Desde que era joven, Enrique IV de Francia fue infeliz en el amor. En una Europa inestable donde cualquier conflicto podía desencadenar una guerra, los matrimonios eran un recurso para sellar alianza y predicar la paz. En este sentido, con el propósito de alcanzar la reconciliación entre los bandos católicos y hugonotes, se concertó un matrimonio entre Enrique y Margarita de Valois en el año 1572.
Aquella decepción hizo que el joven Enrique, aún sin haberse proclamado rey y casado para la eternidad, buscara el placer en sus amantes. Prostitutas, nobles, monjas... Nadie se escapaba de la mirada del futuro rey. Encontró a una mujer que le sedujo durante un tiempo, Fleurette de Nérac, primera amante de la que se tiene constancia. Era vecina de la villa de Nérac e hija de un jardinero del castillo. Tras conocerla a través del padre, iniciaron una relación secreta.
La leyenda afirma que el aspirante al trono la abandonó. Después de aquel trágico final, Fleurette habría acabado quitándose la vida arrojándose al río Baïse. Sin embargo, la primera amante de Enrique IV vivió al menos 16 años más tras haber finalizado su aventura amorosa.
A partir de Fleurette, se cuentan en decenas las mujeres con las que Enrique engañó a su esposa. Por su parte, el trato de ambos era tenso y sin ningún tipo de confianza mutua. Él la aborrecía y cuando se coronó rey de Francia en el año 1589 no disimuló lo más mínimo al introducir a sus amantes en palacio.
En esta nueva vida como monarca conoció a Diana d’Andouins, condesa de Guiche y mujer con gran poder a la que podía pedir ayuda siempre que lo necesitara. Diana era una de las mujeres más adineradas del sur de Francia y siempre se mantuvo fiel a su amado Enrique IV. El monarca, necesitado de efectivos para las guerras de la Liga que estaban sucediendo en el territorio, vendió todas sus joyas para poder costear un ejército de aproximadamente 20.000 gascones que socorrieran al rey.
Y es que Enrique IV debía hacer frente a un movimiento de insurrección que pretendía imponer el catolicismo en Francia. Como enemigos del protestante francés se encontraban el papa, la reina Catalina de Médici y el rey Felipe II de España, entre otros. Ante un enemigo de tal magnitud, toda ayuda era escasa para el rey francés.
Esta anécdota que narra la ayuda que le brindó su amante para la guerra la explica el poeta, narrador e historiador Théodore Agrippa d'Aubigné, quien además recalca que el rey le prometió contraer matrimonio con ella por su valerosa ayuda.
Gabrielle de Estrées
Pero lo cierto es que Enrique IV tampoco amaba a Diana, por lo que no pretendía aventurarse en un nuevo matrimonio infeliz -suficiente tenía con Margarita de Valois-. Con quien sí pensó en anular su matrimonio con su esposa fue con Gabrielle de Estrées, aunque para desgracia del rey, y alivio de Margarita de Valois, Gabrielle fallecería por una intoxicación alimentaria el 10 de abril de 1599.
No obstante, aquella situación era insostenible y el papa terminó por anular el matrimonio de Margarita de Valois y Enrique V de Francia. En menos de un año, Enrique se volvió a casar, esta vez con María de Médici, gozando de apenas unos meses de soltería. Asimismo, la fidelidad brilló por su ausencia en esta nueva relación.
Catalina Enriqueta de Balzac d'Entragues, hermosa e inteligente, sedujo al monarca francés. Tal y como explica el escritor Philippe Erlange, Enrique IV "tenía una concepción árabe del matrimonio, haciendo que su esposa conviviera y conociera a las amantes". La introducción de Catalina en la corte generó una gran polémica y sería calificada por María de Médici como "esa puta". María era celosa y no soportaba cruzarse con las amantes de su marido en el palacio.
Las infidelidades de un rey incapaz de saciarse sexualmente solo cesarían con su muerte. El 14 de mayo de 1610, el fanático católico François Ravaillac, asesinó al rey de Francia de una puñalada, dejando viuda a su mujer y huérfanos a sus hijos legítimos y bastardos.