A Charles Clifford, pionero de la fotografía, se le ocurrió que retratar a un gitano en un enclave turístico bello y misterioso sería la mejor estampa para definir España. La composición, forzada e inventada, se convirtió en la imagen con la que se conoció el país en el extranjero. “Las Exposiciones Internacionales compendiaron el lugar de los gitanos en España y el lugar de España en el mundo en paralelo”, explica en un artículo María Sierra, directora de Pendaripen, grupo sobre investigación de Historia de los Gitanos de la Universidad de Sevilla.
A reforzar el cliché, se unieron literatos como Alejandro Dumas, Prosper Mérimée o George Eliot y hoy, más de 150 años después, la televisión se encarga de esa tarea con programas como Los Gipsy Kings. “Claro que existen esos gitanos, pero son sólo de un tipo. A mí no me representan, ni a mi hija, ni a mi prima y siento vergüenza”, dice Antonio Remache, cantautor y agente cultural de la Fundación Secretariado Gitano.
A mis alumnos les comparo nuestra situación con la de las mujeres: cualquiera puede decir lo que quiera de los gitanos, menos los gitanos
En el ámbito académico, el desprecio es de otro tipo: “Vengo de una conferencia en Budapest sobre los gitanos en la Historia del Arte en la que muchos académicos ni siquiera leen lo que los gitanos decimos de nuestra cultura”, dice Miguel Ángel Vargas, artista e historiador.
Gitanos mudos
Esa reticencia se parece al mansplaining, comportamiento de algunos hombres que corrigen a las mujeres sin plantearse siquiera que ellas puedan saber más que ellos sobre algún tema. “A mis alumnos les comparo nuestra situación con la de las mujeres: cualquiera puede decir lo que quiera de los gitanos, menos los gitanos”, dice Araceli Cañadas, profesora universitaria.
Hoy que se celebra el Día Internacional del Pueblo Gitano, EL ESPAÑOL ha hablado con cinco creadores e intelectuales que miran, observan y representan no sólo su comunidad, sino la sociedad en su conjunto. “Hablamos el mismo idioma, vamos a los mismos colegios… Nosotros tenemos que poner las pilas, pero es hora de que la sociedad y los políticos españoles nos traten como a iguales”.
Araceli Cañadas Ortega, filóloga y profesora universitaria: “En el mundo académico español la cultura gitana es una laguna”
“Dime, ¿qué pensarías si el Instituto de la Mujer lo dirigiera un hombre?”. Araceli Cañadas Ortega es profesora de una materia única en las universidades públicas españolas: “Gitanos de España, Historia y Cultura”, que se imparte por sexto año en la Universidad de Alcalá de Henares y es fruto del esfuerzo personal de Cañadas y del sociólogo Nicolás Jiménez.
Es una materia transversal, es decir, se pueden matricular alumnos de cualquier carrera y en eso Cañadas, ve las posibilidades y también la trampa: “De esa forma, no entra en el currículum de ningún grado universitario”, explica alguien que aborrece “los días de” y le molesta que a estas alturas se tengan que estar defendiendo “las obviedades”.
No entra en el currículum de ningún grado universitario
La docente cuenta que los jóvenes llegan a su aula con una idea mítica y estereotipada de los gitanos: “Son jóvenes de unos 20 años para quienes el curso es muy provechoso, pues trabajamos desde una perspectiva multicultural con la que analizamos cuestiones como el etnocentrismo y el eurocentrismo”.
Ese enfoque es conveniente, dice, para hablar de otros problemas de convivencia que vive Europa y para desmontar los tópicos racistas que aún persisten. Algunos, creados libros como Los Zincalí, de George Borrow, en el que se refiere a los gitanos como caníbales y ladrones de niños. Fue traducido por Manuel Azaña, mientras fue presidente del Gobierno.
