María Sánchez: “No quería parecerme a mi madre o mi abuela, sí a los hombres, pero desperté"
"Hay mucho paternalismo y clasismo hacia la gente del campo” / "Me mosquean los políticos y sus fotos con el ternerito, creen que es gracioso".
4 marzo, 2019 00:30A María Sánchez no le agrada el término “dar voz”. Todos tenemos voz. El problema recae cuando parte de la gente no dispone de los recursos y herramientas necesarias para alzar la suya propia. Es por eso que la escritora cordobesa pretende hacer un hueco a aquellas mujeres que se partieron el alma trabajando un día tras otro en el campo. Lo hizo con su poemario Cuaderno de campo (La Bella Varsovia), publicado en 2017, y lo hace ahora con su ensayo Tierra de mujeres (Seix Barral).
Sánchez nació en 1989 y su pueblo está ubicado en la Sierra Norte de Sevilla. Prefiere no revelar el nombre de su pueblo pero indica que viven menos de un millar de personas en él. Coordina el proyecto Las entrañas del texto, donde colaboran artistas como Iván Repila o Paula Bonet, y también colabora en Carne Cruda Radio.
Cuentas en el libro que de pequeña querías ser un niño para convertirte en un hombre (y ser fuerte, y saber siempre lo que hay que hacer). ¿Cómo te desprendiste de esa herencia cultural? ¿Hoy quieres ser una mujer?
Siempre he querido ser como mi padre o mi abuelo. Ahora me doy cuenta que, como mujer, como María Sánchez, como escritora y como veterinaria no tengo que ser un hombre para ser tan buena. Aquí estoy yo y no tengo que ser como ellos, pese a admirarlos y respetarlos, para ser buena trabajando profesionalmente. Es curioso porque me di cuenta algo tarde —y es algo que siempre me recrimino a mí misma—. Es cuando entro a la universidad y me doy cuenta de que todos los escritores que me gustan son hombres. Y no solo escritores: ecologistas, científicos, naturalistas, ornitólogos, veterinarios, conservacionistas… Incluso los profesores.
No había apenas profesoras en la facultad. No solo en el ámbito profesional sino en el mismo ámbito familiar me doy cuenta que nunca quería parecerme a mi madre o a mi abuela. Siempre a ellos. A los hombres. Esa herencia cultural que tú dices que tenemos tan arraigada, y que gracias al feminismo cada vez va a menos, estaba dentro de mí. A día de hoy tengo mucho más en cuenta lo que hicieron mi madre, mi abuela o mi tatarabuela. Ese despertar viene en el momento en el que llega el feminismo a mi vida.
Tratas la invisibilidad de las mujeres del mundo rural: hablaban bajito, limpiaban las tumbas y las casas. Con los años se convirtieron en una habitación más que no se hace notar. ¿Cómo se ha ido resquebrajando ese muro? ¿Han tomado la palabra ya, o sólo ahora, con obras como la tuya, comienza a hacerse?
Yo creo que se están haciendo cosas y no solo por el libro. Pienso, por ejemplo, en Ganaderas en red y demás colectivos de mujeres que están hablando de su día a día compartiéndolo por las redes. Puede parecer una tontería pero el hecho de tener una herramienta, que puedas enseñar tu trabajo y que te puedan leer, hace mucho. Yo soy muy activa en redes porque siento que tengo la obligación de enseñar el verdadero rostro del campo en el que yo me muevo y que no me siento representada cuando sale en los medios. A través de esa fisura estamos haciendo que ocurran cosas. Nos estamos dando cuenta de que siempre ha habido mujeres trabajando en el campo y que, aunque no trabajaran en el campo, el pastor o el aceitunero que llegaba a casa podía descansar porque la mujer había estado en casa cocinando, lavando la ropa o cuidando a los niños. Esa invisibilidad hay que sacarla de la sombra.
De hecho, mencionas en el ensayo de una doble opresión. Por una parte, por el hecho de ser mujer y por otra por el hecho de vivir en el campo.
Claro, si ya de por sí las mujeres en las ciudades carecemos de igualdad salaria o sufrimos situaciones machistas imagínate en el campo. Y ya no hablemos de las trabajadoras inmigrantes que trabajan en invernaderos o campos de fresa.
