María Luz Morales pensó en ser, en ese menú imaginario de las vidas posibles, titiritera, o bailarina, o explorador, o marinero; pero fue llanamente periodista. “Apasionante profesión erizada de fatigas y glorias, de riesgos y atractivos, ofrece, entre estos últimos, la posible y aun frecuente ocasión de contacto de quien la ejerce con un vastísimo repertorio de personas de toda clase, condición y estilo social, espiritual e intelectual: un coro ilimitado de gente amiga, indiferente, ilustre, estrafalaria (…) Ningún paisaje, ni el más bello, ni el más majestuoso, puede igualarse al de una excepcional presencia humana”. Lo escribe ella misma en Alguien a quien conocí (Renacimiento), una colección de recuerdos de esta hembra prolífica y sofisticada, este animal digno y raro que desarrolló sus haceres en la Segunda República y se convirtió en una testigo de excepción de las transformaciones en la Barcelona de los años treinta.
Fue la primera periodista cultural de España. Y la primera directora de un periódico. Fue la primera en romper muchos techos de un sistema turbio donde el patrimonio intelectual se reservaba a los hombres. María Luz Morales -nacida en A Coruña en 1889, el sombrero de flores calado, los labios oscuros, el gesto enigmático, como de Gioconda en blanco y negro- lo hizo todo sin estruendo, labrándose eso que jamás se compra: la autoridad, el respeto. “Era una mujer de letras muy polifacética: hizo adaptaciones de clásicos para niños, traducciones, crítica de cine, de teatro, de novela. Fue directora de la Residencia Internacional de Señoritas Estudiantes, homóloga a la que tenía en Madrid María de Maeztu. Y vicepresidenta del Lyceum Club de Barcelona. Participó siempre de la vida pública”, explica a este periódico M.ª Ángeles Cabré, encargada de esta edición.
Fue directora de la revista El hogar y la moda en los años veinte, y durante la Guerra Civil dirigió La Vanguardia. “El director, Gaziel, se fue al exilio porque se había significado con la República. El Comité Obrero de la Generalitat entiende que tiene que haber una dirección, teniendo en cuenta que el periódico estaba incautado bajo el dictado de la República, pero alguien lo tenía que dirigir. Y el Comité Obrero la elige a ella, que era la única mujer de la redacción”, cuenta Cabré.
Más: “La eligieron porque era una persona de consenso. Ella dice ‘yo política no voy a tocar, vosotros mismos’. Los editoriales los hacían desde el gobierno. Morales intenta ayudar desde ahí a personas significadas de la derecha que la República persigue. Ayudó a gente a salir del país, de uno y otro lado. A ella la represalian después y el franquismo la mete en una cárcel, ¡a ella, que siempre había intentado ser neutral…!”.
Equidistante (pero republicana de corazón)
Se refiere la experta a los 40 días en los que Morales estuvo encerrada en una cárcel-convento. “Lo pasó realmente mal ahí, le raparon el pelo… y luego el franquismo le quita durante diez años el carnet de prensa. Le devuelven el carnet en el 48 y se incorpora a los medios de comunicación ya plenamente franquistas”, cuenta. La llamaban “la gran dama de la prensa”: elegante, educada, cordial, amable, con sumo detalle para todo. Pero, ¿cómo definiríamos a María Luz Morales políticamente? “Era hija de un funcionario de Hacienda. Su padre dirigía la delegación de Hacienda en Barcelona, era gallego. Ella siempre decía: ‘Yo soy hija de funcionario y no me significo políticamente’. Creía que su posición tenía que ser la neutralidad. Pero leyendo este libro se entiende que sus ideas eran muy republicanas. Era una mujer moderna que admiraba a Lorca y a Margarita Xirgu”.
Morales recibía a personajes emblemáticos como a la Premio Nobel Gabriela Mistral, que odiaba los hoteles. “Mistral era una lesbiana ilustre, una mujer simpatiquísima y ambas compartían la apertura de ideas”, relata Cabré. “Pero cuando llega el franquismo, ella se conforma con el Régimen. No era una activista. En la República sí había participado en Las mujeres galleguistas, de alguna manera era independentista gallega”.
¿Lesbiana? y feminista tímida
De su vida personal apenas se conoce nada. Siempre vivió con su madre y nunca salió a la luz su orientación sexual. “En esa época ella tenía bastante relación con grupos de mujeres donde había varias lesbianas. Hay ciertas sospechas, es bastante fácil que fueran por ahí los tiros. Aquello era un poco como el París de los años veinte: estaban la poeta Ana María Martínez Sagi, que se enamora de Elisabeth Mulder… y era amiga íntima de María Luz. Me gustaría encontrar unas cartas amorosas al respecto”, guiña la experta. Morales habría sido lo que hasta hace poco el machismo ha bautizado como “solterona”: “Así es. Pero era una mujer muy respetada en su trabajo, y eso disimulaba. Era una mujer vocacional de la prensa y la literatura. Se entendía que había renunciado a tener familia, hijos y marido… por su amor a los libros”.
La autora era una “feminista tímida” simplemente existiendo, quizá por ser una de esas mujeres privilegiadas que confesaban que no habían encontrado demasiados obstáculos sexistas en su vida: “Cuando alguna vez le preguntaron por eso, decía que sus compañeros siempre la habían tratado muy bien. Realmente era una mujer muy singular. Era muy diplomática, tenía mucha capacidad de trampear. Neutralizaba bien a los hombres cuando le decían algo machista. Hacía lo que quería. Ten en cuenta que, aunque el machismo estaba en todas partes, en los años de la República la gente era más abierta. Ella encontró una isla de paz cuando era joven y más atractiva. Es con el franquismo cuando viene esta situación de la mujer sumisa: el machismo se vuelve estructural. Lo debió sufrir como todas, pero no lo escribió”.