Arriba del montón de heno, Pablo Casado guiando al país que quiere progresar. Pablo se sube al carro para crear una imagen que se entienda a la primera, un símbolo de su entrega y de la de su partido para sacar adelante España. “Que nos dejen gobernar ya”, escribió el vicesecretario de comunicación del Partido Popular, en un tuit al que acompañó con las fotos de su su participación en la Fiesta de la Trilla, celebrada en Castrillo de la Vega (Palencia).
“Para tener buena cosecha antes hay que arar, sembrar, segar y trillar”, añadió. El diputado de vacaciones eligió la forma más evidente de todas para llamar al trabajo: un carro cargado de heno. Uno como los que hace décadas se dejaron de usar (la mecanización del campo, ya saben), de los que tirados por las bestias avisaban a su paso con el crujido los ejes de las ruedas de madera. Pablo Casado aupado en el remolque medieval reclamaba el progreso de un país congelado por la falta de acuerdo político.
Todos quieren su pedacito de heno, todos miran por sus intereses. Nadie por la comunidad a la que representan. “Toda carne es heno y toda gloria como las flores del campo. El heno se seca, la flor se cae”. En Isaías 40, 6. El Bosco recurre a ese versículo para denunciar el pecado que arrastro a toda la humanidad. El carro de heno es la metáfora de lo efímero y lo perecedero de las cosas de este mundo.
Cada uno coge lo que puede
La tabla central del tríptico muestra decenas de personas que pelean y se agreden por la rapiña del heno. Montan escaleras para subir a lo alto, como Pablo Casado, se vuelven locos observando el paso del carro, que arrastran seres híbridos con cabeza de hombre y cuerpo de lagarto, insecto… tormentos infernales. Avariciosos, todos se amontonan sobre el bulto para coger un puñado, incluido el clero. Nadie queda libre de la reprimenda: “El mundo es como un carro de heno y cada uno coge lo que puede”, dice un proverbio flamenco en el que también se recrea el pintor.
La escena es dantesca: “Los que intentan por todos los medios subirse al carro no ven a los seres demoníacos que lo guían y los llevan directos al Infierno [representado en la tabla derecha]. Y menos aún los puede ver la multitud que sigue al carro, encabezada por los grandes de la tierra a caballo: el papa; el emperador, con una corona similar a la de Dios Padre; un rey [asociado con el rey francés]; y un duque”, se explica en la documentación de la página del Museo del Prado, donde reside la obra, que estos días protagoniza la exposición temporal con más éxito del año.
Bajo la sombra de los pecados capitales y las intenciones moralizantes, El Bosco siembra la conducta ejemplar: prohibido seguir al carro del heno, prohibido dejarse llevar por el interés, prohibido dejarse poseer por el deseo de gozar y de adquirir las riquezas materiales. Prohibida la corrupción que simboliza el carro del heno. Vaya. El pintor advierte: debemos alejarnos de la codicia para no ser condenados. Pablo Casado en lo más alto del carro de la corrupción sancionado por El Bosco.
En la parte alta del carro del Bosco el demonio toca la trompeta y el ángel de la guarda se desespera y mira arriba, hacia Cristo, que mira alucinado a la banda de descarriados. En el carro triunfa la lujuria, favorecida por la música que engaña y confunde al personal con la canción de lo que se quiere escuchar: “ Para tener buena cosecha antes hay que arar, sembrar, segar y trillar”. Y acabar con toda mancha de corrupción.