También cuentas que durante años tu madre fue una desconocida para ti y que no entendías cómo se había convertido en la perfecta ama de casa. ¿Qué has entendido ahora sobre ello? ¿Ha cambiado tu mirada?
Mi mirada ha cambiado totalmente. Somos muy injustos porque nos creemos protagonistas de las vidas de nuestros padres. Ellos tenían una vida antes de que nosotros naciéramos. ¿Tú sabes las aficiones de tu madre antes de tenerte? Apenas los conocemos. Y para mí, mi madre era una gran desconocida y era el espejo en el que no me quería mirar. No entendía cómo ella no tuvo oportunidad de decidir qué era lo que quería ser. Entonces, yo pienso que hay que comprender las circunstancias en las que han vivido esas mujeres: sus historias, limitaciones etc. Y yo no conocía la historia de mi madre ni lo que significaba para ella ir al olivar todos los días con catorce años y no poder seguir estudiando mientras su hermano se iba a Madrid a formarse. Es duro. Y me comparo. Mi madre a mi edad actual tenía tres niños y llevaba una casa adelante. Ese trato desigual es un claro ejemplo de una sociedad machista.
¿Hay un supremacismo por parte de la gente urbana respecto a la población rural? ¿Existe una mirada condescendiente, un “catetos”?
Completamente. Mucho paternalismo, clasismo, racismo y desprecio. Yo invito a gente a analizar una noticia relacionada con el mundo rural. Se recurre a adjetivos como “pobre”, “paleto”, “ignorante” etc. Estamos en 2019 y no todos los pueblos son iguales. Hay multitud de vidas y de formas de trabajar. Esta generalización la están llevando a cabo los medios. Que una persona no haya estudiado no significa que no tenga cultura. A lo mejor es capaz de hacer cosas que tú no tienes ni idea.
Tampoco hace falta estudiar una carrera.
Efectivamente, es un tratamiento muy injusto. Es un filtro que ponemos siempre que hablamos del campo.
¿Hace falta mayor formación en periodistas en este ámbito?
Yo no lo sé. Creo que si nos sentáramos de “tú a tú” de frente y nos quitáramos ese filtro que tenemos las cosas podrían ser distintas. A mí me parece ridículo que tenga que ir un periodista de Madrid o Barcelona a contar una historia de un pueblo de Galicia. ¿Qué pasa, que en Galicia no hay periodistas? ¿Sus voces no son válidas o interesantes? Yo creo que hay muchas voces en el medio rural muy interesantes.
De hecho, para mí las voces más interesantes de los que escriben en el mundo rural son mujeres. Pienso en Lucía López Marco con su blog Mallata, donde se habla de feminismo, soberanía alimentaria y hace entrevistas a mujeres que trabajan en el campo; Pienso en Anna Gomar, que está rescatando una raza autóctona en peligro de extinción a la vez que está recuperando la lana. Está reuniendo a la mujeres del pueblo que sabían hacer los ovillos. Está recuperando un oficio; pienso en Patricia Dopazo y en su revista Soberanía Alimentaria y que hace entrevistas geniales y saca a la luz temas de cambio climático, ganadería extensiva, ecologismo etc. ¿Por qué no ocupan ellas los altavoces y los espacios? Porque voz tenemos todos. Lo que no tenemos son esas plataformas y esos micrófonos. Y yo no soy de las que opinan que “del campo solo escriba la gente del campo”. No. Pero sí quiero que nos cuestionemos por qué la gente que escribe sobre el campo pertenece al mismo género y son siempre personas que viven en grandes ciudades y que no tienen relación con el mundo rural. Siempre hay que preguntarse y cuestionarse.
También dices que estás harta de enfrentar el medio rural al urbano: que nos necesitamos mutuamente. ¿Cómo entendernos mejor?
