Flaubert es considerado por la crítica como el padre de la novela moderna. Una figura más que asentada en el panteón de las letras modernas, una posición de la que jamás pudo disfrutar en vida. Perseguido y denostado por las autoridades, el tiempo desharía su imagen de polemizador y diletante, para dejar la esencia de un novelista concienzudo y de una autoexigencia casi sádica. Amante de Cervantes, su Madame Bovary ha sido comparada en numerosas ocasiones con un Quijote femenino

Con motivo del segundo centenario del nacimiento del escritor, se editan ahora sus cuentos completos, reuniendo manuscritos y textos desechados en la profusa producción de quien tuvo que lamentar tanto la persecución de las autoridades como su propia autocensura. Cuentos completos (Páginas de espuma) recopila los relatos largos del escritor —Un corazón simple, La leyenda de San Juan el Hospitalario y Herodías—, con los 17 cuentos que aparecieron tras su muerte, la mayoría inéditos en nuestra lengua, como La danza de los muertos y Borracho y muerto

Portada de 'Cuentos completos' (Páginas de espuma). Páginas de espuma

Tanto en las obras editadas en vida, como aquellas que jamás vieron la luz, la sombra de la experiencia personal reaparece una y otra vez entre el estilo que, durante años, Flaubert trató de perfeccionar y que acabaría por dar forma al 'estilo indirecto', ampliamente utilizado por Marcel Proust y James Joyce. Logrando dar voz a pensamientos y posibilidades, ahondando en la psicología de unos personajes que empezaban a abrirse, caminando con vida propia y sin estar constreñidos a la historia. 

Tentaciones

Flaubert dedicó cinco años a componer su obra magna. Un proceso en el que se embarcó cargado con los errores que había imprimido en La Tentación de San Antonio. La exaltación que la visión del santo le produjo desde la perspectiva del pintor Pieter Brueghel el Joven. Fascinado, se lanzó a investigar sobre el santo, convirtiéndolo en una extensión de sí mismo. 

Organizó largas sesiones de lectura frente a dos amigos. Cuando llegó el final, exigió saber si el manuscrito merecía la pena. La respuesta fue contundente: "Deberías lanzarlo a las llamas y no volver a hablar de esto". Herido, pasó días desesperado, resuelto en no volver a dirigirle la palabra a sus compañeros. Sin embargo, Enid Starkie, anotó las palabras con las que más tarde se dirigió a ellos, recogidas en la biografía del escritor: "Estaba lacerado por el cáncer del lirismo; me operasteis justo a tiempo, aunque bramé por el dolor".

Flaubert entendió que su San Antonio no tenía visos de grandeza como obra debut, ni le llevaría hasta la posteridad. Tenía la necesidad de crear una novela objetiva y directa, en la que la ornamentación de las palabras sirviese para aportar claridad, pero sin caer en un preciosismo vacío. Así tomó las obras de Auguste Comte, como guía en periodo en el que el positivismo científico terminaría por sentar las bases del naturalismo novelesco.

"Madame Bovary soy yo"

Por poner algunos ejemplos del carácter analítico del escritor: durante la preparación de su novela, Salambó, visitó lo que quedaba de las ruinas de Cartago para inspirar sus descripciones; también pidió prestado al Museo de Historia Natural de Ruan, un loro amazona disecado con el que pretendía llenar su "cerebro con la idea del loro" durante las jornadas de escritura de Un corazón sencillo.

Resultaría lógico que el personaje de Emma se hubiese confeccionado a través de la misma observación atenta. Por un lado, el personaje podría estar basado en Delphine Delamare, quien se suicidó tomando cianuro tras haber mantenido relaciones con varios amantes a espaldas de su marido. El marido de Delamare había estudiado con el padre del novelista, por lo que resulta aún más plausible. Una historia muy similar a la de la novela, y que sirvió a Flaubert como punto de partida. 

