Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) dice que escribe crónicas que piensan —un estilo periodístico que ha definido como Lacrónica, así todo junto, y al que le ha dedicado un libro— o ensayos que cuentan —como El Hambre—. Además de haber forjado un personalísimo estilo, introspectivo, cercano, emocionante, también resulta muy ingenioso a la hora de inventarse conceptos. El último, Ñamérica (Literatura Random House), da título a su nueva obra, una profunda y colosal revisión sobre qué es la América Latina que comparte lengua, cultura, historia y problemas, y en la que se funde todo su repertorio literario.
El escritor y periodista argentino apunta que este libro, que podría ser entendido como una actualización de Las venas abiertas de América Latina, el clásico de Eduardo Galeano —eso sí, con un diagnóstico distinto para un lugar que se ha transformado radicalmente en medio siglo—, es una de esas "tonterías" que se le ocurren a veces, y que cuando empieza a escribir se pregunta quién me manda meterme en estos fregados, pero entonces ya no puede parar de preguntar, de escribir, de narrar. Y lo reconoce Caparrós con esa sonrisa que termina fundiéndose (y confundiéndose) con su inconfundible bigote plateado.
¿Qué es este libro, cómo lo definiría?
Es un intento de contar y entender una región del mundo que hace mucho tiempo nadie mira como conjunto. Se escribe sobre una cantidad de cosas que suceden en América Latina, de sus cuestiones y problemas, pero hace mucho que nadie trata de pensar qué es esa región. Y eso es lo que intenté con Ñamérica y con este género un poco mezclado que trata de complementar relato y análisis.
¿Y a qué conclusiones ha llegado?
Conclusiones es mucho decir. Con plantear las buenas preguntas ya uno avanza mucho, y además son muchas. Lo que me interesaba era tratar de ver cómo es ahora América Latina, de renovar la mirada que se tiene, revisar todos esos clichés tenemos en la cabeza y ver cuáles se corresponden más a la realidad y cuáles menos. Solemos pensarla como un lugar básicamente natural, campesino y bastante selvático, y resulta que es la región con mayor población urbana del mundo, más del 80%. Es algo que no tenemos en cuenta, entre otras cosas porque es un fenómeno nuevo, hace cincuenta años sí la mitad de la población era rural.
Trato de hacer ese tipo de cosas, repensar, por ejemplo, el tema de la violencia. Siempre se piensa en Latinoamérica como un lugar particularmente violento. Y es cierto pero no es cierto. Si miras la historia reciente, en todo el siglo XX no hubo una verdadera guerra entre dos países, mientras que en Europa, en Asia o en África hubo decenas de millones de muertos. Tenemos esa imagen de que América Latina es un lugar donde los conflictos se solucionan de forma más violenta que en otros lugares del mundo; pues es todo lo contrario. Lo que sí es cierto es que ahora hay una violencia privada, relacionada con el narcotráfico, pero eso sucede en dos zonas muy delimitadas: en México y en Colombia cada vez menos.
Le confieso que mi primer impulso al leer el título de su libro es que se había inventado un nuevo término para proponer una simbiosis entre España y Latinoamérica en estos tiempos tan agitados.
La idea es encontrar un nombre para esa América que habla en castellano, la gran mayoría, unos veinte países, básicamente por una cuestión de respeto por la realidad. Brasil es una realidad totalmente aparte por muchas razones históricas, su gigantismo frente al resto de países de la región, sus características socioeconómicas y su cultura distintas… Me interesó sacarlo de la ecuación porque deformaba mucho todos los datos. Entonces decidí preocuparme por esos países que sí tienen una historia, una cultura y un idioma comunes, y choqué con el hecho de que prácticamente no tienen nombre: decir Hispanoamérica es una humillación, una palabra deplorable. Y si lo que los caracteriza justamente es hablar una misma lengua, el castellano, la Ñ, que es el estandarte, podía dar cuenta de ese fenómeno, y se me ocurrió 'Ñamérica'.
