Ya estábamos al final de algo: lo avisa el escritor y periodista Daniel Bernabé, uno de los más brillantes y polémicos de su generación, en un ensayo asequible y fresco que recibe ese mismo nombre y que edita Bruguera, donde radiografía la sociedad con un cúter exactísimo que alcanza bien honda la herida. El autor de La trampa de la diversidad -que puso el dedo en la llaga de una sociedad cada vez más basada en la diferencia y en el auge de las identidades frente al olvido de los problemas concretos de la clase obrera- señala las cuatro crisis del mundo presente: la de la legitimidad de la democracia liberal, la económica, la cultural o identitaria y la medioambiental.
A partir de ahí, con accesibilidad pero también con dureza, con cierto ritmo implacable centrado en la gran alerta presente -la caída de la democracia liberal en pos de la economía especulativa y de nuevos órdenes totalitarios-, Bernabé estudia las capas de nuestra pena negra política y social: la desesperanza de los jóvenes, los motines callejeros, nuestro falso optimismo, nuestro renqueante sistema sanitario, nuestro individualismo acuciante, nuestra forma superficial e hipócrita de vivir en las teorías y los conflictos culturales en vez de meterle mano a lo fundamental.
Parecía que lo habíamos aprendido en las primeras semanas de confinamiento, pero qué rápido olvidamos lo crucial para entretenernos en lo simbólico, en lo pequeño: ese es nuestro terrible don. Charlamos con Bernabé sobre esto y aquello, sobre el mundo que se derrumba y del que aún podemos salvar lo bueno antes de que todo quede sepultado por las ruinas.
¿Cuál es el pensamiento más extraño que te ha asaltado durante esta pandemia?
Buena pregunta. Supongo que a nivel personal, cuando todo empezó hace cosa de un año, tuve la extraña sensación de que ya conocíamos lo que pasaba. Y no tanto porque hubiéramos visto imágenes parecidas en el brote vírico de la gripe A en China, sino porque lo habíamos visto en las películas. La ficción nos había anticipado los miedos y las esperanzas de otra forma. Fue una extraña sensación de irrealidad. Ahora parece que vivimos esto como un paréntesis y que podemos volver de nuevo al principio, pero eso es imposible. Es la razón por la que he escrito este libro, porque no hay sitio a donde volver. El sitio donde estábamos amenazaba ruina y ahora todos esos cambios se han acelerado.
¿Se puede avecinar un cambio de sistema económico, se podría aprovechar para virar a una suerte de comunismo, justo cuando se está hablando de que el capitalismo empieza a estar obsoleto y ha fracasado como modelo? ¿Por qué al comunismo le tienen miedo hasta los comunistas?
En este libro he intentado ir a lo básico, a lo genérico, y dejar a un lado determinadas cuestiones en las que yo personalmente creo. Quería que este libro le valiese al mayor número de gente posible para poner ideas fundamentales encima de la mesa. Este capitalismo neoliberal se está cargando su propio modelo político, que es la democracia. La está dejando sin sentido. Y si seguimos por este camino, acabaremos en un modelo donde el sistema económico perviva pero el sistema político sea autoritario.
¿Qué nos ha demostrado esta pandemia? Que en esta sociedad, por mucho que se haya negado tanto en los últimos cuarenta años, lo público nos ha salvado. Que hace falta que los sectores estratégicos estén, de una u otra forma, bajo control democrático: eso es lo que significa planificar la economía. Más allá de esta cuestión, está que dentro del propio capitalismo hay una pugna entre lo que es la economía real (la que fabrica las cosas que necesitamos) y la economía especulativa financiera, que es un monstruo que hace mucho escapó de control y que ha demostrado su inutilidad.
Respecto a lo que decías de la sanidad pública: todos son muy neoliberales hasta que se notan un bultito, ¿no?
Exacto. Pero esto que ha sucedido no es del todo un accidente, es algo que podía pasar perfectamente. Estaba la pelota sobre el aro y ha caído dentro. Y al menos es una pandemia con un índice de mortalidad bien bajo que ha afectado sobre todo a personas mayores, ¿cómo sería si hubiese afectado a toda la población por igual, a niños y a jóvenes…? Terrorífico. La fuerza de esta pandemia ha sido relativa comparada con el resto de la historia, pero nuestro sistema se ha tambaleado porque ya estábamos al final de algo, ya había una crisis subyacente que esta crisis sanitaria ha puesto sobre la mesa.
¿Cómo es posible que nos encontrásemos en toda Europa sin mascarillas o sin protección médica de primera mano, cómo es posible que las cadenas comerciales de la globalización se cayesen en dos semanas y las cosas básicas no nos llegasen? Todo esto me recuerda a una frase: la economía mundial es cada vez más unos tipos jugando en un casino, asombrados por las pérdidas y las ganancias que obtienen, y ese casino está dentro de un barco, y ese barco se va a chocar con un iceberg. Nadie atiende al iceberg, sólo a la ruleta.