En el mundo académico español la cultura gitana es una laguna que sólo aparece en las notas a pie de página
Cañadas reconoce que una de las dificultades para llevar su materia a la academia es que la bibliografía elaborada desde la gitanidad está sin catalogar y no responde a los criterios formales que exige la Universidad. “En el mundo académico español la cultura gitana es una laguna que sólo aparece en las notas a pie de página. Y seguirá pasando mientras la identidad gitana no se considere como una igual”.
Para Cañadas, es “absolutamente pertinente y enriquecedor que la cultura y la historia de su pueblo lleguen al mundo de la cultura y la educación: primaria, secundaria y universitaria”. Ese es, precisamente, el asunto elegido por la Fundación Secretariado Gitano para su campaña del Día Internacional de 2017 cuya imagen es un niño y este lema: “La pregunta de Samuel: ¿por qué la historia y la cultura del Pueblo Gitano no aparecen en los libros escolares?”.
¿Por qué la historia y la cultura del Pueblo Gitano no aparecen en los libros escolares?
El interrogante, a pesar de que en España hay casi un millón de gitanos, no tiene respuesta. Eso dice Araceli: “Incorporar nuestra historia y cultura al currículum escolar debe tomarse como una cuestión de Estado, no de buena voluntad de los políticos”.
La Trova Gitana: “Es fundamental que hablemos de lo que hacemos bien, también de lo que hacemos mal”
“Tenemos un límite: no escribimos temas de amor ni de desamor”. Antonio Remache explica esto casi como un chiste, pero así resume cuáles son sus intereses y los de Salomón Motos y Fraskito, los otros integrantes de La Trova Gitana. Este grupo, formado en 2014 por artistas con carreras propias, se juntó con la idea de hablar de lo que compete “a todo el mundo”. Por eso también se llaman cantautores, no cantaores: “A algunos les choca esta denominación, pero tampoco era cantaor Manuel Molina, el de Lole y Manuel, era un cantautor, y es curioso que todos lo recuerden como un flamenco a secas”.
Cada uno por su lado, ha firmado letras y canciones para Rosario Flores, Niña Pastori o Pasión Vega, pero en el disco que lleva el nombre de su grupo se han pegado a los periódicos. “En Saltar la valla hablamos de la inmigración. También abordamos la violencia de género”, cuenta Remache. El disco apunta a la sociedad española en su conjunto, por eso tiene un tema dedicado a Rita Barberá y otro a la corrupción en España. También dispara hacia adentro: “La Carmen habla de los matrimonios tempranos entre gitanos, una lacra para nuestra comunidad”, cuenta Antonio, para quien esa precocidad aleja a los jóvenes de los estudios y es el primer paso “para alimentar el círculo vicioso de la pobreza”.
El disco apunta a la sociedad española en su conjunto, por eso tiene un tema dedicado a Rita Barberá y otro a la corrupción en España
Remache cree que ellos hacen lo que deberían hacer todos los gitanos. “Es fundamental que hablemos de lo que hacemos bien, también de lo que hacemos mal porque las críticas desde dentro se admiten más fácilmente”. Dice que si alguna de sus letras ha molestado a alguien, no se lo ha dicho, aunque sospecha que “algunos gitanos conservadores se habrán molestado porque defendemos a los homosexuales”.
“Me llaman loca / intransigentes cristianizados de alma triste / Me llaman loca / con falso perdón y la sucia boca / con aceptación irónica y adulterada educación, / mentalidad de copla, de peineta y de mantón”.
Así dice la letra de Me llaman loca, escrita por Remache. “Yo siempre le digo a los míos que hay muchos temas por solucionar, no sólo en nuestro grupo, también fuera. Que somos parte de esta sociedad y todo lo que pasa en ella nos concierne”, dice un músico que trabaja como agente intercultural de la Fundación Secretariado Gitano en Albacete y cree que “quien tiene un altavoz, tiene que usarlo”.