Es inverosímil convencernos de que el mundo precolombino era un oasis de paz y armonía
¿A qué cree que asociamos los españoles América Latina? Al fútbol, al reguetón, al narco y a figuras como Pablo Escobar o el Chapo, con las que las últimas ficciones televisivas hasta nos han hecho simpatizar…
En el capítulo sobre la cultura 'ñamericana' lo que hago es constatar que para el resto del mundo 'Ñamérica' está definida por una serie de imágenes que tienen que ver con la cultura más popular. El narco y todo lo que viene con ello se difundió en el resto del mundo a través de series, telenovelas y culebrones; el fútbol es el fútbol, no hay nada más cultura popular que el fútbol; y el reguetón está ocupando un lugar desmesurado dentro del hilo sonoro global. Es curioso: son tres producciones que vienen de los sectores más populares y marginales, y que han ocupado un lugar de imagen de la región en el mundo. En ese capítulo trato de contar la situación y pensar a qué se puede deber.
Pero eso también tiene una consecuencia: oculta lo que de verdad le pasa a la gente de América Latina. ¿Cree que al otro lado de Atlantico no tenemos un interés sincero por conocer su coyuntura?
Sin duda no lo hay, pero como dicen por ahí, nothing personal. Si salimos a la calle a preguntar qué va a pasar con Francia en las elecciones de dentro de seis meses nadie tiene ni idea. En un mundo cada vez más global hemos conseguido interesarnos cada vez menos por lo que pasa en el resto del mundo. La provincialización que hemos sufrido cuando teníamos todas las opciones para saber lo que pasa en cualquier rincón es bastante extraordinaria.
Es cierto que en España se sabe muy poco de América Latina en general, pero tampoco la mayor parte de la gente tiene idea de quién son los candidatos a gobernar el país de al lado. Me sorprende cómo nos han convencido de que lo que importan son estas unidades totalmente arbitrarias que llamamos países.
La pobreza es uno de los temas que vertebran el libro. ¿'Ñamerica' es la región más desigual del mundo?
Sí, sin duda, que no es lo mismo que pobre. Es una región pobre, pero en África hay mucha más pobreza y un poco menos de ricos, por lo que la desigualdad es mayor aquí. Hay algo que es un poco farragoso de sintetizar y que empecé a entender trabajando este libro, que son las razones de la desigualdad. En Europa y en EEUU, el sistema clásico para la constitución de las grandes burguesías era juntar un poco de capital, conseguir unas máquinas, poner a la gente a trabajar, explotarlos un poco y hacer el famoso desarrollo capitalista de la producción. Y a partir de eso los sectores que habían logrado ese desarrollo obtuvieron poder político y todavía gobiernan.
En 'Ñamérica' la forma de conseguir riqueza tenía que ver con el poder político, que consiste en extraer y exportar materia prima —se llame oro, soja o cocaína—. Es el mismo proceso desde hace 500 años. Lo que se necesita es fuerza para apoderarse de esa mina de oro o del campo de maíz. No es el poder económico el que determina el poder político, sino más bien al revés, y otro efecto de eso es que para extraer materia prima no se necesita tanta mano de obra, con lo que mucha gente es innecesaria para los ricos, que no necesitan crear un mercado interno: su negocio lo hacen fuera. Todo esto hace que las desigualdades sean mucho mayores y que los que no son ricos sean bastante más pobres en la medida en que no son necesarios para trabajar ni para consumir, lo único que intentan hacer los ricos es controlarlos de algún modo, en general a través del Estado que les da por un lado asistencialismo y por otro represión.
Quizá mucha gente entienda a América Latina como un todo, pero desde la primera página deja claro que el gran proceso de los últimos dos siglos ha sido dividir el continente en patrias, levantar muros, señalar (o inventar) diferencias. ¿Por qué se ha rechazado lo uniforme?
Estamos todo el tiempo lamentándonos de no poder construir la famosa unidad latinoamericana, cuando en realidad el trabajo de los últimos doscientos años ha sido crear la desunión, los países, las historias patrias y los símbolos que te convenzan de que ese que vive enfrente, al otro lado del río, de algún modo es tu enemigo. O por lo menos es totalmente distinto, cuando en realidad es igual: hablan el mismo idioma, con el mismo acento, piensan lo mismo, comen las mismas cosas…
Todo eso, como construcción, tiene que ver con esas élites locales que querían manejar el territorio que tenían a su alrededor y para eso tenían que crear la ficción de que ese territorio le permitía a una determinada capital. Entonces armaron las unidades que podían controlar, y cada una de ellas se constituyó en un país. Si te fijas en la historia del Virreinato del Río de la Plata antes de que se independizara, en 1809, ahora son tres o cuatro países distintos. Así se fueron repartiendo este reino de taifas en el que se fue convirtiendo América Latina.
