroeste. En la Meseta esto es muy excepcional", destaca Álvarez Sanchís.
Un texto del geógrafo griego Estrabón relaciona estas construcciones con ritos de iniciación de guerreros: "De algunos de los pueblos que viven en las inmediaciones del Duero se dice que viven a la manera espartana, ungiéndose dos veces con grasas y bañándose de sudor con vapor obtenido de piedras candentes". "Son monumentos asociados a ritos muy exclusivos", añade el investigador. "Las saunas prehistóricas no son baños higiénicos".
En cuanto al registro material hallado en el castro de Ulaca, lo que más abunda es la cerámica torneada. También se han documentado objetos de hierro en las tumbas, como puñales o puntas de lanza y algunas importaciones del mediterráneo oriental, de contextos púnicos, como cuentas de vidrio oculadas destinadas a mujeres y hombres de alto estatus. Los elefantes de Aníbal pisaron territorio vettón en el último tercio del siglo III a.C.
Situado en un cerro a 1.500 metros de altitud sobre el nivel del mar, en el espectacular paisaje del valle de Amblés, el difícil acceso al yacimiento —los arqueólogos tienen que subir a pie o cargar los equipos a lomos de un burro— ha evitado que se convirtiese en una mina para los furtivos. A pesar de ello, se las han ingeniado para expoliar alguna zona. El descubrimiento en el año 2003 del cementerio del asentamiento, de hecho, se registró al analizar unos agujeros realizados por algún individuo que excavó de forma ilegal valiéndose de detectores de metales.
El fin de Ulaca no se asocia a un asedio de las legiones romanas, no fue víctima de una destrucción sistemática como otros oppida de la Península Ibérica. Aunque su abandono se fecha en el contexto de las guerras civiles de Roma —Sertorio contra Metelo y Julio César vs Pompeyo—, en torno a la mitad del siglo I a.C., tiene más que ver con un cambio de modelo de vida, un "éxodo" desde el cerro hasta las tierras fértiles de los valles donde se asentaron los invasores, interesados en las tierras agrícolas. "La guerra no era algo constante y diario", asegura Jesús Álvarez Sanchís.
En este sentido, el investigador menciona un fenómeno muy interesante: "Desde el punto de vista demográfico, la gente de Ulaca es seguramente el pilar fundamental del nacimiento de la actual Ávila, una ciudad de origen romano que aparece como Obila en las fuentes antiguas". Su fundación se fecha entre el año 50 a.C. y época del princeps Augusto. "Los restos arqueológicos más modernos de Ulaca coinciden aproximadamente con los más antiguos de Ávila, situada a unos veinte kilómetros y visible desde el cerro". El auge y caída —sin guerra, sin destrucción— de la "Pompeya vettona".