Ilustración de la escena de la boda en 'Madame Bovary'. Wikimedia Commons

La influencia de la cultura española es casi omnipresente en la novela. Una y otra vez se mencionan lugares de nuestra geografía, pintores como Murillo o Velázquez, e incluso dramaturgos como Lope de Vega o Calderón de la Barca. "Madame Bovary es un Quijote con faldas y un mínimo de tragedia sobre el alma", escribió Ortega y Gasset a propósito de la fascinación del autor por la obra cervantina. Antes de empezar a leer siquiera, su tío fue el encargado de transmitirle la fascinación por las andanzas del caballero de la triste figura.

Flaubert se interesó por utilizar cada uno de los elementos de sus narraciones al servicio de la psicología. Cada detalle, adorno o pliegue de la gorra de Charles durante la escena de su boda, nos sirve para ahondar más en la idea de que hay mayor riqueza en su atuendo que en el portador de la misma. El paisaje, incluso las maneras del resto se adecuan a la creación de una atmósfera determinada, de igual forma que Cervantes transforma la propia realidad de su protagonista para dejar entrever la locura del hidalgo. 

Sin embargo, el personaje de Emma Bovary se acabó convirtiendo en una cruz para su creador, quien terminó por aborrecer aquel libro, tan alejado de lo que su San Antonio pretendía ser. Cansado, llegó a confesar durante una entrevista, "Madame Bovary soy yo", a las preguntas de los medios sobre el origen de una historia que empezaba a escandalizar a la opinión pública. Pero aún quedaba lo peor. 

Flaubert, el polemista

Desde principios de octubre de 1856, La Revue de Paris, publicó en forma de serie los capítulos de Madame Bovary. La historia sobre cómo una mujer de provincia podía acabar convertida en una adúltera, pagando las consecuencias de sus acciones y destruyendo a todos a su alrededor, generó un intenso debate entre las altas esferas de la cultura francesa, provocando la indignación del paladín de la decencia imperial, Ernest Pinard.

Se empezaba a gestar la idea de un "arte depravado", en consonancia con la democratización de la lectura y la publicación de libros. A esto se le sumaba la consolidación de un género tan denostado como la novela, plagado de historias de moral distraída, alejada de los géneros considerados como "nobles". Por lo que en 1857 se llevó a juicio al autor y sus editores. El proceso fue tedioso. Sin poder sentar a la propia Emma en el banquillo de los acusados, se debía probar si los hechos que ocurrían en el libro iban seguidos de alguna reprobación o castigo. Finalmente, se decidió absolver al escritor que en abril de 1857 vio publicada su primera obra. 

Gustave Flaubert en una fotografía de Nadar. Wikimedia Commons

La novela agotó un buen puñado de ediciones tras su salida, aunque quienes lo compraron lo hicieron por el morbo y la conmoción que su juicio había causado. Como resultado, el resto de sus obras disfrutaron de un aprecio mucho menor, objeto de las flagelaciones del novelista, quien veía su prosa empañada por el hálito de la polémica y el juicio público. 

Otro contemporáneo, Charles Baudelaire, fue juzgado también por Ernest Pinard, aunque con mayor dureza, cuando germinaron sus Flores del mal. El poeta comprendió el oficio de Flaubert, y fue uno de los pocos escritores contemporáneos que mostraron públicamente su aprecio por la Emma flaubertiana.

En el relato Flaubert de nuevo, la escritora Anne Carson cita al escritor y a Sartre con seis párrafos escasos de distancia. Una relación natural para quien descubrió en las novelas de su predecesor las herramientas para la Náusea. Sartre vio en "el estetoscopio que aplica a todas las cosas" —como describían al francés los Goncourt en una carta al escritor— el escalpelo con el que separar el tejido blando de la emoción real, sin ambages y lista para ser diseccionada. Atributos que el novelista trató de incorporar, antes incluso de que se entendiese su oficio

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