Ifi es la faraona de Vallecas. Una niña choni que muta a reina mísera, una hembra poderosa y suburbial que no sabe dónde canjear tanta raza. Va a reventar de ninismo. No le interesa nada, no tiene vocación, así que derrocha sus fuerzas en beber, en drogarse, en bucear por el lumpen y buscar reyerta. A nadie le gustaría encontrársela a las cinco de la mañana en un callejón oscuro: es una tigresa accidentada y mordiente. Los días se le hacen largos. Sólo se entretiene cuando su abuela le da unos chavos y se los gasta en narcóticos para matar el tiempo, para aligerar la vida.
“Sabe lo que la gente piensa de ella cuando la ve: que es una ‘quinqui de mierda’, una ‘pedazo de guarra’. Lo repite varias veces durante la obra, porque es algo que le importa”, cuenta María Hervás. Ella misma tradujo y adaptó Iphigenia in Splott, del galés Gary Owen (El amor nos arranca de la soledad, La sombra de un niño) y ahora, dirigida por Antonio C. Guijosa, se ha hecho con el cuerpo de la protagonista en Iphigenia en Vallecas, que podrá verse del 19 de abril al 3 de mayo en el Teatro Kamikaze. “Ifi asume el rol que le han asignado y dice ‘espera, que ahora te vas a joder, tú lo has dado por hecho y yo tengo el derecho a ser lo que creías que era’”, explica.
Los prejuicios están siendo acentuados o radicalizados políticamente para separarnos, para generar miedo; es una estrategia ancestral para dividir al pueblo
Al principio la actitud es rabiosa y vengativa, pero acaba arrancándose los stickers despacito, sobreponiéndose a lo que se espera de ella. Hervás cree que los prejuicios “son fruto de la realidad”, pero que “están siendo acentuados o radicalizados políticamente para separarnos, para generar miedo”: “Es una estrategia ancestral para dividir al pueblo. Y tienen doble sentido: hay mucho prejuicio hacia las clases más humildes, pero también los hay de clases bajas a clases altas, a veces injustamente”.
Mitología griega en Vallecas
Ifigenia significa “mujer de raza fuerte”. Y con razón: en la mitología griega es hija del rey Agamenón y sacrifica su propia vida para ganar el perdón de los dioses y procurar que la flota de su pueblo pueda avanzar hasta la guerra de Troya. La voluntad de la niña brava habla de la capacidad de renunciar a un derecho para conseguir un bien mayor, para provocar un avance colectivo aunque ella se quede en el camino.
Esto también le pasa a Ifi, pero en el ecosistema de una Vallecas devastada por la crisis: con sus tiendas extintas, con su polideportivo cerrado, con su biblioteca ruinosa -que espera una reforma que no llega-, con su servicio hospitalario negligente. Un retrato local, en miniatura, de todas las grietas de un país cojo; un cuento triste sobre cómo las aguas de un sistema podrido -que machaca al más pobre- pueden filtrarse en la vida íntima de sus ciudadanos.
Vallecas funciona “como símbolo”, dice Hervás. “Es un barrio humilde que ha sufrido muchos recortes, un barrio con conciencia social, obrero, guerrero”, relata. ¿Cómo es la vida nini por dentro, cómo se llega ahí? “Es complicado responder a esa pregunta. Yo entiendo que la vida nini es una vida de mucha ansiedad. Apenas he visto Hermano Mayor”, sonríe, “pero me he criado en una zona en la que he visto a mucha gente dejar pronto sus estudios y no tener camino”.
“A eso se une que son personas que han crecido en el absolutismo del presente, muy ancladas a la tierra y que han jugado muchísimo con más niños, desde muy pequeños, hasta altas horas de la noche. Son arrolladores y podrían ser extremadamente productivos, pero, como no saben ubicar su energía, parecen personas problemáticas”.
El sistema que ahoga
Y, ¿cómo se sabe de la cueva nini? “Azar. Personas nuevas, oportunidades que te surgen”. En el caso de Ifi, es el amor quien le cambia la lente. Conoce en un garito a un exmilitar del que se enamora. “Viven una noche apasionante en la que ambos se muestran tal y como son y se entregan. Pienso que él también se enamoró de ella, aunque es interpretable. Yo creo que el amor mueve el mundo y que es capaz de transformar a las personas. El otro día lo hablaba con una amiga: tengo 30 años recién cumplidos y no sé si puedo decir ‘me he entregado al cien por cien a alguien’. No es fácil esa entrega en la que uno se olvida de sí mismo… tenemos dentro demasiados prejuicios y corazas, y, además, en el caso de las mujeres, demasiadas presiones sociales del cuerpo”.
No es fácil esa entrega en la que uno se olvida de sí mismo… tenemos dentro demasiados prejuicios y corazas, y, además, en el caso de las mujeres, demasiadas presiones sociales del cuerpo
Sin embargo, después de esa cita mágica, él desaparece. No la llama, no responde a sus mensajes, e incluso manda a un amigo suyo a hablar con ella. No entiende nada. “Eso la cabrea tanto… si antes era mala ahora quiere ser peor. Eso es lo que le pasa al inocente cuando le alimentas la esperanza, que quiere infierno. Por eso los políticos deberían tener cuidado con las cosas que prometen”, guiña. “La idea que ella tenía era comenzar un nuevo camino a partir de él. Creía que iba a amarle, a protegerle… pero toda esa fantasía se va desmontando y luego se entiende por qué”.
Iphigenia en Vallecas no deja de ser nunca una obra política que desfoga por distintos afluentes: las etiquetas sociales de la protagonista, su situación humilde, la dificultad para defenderse, la elección del enemigo. “El daño que ha hecho el gobierno es irreparable. Vivimos en una sociedad perversa. El capitalismo es un sistema muy jodido que no se preocupa por las emociones, sino por la productividad”, resopla la joven. Y lanza el último dardo. “El sistema te dice ‘¿tienes depresión, has perdido a un familiar, a un hijo…?, de acuerdo, pero ¿puedes seguir trabajando? ¿Puedes seguir siendo útil, dando dinero a la máquina?”.
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