Cuatro fogonazos consecutivos rompieron el silencio que inundaba la calle Galileo, en Madrid, durante la madrugada del 9 de junio de 1933. Aurora Rodríguez Carballeira acababa de descerrajarle cuatro balazos a bocajarro —tres en la cabeza y el cuarto dirigido al corazón— a su hija Hildegart, de 18 años, mientras dormía en su cama. El asesinato no fue más que el trágico resultado de un experimento fallido, o tal vez demasiado perfecto: la locura de una madre por engendrar y dar forma a la libertadora del proletariado y del sexo femenino.
La frankenstiniana historia, gestada en tiempos de la Segunda República, tenía la finalidad de crear un "modelo de mujer del futuro", pero Aurora Rodríguez, una hembra leída en ideales progresistas y liberales, decidió terminar su estudio eugenésico de forma abrupta, segándole la vida a una joven que se habría revelado en superdotada, en la adalid del movimiento feminista de la época a pesar de su corta edad, en una prestigiosa intelectual en la rama de la sexología a nivel europeo.
Aurora Rodríguez, nacida en Ferrol en el seno de una familia adinerada, se educó fuera de la escuela con lecturas de filósofos de finales del siglo XVIII y principios del XX, especialmente las de los socialistas utópicos Robert Owen o Charles Fourier. Ella creía en la posibilidad de girar las tornas hacia una sociedad basada exclusivamente en la educación. De pequeña le pidió a su padre una muñeca que hablase, pero tras constatar que era imposible, se empeñó en que en el futuro poseería una muñeca con las facultades de un ser humano. Luego desarrolló posiciones marcadamente misóginas: "La mujer es, por doloroso que resulte confesarlo, lo peor de la especie humana", decía.
Aquel pensamiento de contar a su lado con una suerte de robot, de un súperhombre nietzschiano pero de género femenino, para conducirlo a la cima de la relevancia social, fue la primera semilla de Hildegart Rodríguez. El objetivo estaba más que definido, pero faltaba por seleccionar al "colaborador fisiológico" que la dejase embarazada. Aurora publicó anuncios en diferentes periódicos detallando las características específicas del hombre que necesitaba, y el elegido fue un sacerdote de la Marina de nombre Alberto Pallás, con quien solo yació las ocasiones imprescindibles para quedarse encinta.
El 9 de diciembre de 1914 nació en Madrid su anhelada hija, a la que brindó un nombre inventado: Hildegart. Como explica el escritor y periodista Eduardo de Guzmán, que cubrió el asesinato como redactor del periódico La Tierra, en su libro Aurora de sangre (reeditado en 2014 por La Linterna Sorda), Aurora compuso un nombre con las palabras "hilde", conocimiento, y "gart", jardín, concibiendo a la pequeña como un jardín de sabiduría.
Niña superdotada
Lo cierto es que la madre pareció haber acertado rotundamente con el apodo. Hildegart se convirtió en una niña prodigio: antes de cumplir dos años aprendió a leer, a los tres ya mecanografiaba de forma hábil, y en torno a la decena dominaba varios idiomas como el inglés, el francés o el alemán. Aurora, que se había desvinculado del padre de la niña rápidamente, crió a su hija según los ideales que habían enraizado en su mente: la emancipación de la mujer con una concepción "individual e integral del anarquismo".
La pequeña llegaría a cursar tres carreras universitarias: primero se licenció en Derecho y luego seguirían las disciplinas de Filosofía y Medicina. Hildegart era tan lúcida, tan inteligente, que comenzó a impartir conferencias sobre feminismo y sexología. Se afilió a las Juventudes Socialistas y UGT —luego renegaría de los "socialenchufistas" y se cambiaría al Partido Federal— y abanderó el aborto libre, la anticoncepción y la liberación sexual de la mujer, que creía que solo se conseguiría al separar el deseo de la procreación, en diversas obras literarias, periodísticas y charlas.
Hildegart era una de las cabezas más visibles de la revolución sexual, llegando a publicar más de una docena de libros como La rebeldía sexual de la juventud, Sexo y amor, Métodos para evitar el embarazo o La limitación de la prole. Asimismo, se codeó con otros intelectuales de la época como Ortega y Gasset o Gregorio Marañón, también defensor de la eugenesia a través de su Liga Española por la Reforma Sexual, o sexólogos internacionales de la talla de Magnus Hirschfeld y Havelock Ellis, quien la bautizó con el apodo de "la virgen roja".
Pero la joven, cuando arribó a la cima de su reconocimiento, se topó con la extraña personalidad de su madre y su paradoja vital: Aurora había concebido a Hildegart para ser una mujer libre y mostrarle el camino a las demás, como una suerte de mesías para remar hacia una sociedad más digna e igualitaria. Sin embargo, cuando su "escultura de carne" —así denominaba a su hija— trató de hacer uso de esa libertad para la que supuestamente había sido concebida, el carácter protector y tiránico de la mujer que se definía a sí misma como una salvadora del mundo decidió aniquilar su obra con cuatro tiros.
Juicio y condena
El parricidio y la relevancia de la víctima, una de las activistas de la izquierda más importantes del país, supuso un auténtico revuelo en la sociedad de la época. El juicio a Aurora Rodríguez se celebró al año siguiente, en 1934, y sus declaraciones dejaron en evidencia todos sus delirios. A pesar de ello, la fiscalía determinó que la ferrolana estaba cuerda y fue condenada a 26 años de cárcel. En 1935 su demencia se agudizó y la trasladaron al psiquiátrico de Ciempozuelos.
Con el estallido de la Guerra Civil, la historia del Hildegart Rodríguez y de su madre quedó sepultada por las bombas, los escombros y la muerte que se propagó por todo el país. Aunque durante muchos años se pensó que se había beneficiado de las excarcelaciones masivas registradas en 1936 tras la sublevación militar, estudios posteriores que hallaron el historial clínico de Aurora revelaron que la mujer había permanecido ingresada en el psiquiátrico hasta su muerte, registrada dos décadas más tarde, en 1955.
Nunca se arrepintió de haber asesinado a su niña, como repitió una y otra vez: "Como una gran artista que puede destruir su obra si le place, porque un rayo de luz se la muestra imperfecta, así hice yo con mi hija a quien había plasmado y era mi obra"