Celia Montoya, actriz: “Reivindico una gitanidad que respeta al individuo y asume la diversidad”
“Escribir era mi fuga. También leía y escuchaba la radio, que era mi ventana al mundo”. Celia Montoya es cantante, actriz y escritora. Y gitana, una que en cuanto cumplió 18 años, se fue de su casa. “No me fui, me escapé. Una gitana no se va de su casa si no es casada”. Hoy recoge el premio del Instituto de Cultura Gitana a la Joven Creadora destacada en 2017: “Es algo muy simbólico, porque me lo dan los míos por ser quien soy y diciendo las cosas que digo”.
Montoya fue una rotunda Bernarda Alba en la nada costumbrista versión que hizo en 2014 Carmen Ruiz en la casa de Fuente Vaqueros donde nació Federico García Lorca o la voz en la Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita que del mismo autor grabó Jorge Pardo. La reflexión que hace sobre los suyos está llena de amor, también de matices. “Sufrí el destierro por salirme del carril y he pagado los tributos en forma de soledad y pena, que han sido propias y ajenas, pues yo era la mayor y la honra de mis padres”. Ella cree que su arte está lleno de todo eso y de su visión del mundo, muy influenciada por las tradiciones de los suyos.
Montoya, que a pesar de haberse criado en una familia sin problemas económicos y en contacto con el arte, debía escaparse de casa para ir al Museo del Prado. “Mi mundo era reducido y yo estaba destinada sólo a casarme. Salirme de lo establecido fue enfrentarme a un mundo enorme después de haber estado siempre arropada y custodiada. Muchas amigas y primas querían hacer lo que yo hice, pero es más cómodo ceñirse a las normas”, dice sin reproches, pues ella no se considera valiente, sólo una mujer libre que hizo lo que le pedía su enorme curiosidad. Su mirada está marcada por su experiencia: “Yo reivindico una gitanidad que respeta al individuo y asume la diversidad desde el conocimiento, la educación y la libertad”.
Reconoce que tanto Dueñas de silencio, libro que tiene por publicar y en el que novela las vidas de mujeres gitanas, como la obra que prepara ahora, Primigenia, están tocadas por la manera de ver el mundo de los gitanos. “Somos un pueblo unido a la tierra, a la naturaleza y muy espiritual”. Sin embargo, ella dice no buscar cambiar el mundo cuando trabaja, sino con su militancia en el Movimiento Social Ververipen, grupo que lucha “contra la romanofobia y el antigitanismo”.
Miguel Ángel Vargas, artista e historiador del Arte: “Yo ya no hablo de ‘payos’ o ‘gachós’ sino de ‘hombre blanco’”
“Ya nos han narrado, pintado y estudiado bastante: ya es hora de presentarnos al mundo”. Entre los muchos proyectos de Miguel Ángel Vargas está el de coordinar el área de teatro de un programa financiado por el Gobierno de Alemania para la digitalización de la cultura gitana en Europa. Tiene dos objetivos: “Uno es la parte técnica y el otro, más difícil, pasa por que los gitanos tomen la palabra y sean protagonistas”.
Vargas se queja de no se conoce, tampoco entre los gitanos, el reducido pero buen material que sobre su historia y su cultura han escrito los calés. Cita a Ian Hancock, lingüista y académico de la Universidad de Londres, que tiene más de 300 publicaciones: “Pero no se conocen porque están en inglés”, dice con sorna. Cuenta que aunque falta mucho para que haya un saber científico gitano, se ha abierto un camino: el empleo de los estudios postcoloniales por parte de jóvenes investigadores que los usan como guía para dar a conocer su historia como ya hicieron los afroamericanos. “Por eso yo ya no hablo de ‘payos’ o ‘gachós’ sino de ‘hombre blanco’”.
Este director de escena que prepara un doctorado asegura que es complicado publicar papers (trabajos científicos). “Se dice que es porque nuestra tradición es eminentemente oral o por el nomadismo, pero también es consecuencia de la resistencia que ofrece el mundo académico”. Dice que el dinero para investigar se va siempre a estudios sobre vivienda, drogodependencia o salud de los gitanos. “Y eso es partir de un prejuicio y nos convierte, a priori, en un problema. Y es especialmente grave que esa estigmatización se dé en la Universidad”.
