La obra de Francisco de Goya vive en la inmortalidad, tiene la admirable virtud de estar reflejando el presente. Sus lienzos y grabados, pintados y realizados hace más de dos siglos, desnudan las vergüenzas de la sociedad en la que habitó el artista aragonés, pero por sus escenas también se cuelan las miserias actuales. Su célebre Duelo a garrotazos es la bandera que representa a la España de los bandos, la cainita, la que goza de una encomiable y regeneradora capacidad de autodestrucción.
El autor de Los fusilamientos, de los Desastres de la guerra, como fundador de nuestro tiempo. Así refleja al genio de Fuendetodos la periodista Berna González Harbour en Goya en el país de los garrotazos (Arpa), una pequeña biografía, de lectura ligera y ritmo literario, que reivindica al pintor como un precursor y un visionario. Es la segunda inmersión en el universo goyesco de la escritora, que antes lo había hecho a través de la la ficción negra con El sueño de la razón (Destino).
"Cíclicamente, los españoles mostramos que tenemos una capacidad de enfrentamiento enorme. La Guerra de la Independencia fue por el abandono de los Borbones, sobre todo de Fernando VII, que traicionó a su pueblo. Luego vinieron las pérdidas de las colonias, la Guerra Civil... Y ahora vemos el cainismo en el desafío independentista y en la extrema derecha que ha surgido. Hemos vuelto al trincherismo. Parece que no somos capaces de afrontar la historia con orejeras", reflexiona González Harbour en una charla con este periódico.
Goya (1746-1828) y sus obras siguen vigentes, suenan a actualidad. Las críticas que hizo a los problemas de su tiempo —las desigualdades, la miseria, el deterioro de la monarquía, la violencia— pueden trasladarse a los que copan los titulares de 2021. Pero su mundo, escribe la periodista, "tiene el superpoder de hacernos mejores aun cuando refleje, de nosotros, lo peor". Porque Goya es, por encima de todo, creación, un alegato a la razón; y en todo su legado, en sus obsesiones, como ahora en nuestra presente, emerge esa dicotomía entre crear y destruir.
Harbour repasa a velocidad de AVE, aunque con la eficacia de no dejarse nada en el tintero, la biografía de Goya en toda su amplitud, y sobre todo esa capacidad de trascender con un discurso que suena tan moderno. Es una propuesta original en la que va encadenando capítulos cortos que resumen los principales episodios íntimos y familiares del pintor, algunos de ellos no tan conocidos, como los negocios de su ruinoso nieto, con el que a punto estuvieron de perderse las Pinturas negras que trazó en la Quinta del Sordo antes de marcharse al exilio en Burdeos, o su "amistad amorosa" con Martín Zapater, su amigo de la infancia y del alma.
"Las cartas que le envió a Zapater son prácticamente las únicas que tenemos de Goya y reflejan una intimidad maravillosa que uno solo puede compartir con un gran amigo —tienen cosas escatológicas y muestra sus inquietudes artísticas, políticas o monetarias—. Nos alumbran muchísimo sobre la vida del pintor", destaca la periodista, que también revisa su supuesta relación con la XIII duquesa de Alba. "Cuando muere en 1803 se hace la oscuridad, a partir de ahí apenas tenemos testimonios directos de Goya sobre sus sentimientos y su estado".
Harbour también incide en la representación falsa que hicieron del autor de La familia de Carlos IV sus primeros biógrafos y la mitología posterior —un ejemplo de ello es la película Goya en Burdeos de Carlos Saura—, quienes crearon un prototipo de macho aragonés, mujeriego, recio, amante de los toros y del dinero. En realidad, las investigaciones rigurosas han derribado la imagen de ese pintor "que hoy asociaríamos a Vox", apunta la periodista, y han desvelado a una persona que denunció la crueldad de la tauromaquia y la desigualdad hacia las mujeres en sus grabados, que trabajó mucho y fue enormemente leal a sus amigos, y que tocó y criticó temas espinosos como el de la prostitución.
La obra, en ese empeño de demostrar el presentismo goyesco, está llena de paralelismos entre sus creaciones y todo lo que ha sucedido desde su fallecimiento en Burdeos. La serie de los Desastres de la guerra (1810-1815) convirtieron al pintor en un reportero de guerra, en un predecesor de Robert Capa. Harbour incluso lo compara con Manuel Chaves Nogales en esa voluntad de retratar una tragedia sin caer en maniqueismos: "El periodista sevillano describió el horror, viniera de donde viniera. Y eso se paga. Ambos murieron en el exilio".
La autora reconoce que son muchas las preguntas que le haría a Goya si estuviese cara a cara con él: por qué no escribió más, por qué no ahondó en la explicación de sus sentimientos y sus desasosiegos, a qué mujeres u hombres amó, por España y si tiene remedio... Berna González Harbour tiene en su cabeza —el cráneo de Goya no se sabe dónde está— una entrevista preparada, pero le resulta más ardua la tarea de escoger una única creación del pintor aragonés. "Su obra está viva para mí, es como esos amigos a los que hay que volver. Un día diría Los fusilamientos y otro el Perro semihundido, pero hoy diría el grabado Madre infeliz!. Lo tiene todo: la muerte de una madre y el desconsuelo de una hija que se queda atrás". Un tema universal, como el propio Goya.