La gente que vale la pena no quiere ser política, es una profesión muy desprestigiada
Al principio del libro también enfatiza en que América es una invención de los conquistadores españoles. Hace un mes se cumplieron 500 años de la caída de Tenochtitlan. El tema de la conquista se ha politizado enormemente con el Gobierno de López Obrador. Usted como latinoamericano que vive en España, ¿cómo ve esta cuestión de reescritura de la historia?
La historia siempre es un relato que en cada época intenta variar según sus necesidades. El problema es que hay que conseguir cierta verosimilitud para que funcione, y en este caso uno de los grandes intentos de contar la historia en este momento es totalmente inverosímil. Me refiero a esta tentativa de convencernos de que el mundo precolombino era una especie de oasis de paz y armonía, cuando en realidad está gobernado por grandes estados criminales. Los aztecas se comían literalmente a sus víctimas, los incas explotaban a sus campesinos de una manera insoportable. Por eso esas pequeñas expediciones extremeño-andaluzas pudieron derrotarlos, porque el resto de las naciones de la zona estaban tan desesperadas ante las tiranías que tenían que sufrir que se unieron incluso a estos invasores extranjeros.
Por eso pasó lo que pasó, aunque también es cierto que la conquista española produjo resultados espeluznantes. Se calcula que alrededor del 80% de la población americana murió en el siglo posterior, básicamente por las enfermedades que traían los europeos, pero también por violencia directa o por la explotación espantosa a la que los sometieron. Pero eso no hace que los estados precolombinos sean en absoluto reivindicables, eran situaciones espantosas.
¿Por qué este empeño en desvirtuar la historia?
A algunos parece que les sirve para negar su propia responsabilidad en la situación actual de Latinoamérica, sacudirse culpas, pero es inverosímil. Echarle la culpa de lo que pasa en los estados 'ñamericanos', que ya llevan doscientos años funcionando, a lo que pasó en 1521 es insostenible. Es como si aquí dijéramos que el desempleo actual es culpa de Fernando VII. Por otro lado, hay como una reivindicación de los así llamados pueblos originarios, pero a mí me parece injusto que un pobre, por poder demostrar 'pureza de sangre aborigen', tenga algún privilegio con respecto a otro pobre que no puede demostrarlo. Lo que hay que hacer es solucionar la vida de todos ellos.
¿Por qué los movimientos políticos, tanto a izquierda como derecha, son tan extremos, polarizados? El caso último de Perú es nítido: había que elegir ente la hija de Fujimori o un maestro indígena…
Cada caso es muy particular, y Perú lo es, pero quizá se pueda usar como ejemplo extremo de lo que pasa en buena parte de la región, y del mundo: el desprestigio de la política, en general, y de los políticos, en particular. Hay muchas razones para eso, pero una, que en 'Ñamérica' se cumple, es que son gente bastante poco inteligente y poco preparada. Parece una estupidez dicho así, pero a mí me impresiona comprobar que lo son.
Y una explicación de eso es que en nuestros días, cuando un muchacho tiene inquietud, cierta inteligencia, es muy raro que diga a sus veinte años que quiere entrar en un partido político y tratar de ser diputado. Se le ocurren otras cosas: ser ingeniero, youtuber o escritor si es un poco más loco. La gente que vale la pena no quiere ser política, es una profesión muy desprestigiada donde terminan yendo los que no saben muy bien qué quieren hacer, o los que piensan que puede haber ahí cierta ganancia fácil. Entonces es razonable que después le vaya como les vaya, y nos vaya como nos va. Mientras no consigamos represtigiar la actividad política, y esta no consiga buscar a los buenos por lo menos, vamos a seguir jodidos.