Vargas también hace autocrítica. “Ni siquiera tenemos un diccionario romanó-español en condiciones y no estamos articulados políticamente”. En ese sentido, cree que el máximo órgano de representación de los calés en España, la Fundación Secretariado Gitano, no es la más adecuada para representarlos. “Hacen muchas cosas bien, pero es un ente creado por la Iglesia Católica y entre sus dirigentes hay más payos que gitanos”. Para este joven, existe otro freno interno: el peso que ha adquirido el culto evangélico en su comunidad. “Es legítimo, el problema es cuando a nivel social nos impide avanzar o incluso nos hace retroceder”.
José Heredia, director de documentales: “Tienen que dejar de vernos como objeto de estudio y vernos como fuente de conocimiento”
Cine y televisión han tenido un papel fundamental en la imagen que se ha dado de los gitanos en el último siglo. De películas como María de la O a las que rodó José Antonio de la Loma sobre El Vaquilla, el foco se ha puesto siempre del mismo lado: o folklore o delincuencia. En cuanto a la pequeña pantalla, los medios de comunicación reciben por todos lados, especialmente la televisión, y en concreto un programa actualmente en la parrilla: Los Gipsy Kings, reality de Cuatro que sigue a cuatro familias gitanas casi idénticas.
Ningún entrevistado niega que reflejan una realidad, pero que es eso: una entre miles. “Yo no puedo nombrar una película que refleje la vida de los gitanos porque sería tan ilusorio como citar una que reflejara fielmente la de los españoles. Nuestra comunidad es variada, como cualquier otra, y trasciende lo que pueda representar de ella una obra arte”. José Heredia es un documentalista convencido de que la gitanidad deben explicarla sus miembros porque son ellos quienes pueden informar de una experiencia que se adquiere en primera persona. “No se trata de reclamar exclusividad sobre el tema, sino de dar voz a gente a la que no se ha escuchado. Tienen que dejar de tratarnos como objeto de estudio y tratarnos como fuente de conocimiento”.
Eso es lo que él hace en El amor y la ira Cartografía del acoso antigitano, un documental en el que hablan los vecinos de Los Palmerales de Elche. En la cinta, el también politólogo reflexiona sobre el gueto: “Los guetos son una de las cosas que debemos agradecerle a la democracia, lugares de control y dominación en los que siguió, de otra manera, la persecución a la que ha sido sometido mi pueblo durante 500 años”. El autor dice que la Transición eliminó las leyes que dejaron de perseguirles sólo sobre el papel, pero en la práctica las cosas han ido de otra forma: “La Constitución nos dio igualdad ante la ley, pero en lo social, lo económico y los cultural seguimos desamparados”.
Además de los relatos populares que él refleja en sus películas, pide que se tenga en cuenta a toda una generación de gitanos que ha estudiado y están capacitados para hablar de lo que le ocurrió y le ocurre a su pueblo. Lo dice porque tras veinte años de profesión sabe que hay productos que las televisiones y las productoras siguen rechazando. “No apuestan por contenidos sobre nosotros que no repitan ciertos estereotipos”.
Este cineasta tuvo buena escuela en casa, pues es hijo de José Heredia Maya, poeta, primer gitano en ser catedrático y autor, junto al bailaor Mario Maya, del espectáculo Camelamos Naquerar (Queremos hablar), estrenado en 1976. El show sigue siendo un hito para el flamenco, pues fue una de las primeras veces que dos gitanos hablaban sin ambages del acosamiento sufrido por los gitanos españoles. Partía de otro poemario de Heredia, Pena Ocono, que dice así: “Incandescente el lecho en el que habito / mi condición de reo y de herrumbre / desde una vejación de siglos, grito”.
“De mi padre dicen los críticos que fue uno de los grandes poetas del último cuarto de siglo, pero aún hay quien lo reduce a un autor de ‘poesía gitana’”, comenta su hijo, que cree que esas etiquetas también deben desaparecer para que dos culturas que conviven y se alimentan desde hace cinco siglos se entiendan de una vez por todas.