¿Qué es lo que ya estaba fallando de antes de la pandemia? En el libro mencionas cuatro jinetes del apocalipsis que serían la crisis económica, la crisis medioambiental, la crisis cultural o identitaria y la crisis de legitimidad de la democracia liberal. Me interesan las dos últimas.
Comenzando por la crisis cultural o identitaria: cada vez nos relacionamos con el mundo que nos rodea de una forma más individualista y más competitiva a la vez. Hemos sustituido la idea de la igualdad por la de la diferencia, salvo que esa diferencia incluye desigualdad. Competimos constantemente en una especie de mercado de la diversidad. Ahí estamos todos dentro. Todos estamos compuestos por múltiples factores -no solamente somos uno de ellos-, pero solemos elegir aquel factor más peculiar para que seamos un producto más competitivo en el mercado y conseguir atención social. Todas estas guerras culturales, la lucha entre lo políticamente correcto o incorrecto, la cuestión de la censura social poniéndose sobre la mesa…
En vez de tener una cultura que dé respuesta a nuestros problemas concretos y reales, estamos obsesionados con representarlo todo de la forma más correcta posible para satisfacer la angustia identitaria. Se habla de que hay pocos cuadros de mujeres, pocas lecturas sobre mujeres, poca representación de mujeres en El Prado… iban a quitar cuadros de Antonio López y al Equipo Crónica porque decían que había que meter arte que tuviese en cuenta el colonialismo. El arte siempre ha representado la realidad, con su su oscuridad y su luminosidad, con sus sesgos, y eso quedaba ahí como un testimonio. Ahora parece que queremos borrar el testimonio y reflejar nuestra crisis identitaria: la cultura, en vez de dar respuesta, provoca más conflictos y no debería servir para eso. La cultura no ha de ser el campo de batalla, sino quien nos dibuja los mapas.
Han girado mucho las cosas, ¿no? Antes por ejemplo resultaba humillante decir que eras pobre, ahora, de hecho, te da cierta legitimación social, y lo que está mal visto es decir que vives acomodadamente, porque eso parece que te quita voz y voto para hablar de temas sociales, aunque ideológicamente estés de acuerdo con ellos. ¿No sería más interesante que todos dejáramos de ser pobres en vez de ejecutar cierto orgullo de la precariedad como si fuese algo bueno?
Claro, es que librar esta batalla no cambia los resultados, cambia los reflejos del conflicto, pero todos los problemas siguen ahí. No podemos utilizar esta palabra, usemos la otra, quita este cuadro… el conflicto real, que es la desigualdad, es hoy más grande que nunca. Sólo hay que atender a los sueldos de los altos ejecutivos: desde el inicio del neoliberalismo en los setenta, la brecha es cada vez mayor. Hay una brecha de género notable respecto a las mujeres, y sigue habiendo en países como EEUU una minoría negra y otro tipo de minorías que tienen problemas asociados por esa desigualdad, como no poder acceder a la educación de la misma forma. O a la justicia. El progresismo bienpensante colabora con el sistema, sin saberlo, blanqueándolo.
Pero Gramsci decía que toda batalla política es primero una batalla cultural. ¿No puede servir como terreno abonado, la cultura, para dar el siguiente paso y buscar cambios en el espectro político, con medidas fehacientes?
Creo que en ese sentido se ha interpretado mal a Gramsci, porque no podemos escindir las facetas culturales y materiales, siempre están relacionadas, pero sin embargo ahora se está haciendo. Si te das cuenta, al inicio del confinamiento, la vida nos peló hasta el hueso y de repente sabíamos qué era lo importante, lo imprescindible. La cuestión de la casa cobró una relevancia total porque estábamos encerrados en ella, el trabajo, la sanidad, el transporte para llegar a ese trabajo, ciertos espacios que te ponían más en peligro… sin embargo son variables alejadas del debate público, tapadas por otras.
¿Qué opinión te merece la Ley Trans de Montero o la instalación de la teoría queer en la legalidad?
Es una ley que me causa dudas en la propia aplicación y creo que algunos de los peros que se le están poniendo desde los sectores feministas deberían ser oídos y tenidos en cuenta. Pero también creo que como al final tenemos que competir constantemente en todos los aspectos, esto se ha convertido en una guerra de trincheras que no llega a ninguna parte y en la que no se debe seguir por más tiempo.
Hay que hablar de la gestión de los fondos europeos, que nos jugamos la vida con ello efectivamente, o hay que analizar nuestro sistema sanitario y estudiar por qué está peor de lo que creíamos. La Ley Trans… que la aprueben, que la reformen, que la hagan de la mejor manera posible y adelante. Todo sistema democrático tiene que procurar que cualquier minoría tenga los mismos derechos que la generalidad, pero no podemos hacer política de la minoría, tenemos que pensar en el bien común y no debemos quedarnos atrapados en cuestiones de ese estilo.