Tenemos que entendernos todos. Por ejemplo, ¿tú crees que algo de lo que has comido hoy se habrá producido en Madrid? ¿A quién necesitas? A trabajadores en el campo. Es que yo estoy cansada de ese enfrentamiento. Parece que yo solo hablo bien del mundo rural pero también tiene sus cosas malas. Cuando alguien de la ciudad llega al campo yo también tengo ese paternalismo de “ya verás este lo que va a durar aquí”. Cada uno tiene sus ritmos, tonos y tiempo. Yo estoy cansada del periodismo sepulturero, de gente que se muere sola, de pueblos que se vacían. Quiero que nos unamos y qué mejor que volver a nuestras raíces: a hablar de nuestras madres y de nuestras abuelas, que es algo universal.
En Madrid, en la presentación del miércoles, va a haber una pastora de Sanabria y también estará Teresa López, que es la presidenta de la Fademur —La Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales—. En Barcelona estará presente una sexta generación de mujeres cuyos antepasados estuvieron trabajando fuera y que ahora han decidido volver a la viña de su tatarabuela a trabajar. Como ves, son mujeres completamente diferentes. En Córdoba va a haber una veterinaria que cuenta, mediante sus fotografías, historias de los diferentes animales que se va encontrando. Quiero que, estas presentaciones, sean un encuentro y excusa para que ellas cuenten sus vivencias y la gente vea lo diferente y diverso que puede ser el campo.
Tus reivindicaciones son eminentemente políticas: feminismo, ganadería extensiva, etc. ¿Crees que han calado del todo en el propio mundo rural?
Creo que en el campo siempre ha habido mucha sororidad. A mí me mosquea, ahora que vamos a entrar en campaña, los políticos que vienen a hacerse fotos con el ternerito porque se creen que es una imagen graciosa. En Francia, Le Pen y Macron se fueron al campo a hacerse fotos. Siempre han sido las mismas personas quienes han acaparado esas voces y espacios. Eso no significa que no haya gente haciendo cosas. Solo que no se les presta atención y no se les da cobertura. Por eso me parece tan fundamental internet y las redes sociales porque desde ahí se hace una gran labor. Cada uno con pequeños gestos puede hacer mucho. Yo siempre pienso en eso. En presentaciones mías de Cuaderno de campo han venido abuelas, vaqueros, cabreros etc. y hemos terminado hablando de todo menos de los poemas. Y eso me ha parecido genial. Que hablemos de problemas ganadería extensiva, de la gente que vive en los pueblos… Y es que ellos son mi narrativa invisible. Los que me hacen escribir.
Además, ¿sabes qué ha pasado? Como escribo en mi libro, mi familia no me contaba nada porque no le daban importancia a su día a día. A raíz de lo que escribía, y de ver que me va bien, ellos me empiezan a contar historias. Con mis propios amigos, cada vez que algún pastor o panadero me dice una palabra nueva propia del pueblo se la transmito a ellos. Así creas, tejes y, como dice mi ensayo, vas soltando semillas. Me gusta preguntarme absolutamente todo; hasta de dónde es el queso. Cuestionarse para aprender y crecer.
Pronto es 8 de marzo. En Tierra de mujeres narras que el día de la mujer trabajadora del pasado año “marcó un antes y un después para el país” pero que te apena ver tan pocas mujeres del entorno rural.
Me doy cuenta que hay pocas mujeres pero al final es todo lo contrario. Tú cuando sales de un pueblo a reivindicar te estás señalando. Si tienes una familia que no comulga con el feminismo o no te apoyan es complicado. En la ciudad le puedes decir a tus padres que te vas a la biblioteca para realmente ir a la manifestación. Pero en un pueblo tienes un cartel luminoso que dice “hola soy feminista y estoy aquí reivindicado”. Me parece injusto y deshonesto exigir a las mujeres de los pueblos el mismo ritmo. Cada cosa a su tiempo. No partimos del mismo sustrato ni de las mismas condiciones. El cura, el policía o los vecinos saben todo lo que haces.
¿Este año habrá más mujeres?
Va a haber más mujeres. De hecho, este año ya hay colectivos de mujeres rurales que están lanzando manifiestos, se están preparando para la huelga etc. Yo contaba en el libro que me sentía un poco huérfana porque leía “manifiesto de mujeres periodistas” o “manifiesto de mujeres abogadas”. Pues mira, de un año a otro ha cambiado la cosa.