La crisis de los refugiados tiene un rostro. Es el de una niña que espera en una interminable fila, agarrada a las barras de una valla metálica. Aguarda a que ella y su familia sean registrados como demandantes de asilo en un centro para inmigrantes de Preševo, en la frontera de Serbia con Macedonia. Es un día frío de octubre de 2015 y llueve. Por eso la cara de la niña está cubierta con un plástico, que sirve de chubasquero. Le cubre nariz y boca, le borra el rostro.
Mi vida como fotógrafo ha mejorado debido a esta foto, pero ¿qué ha mejorado para ella?
Esa imagen firmada por el joven fotógrafo esloveno Matic Zorman recibió el primer premio en la categoría de Gente, de la prestigiosa organización World Press Photo. “Para mí, el premio fue un shock. Nunca podría haberlo imaginado, ni siquiera soñado”, confiesa a EL ESPAÑOL este reportero gráfico. Nació en 1986 en Kranj, una población situada a escasos 20 kilómetros de Liubliana, la capital eslovena. Ahora forma parte de la élite del reporterismo fotográfico. Pero ese éxito está manchado porque Zorman no sabe nada de esa niña. Ha lanzado una campaña pidiendo información sobre ella. Quiere hablar con su familia, con ella, saber cómo está, entre otras cosas.
“Mi amor por la fotografía empezó dando paseos con una cámara y utilizando filtros en la campiña eslovena, estaba jugando más que otra cosa y hacía fotos incluso a la mierda de las vacas. Nunca imaginé que pudiera ser fotógrafo profesional. Ahora lo soy y esa foto se llevó ese premio”, expone este freelance. Colabora con el periódico Gorenjski Glas y con el semanario Mladina, dos medios eslovenos.
Algunos de sus trabajos también han sido publicados en el periódico The Washington Post y el diario británico The Independent. Se ha especializado en temas de actualidad vinculados a crisis humanitarias, como demuestran sus trabajos anteriores sobre la Franja de Gaza.
Éxito cero
Un premio World Press Photo está al alcance de pocos. La organización con sede en Ámsterdam reconoce todos los años las mejores fotografías de prensa. Este joven esloveno, formado en tecnología multimedia y autodidacta de la fotografía, habla de esa foto con preocupación.
“El premio ha cambiado, de alguna forma, mi vida. Ahora se abren puertas y para mí ese reconocimiento demuestra que uno puede hacer su trabajo muy bien. Hay que seguir así”, dice. “¿Qué pasa con la niña? Mi foto no es nada. Mi vida como fotógrafo ha mejorado debido a esta foto, pero ¿qué ha mejorado para ella?”, se interroga. “Quiero devolverle algo a esa niña”.
La imagen es muy simbólica, que representa la situación de los refugiados, pero me falta la parte humana de la fotografía
Zorman ha lanzado a través de su página web un llamamiento para tratar de obtener información sobre la menor de Preševo. De momento, los esfuerzos de Zorman no han dado resultados. “Estoy dirigiéndome a mucha gente, organizaciones, como la Cruz Roja, o ACNUR, pero nadie responde”, afirma el fotógrafo. “Dicen: no tenemos autoridad para buscar”, añade. Sólo hace unos días Zorman logró entrar en contacto con alguien que está dispuesto a ayudarle en Alemania.
Premio envenenado
El premio recibido por la fotografía de Zorman ha puesto al fotógrafo en una situación paradójica. La foto de la niña la hizo rápido, en un instante, antes de entrar en el centro de atención a los refugiados en Preševo. Sin embargo, no es así como Zorman acostumbra a trabajar. La base de su trabajo consiste en “establecer un vínculo humano” con las personas que fotografía. “Antes de hacer la fotografía, lo importante es el vínculo humano. Es esencial, al menos el 50% del trabajo”, estima. “Hay que establecer relaciones de confianza, en la que los fotografiados confían en mí y yo confío en ellos”, añade.
Ese vínculo es algo ausente la imagen premiada por World Press Photo. “La imagen es muy simbólica, que representa la situación de los refugiados, pero me falta la parte humana de la fotografía, por eso empecé a buscar a la niña”, revela.
Cuando este joven fotógrafo habla de otras imágenes suyas queda claro su alto grado de implicación personal con las personas a las que inmortaliza. Por ejemplo, lo hace al hablar de Shahed, otra niña pequeña palestina de la Franja de Gaza, que sufre síndrome de Arlequín, una enfermedad congénita.
Una tragedia
“Su madre estuvo expuesta a fósforo blanco [un agente incendiario utilizado por el Ejército de Israel en 2009, ndlr.] cuando estaba embrazada, nació así por la exposición de su madre a esos productos químicos y al estrés”, cuenta Zorman. “Su padre murió en aquella ofensiva israelí de 2009, y su madre abandonó a la niña. Su abuela se está ocupando de ella y ahora está recibiendo tratamiento paliativo en Australia, una buena noticia que me dieron hace poco”, añade.
Con evidente cercanía habla Zorman también de Fadi, un adolescente palestino de la Franja de Gaza. Lo conoció en 2010. El chico formaba parte de un grupo de niños que habían sido heridos en el conflicto entre Israel y Palestina, y de los que recibió tratamiento y rehabilitación en Liubliana. “A Fadi le preguntamos una vez los reporteros, ¿Cuál es tu mejor recuerdo de Eslovenia? Y respondió: Vi con mis propios ojos un avión sin bombas por primera vez”, rememora Zorman. “No dijo avión civil, dijo avión sin bombas”, insiste el fotógrafo.
Una pasión
Aquel detalle hizo que el reportero esloveno se interesara mucho por el chico palestino, que llegó a invitarle a vivir en su casa. “El contacto con la familia de Fadi, la relación con ellos, la vida allí, eso no se puede pagar con dinero. Es un regalo poder aprender de la gente, pese a las condiciones de vida en Gaza, que son muy muy malas”, apunta Zorman, que no hace fotos para hacer dinero. “Soy freelance, lo que en Eslovenia es muy duro, aquí trabajo para medios que pagan ocho euros la foto, aunque ahora estoy apostando por hacer fotos para medios internacionales”, subraya. “Esto es una pasión”, sostiene.
A la niña del rostro de la crisis de los refugiados, Zorman le daría un abrazo y le pediría perdón
Da la impresión que a este chico, intenso en sus explicaciones y de marcada delgadez, se le va la vida detrás de la cámara al tiempo que busca intimidades que fotografiar. “Espero poder contar con una segunda parte, una continuación, con la familia de esa niña”, dice sobre la pequeña fotografiada en Preševo. “Me gustaría pasar tiempo con ellos, de alguna forma, me gustaría hablar con su padre. Para explicarle mi trabajo”, asegura.
A ella, a la niña del rostro de la crisis de los refugiados, Zorman le pediría disculpas. “Le daría un abrazo y le pediría perdón”, afirma. “Le diría que lo siento. Lo siento por no haber tomado nota de su nombre”, explica. Él está deseando poder saber algo de esa pequeña. Encontrarla y poder tener una relación cercana con ella y su familia “parece que sólo podría ocurrir en un mundo perfecto”, señala, con un tono poco optimista. “Pero si el mundo fuera perfecto, esa imagen no existiría”, concluye.