¿Crees que se está borrando a las mujeres, como se denuncia desde el feminismo radical? Esta semana, en rueda de prensa con Siri Hustvedt, me sorprendió que dijese que “claro que todas las personas nacemos de un cuerpo con genitales femeninos”.
Yo me niego a utilizar ese tipo de expresiones y de neolengua de convento semiótico que no tiene nada que ver con la izquierda y que es producto de un progresismo liberal que pone la diferencia por encima de la igualdad. Las mujeres son la mitad de la población humana. No me gustaría meterme en este tema especialmente, pero siendo justo, entiendo que todo va más allá de esta ley y que hay críticas del feminismo a nivel mundial. Incluso los transexuales están siendo borrados por esta nueva categoría de “persona trans” que no se sabe lo que es, y empieza a verse el ser mujer casi como un delito, cuando al serlo tienen opresiones de género muy concretas y problemas muy claros.
“La educación nos convierte en excelentes técnicos y en grandes ignorantes de nuestra responsabilidad social”. ¿Por qué? ¿Qué educación nos está faltando?
Me di cuenta al plantear el libro como gran radiografía de la sociedad que uno de nuestros problemas como ciudadanos es que desconocemos por completo aspectos fundamentales de nuestro sistema político y democrático. ¿Cuál es el problema? Que podemos empezar a dar pábulo a gente con tendencias autoritarias y dictatoriales y ¿esto es culpa del individuo, que no se forma?
Bueno, se la podemos echar, pero evidentemente es algo genérico. Hemos centrado la educación en formar a profesionales en campos precisos del saber o de la técnica, tenemos a ingenieros que desconocen cómo funciona la democracia. Y no es un problema de los ingenieros ni del sistema educativo, o no únicamente, también creo que desde hace un tiempo el mundo del poder y del dinero pensó que le venía bien gente torpe a la hora de exigir la democracia. No hay sociedad sólo con excelentes técnicos, tiene que haber ciudadanos.
¿La rabia es movilizadora? ¿Sirve de algo la violencia que ejerce el ciudadano, en contraposición a la violencia de Estado? Te lo pregunto a raíz de los motines recientes en Barcelona y Madrid y los contenedores ardiendo.
Bueno, los sucesos de disturbios que hubo hace unos meses con motivo del confinamiento tienen mucho que ver con esto, con lo de Hasél. En ninguno de los dos casos se reivindicaban, en el fondo, medidas sanitarias ni la libertad de expresión de un rapero, había algo más profundo que es una especie de gran desencanto por parte de una generación. Si nos damos cuenta, en toda su vida consciente han vivido en permanente crisis. En algunos barrios de clase trabajadora ya no hay siquiera posibilidad de tener sueños o aspiraciones.
Si en la anterior crisis, cuando el 15M, vivimos la protesta de una generación con grandes expectativas que habían sido arrebatadas, en ésta ni siquiera hay expectativas. Surgen estos motines que sabemos que no conducen a ninguna parte, que es algo baldío en cuanto al cambio social, pero tenemos esta sociedad espectacular y prestamos tanta atención a la violencia porque es tan teatral… los lectores atienden más a la noticia si hay un contenedor ardiendo. ¿Vale para algo? Para nada. Hay que ser antipático y decirlo. Probablemente lo de estos jóvenes valga para dar una reacción, una excusa para hablar del caos del país, y al final provoca que venga un salvapatrias a poner orden.
Que quede claro que no pienso que estos jóvenes sean estúpidos ni que los mire desde una perspectiva paternalista, pero ya he cumplido 40 años y es jodido lo de la crisis de la mediana edad. Siento que nos hemos hecho muy mayores de repente. Tengo la sensación de que mi generación pensaba que iba a protagonizar un gran cambio en el país pero al final vamos a ser los que mantengamos las cuatro cosas que hemos conseguido. Las dejaremos a salvo para que vengan otros. Creo que esta crisis puede llevar a un cambio positivo, pero tenemos que tener mucho cuidado con ella. Los que éramos los mayores críticos con determinadas cuestiones vamos a ser los que defendamos la democracia liberal.
¿Qué es la libertad para ti? Ahora hemos tenido mucho tiempo para pensar en ella.
La libertad me preocupa bien poco, la libertad es una gran mentira de potencialidades. Sin igualdad, la libertad no existe. Sí, éramos teóricamente libres para hacer todo pero poca gente podía hacerlo realmente. Teníamos libertad para ir a cualquier parte del mundo, más o menos, si eres de Occidente, pero no teníamos dinero para irnos. Me sorprendía que tanta gente tuviese miedo de descargarse el radar de la Covid-19 cuando cualquier estupidez que te instalas en el móvil conlleva que entregues todos tus datos a una empresa desconocida de no sé dónde.
Claro que en pandemia comprobamos que es diferente encerrarse en una casa con jardín unifamiliar y amplia a hacerlo en un pequeño piso de 60 metros cuadrados compartido con cuatro personas más. Nuestra vida no estaba preparada para asumir un mundo tan precario.
¿Qué hay de los jóvenes que se pasan por el arco del triunfo las medidas porque no pueden renunciar a su vida social y de los negacionistas? ¿Son el nuevo punk? ¿Hasta qué punto es reaccionario y hasta qué punto es rompedor?
Ambos casos tienen que ver con el individualismo más atroz que padecen las sociedades. Claro que la persona tiene que reconocerse en sí y tener derechos inalienables, pero esto va más allá: es una tendencia de pensamiento que pasa por asumir que vivimos al margen de otras personas. Es demente. No podemos vivir individualmente, es absurdo, pero nos han hecho pensar que sí. ¿Por qué en la pandemia hubo oficios catalogados como esenciales? Porque lo eran.
Y si deja de recogerse la basura en Madrid durante una semana esto sería un caos y las enfermedades brotarían de una forma aún más fuerte que el coronavirus. Sería la caída civilizatoria de la ciudad. Pero nunca se habla de estas personas, ni siquiera en la ficción. Desaparecen. Como si la basura la echaras a un cubo y de repente no estuviera. No. Hay personas trabajando. Las cosas funcionan porque hay trabajadores detrás. No vivimos nunca solos.
¿Qué te parece la decisión de Iglesias de abandonar la vicepresidencia y competir con Ayuso por la Comunidad de Madrid?
A mí Iglesias me gusta mucho, porque a los que escribimos nos da tardes de gloria. Me pasa igual con Ciudadanos, pero por razones inversas. Iglesias percibe correctamente que en la Comunidad de Madrid puede ganar la ultraderecha, y que Ayuso es tan reaccionaria y radical como Vox o más. Ese bloque podría hacer involucionar al país llegado el caso de que consigues el poder nacional. Casado es el mayor perdedor de las próximas elecciones madrileñas, pase lo que pase. Si pierde su partido, pierde su joya de la corona, pero si gana, quien gana es Ayuso, y Ayuso va a por Casado.
¿Dirías? Tenía entendido que Ayuso le era muy leal a Casado.
Bueno, las relaciones entre el poder madrileño y el central siempre han sido complicadas y esta vez no va a ser diferente. Ayuso dispone y Casado va por detrás, parece que no dirige. Parece que el PP estatal lo lleva Miguel Ángel Rodríguez, y eso es una mala noticia para la derecha española. Lo vamos a acabar pagando.
¿Comunismo o libertad?
Habrá que recordar que el comunismo es legal y es legítimo y que sin el Partido Comunista no se hubiera entendido el fin de la dictadura ni la Transición española. Se habla con esa ligereza de los comunistas españoles… ellos saben que no hay política comunista, es absurdo. Unidas Podemos lleva políticas socialdemócratas que cualquier partido socialista hubiera firmado hace diez o quince años, pero se ha movido tanto el eje hacia la derecha…
Que te llamen “fascista” ahora resulta colocarnos en el lado bueno de la historia.
Ha habido una vulgarización del término y ahora se usa para desprestigiar a la persona, sea lo que sea lo que haya hecho. Pero esas declaraciones no podemos dejarlas pasar: se puede hacer el payaso pero no con determinadas cosas, y menos en un continente como el europeo, donde no se puede ser demócrata sin ser antifascista, como rezan las Constituciones de posguerra de países como Italia o Francia.
En medio de la espectacularización de la política, que también denuncias en tu libro, es cierto que Mónica García, de Más Madrid, es la única que de hecho parece una persona normal y no parece que eso vaya a premiarla.
Esto es curioso. Porque Gabilondo por ejemplo es un tipo muy sensato y dice cosas útiles, ¿cuál es el problema? Que le hemos creado un personaje de atolondrado que vive en las nubes y no se entera de nada. Reclamamos políticos sensatos, que no sean de gatillo fácil y que reflexionen, pero cuando los tenemos huimos de ellos. Es bastante hipócrita porque aplaudimos al que monta jaleo.
Hay que actuar en cuestiones más directas, como la rotonda que está mal en tu barrio, o estar en el AMPA. Eso es hacer política. Estamos educados en una conversación en redes muy violenta, estamos esparcidos en lo digital con nuestras identidades conflictivas en vez de hacer la vida y la ciudadanía de verdad. Eso me tiene loco. Necesito ver a la gente, tocarla, quererla, y ver una ciudad viva. Lo otro me da miedo. La política y la vida se hacen en la calle.