José María Blanco White publicó en Londres el periódico liberal más sensato y de calidad de toda nuestra Guerra de la Independencia. Y lo llamó de la única manera posible, El Español, porque en sus páginas se pulsan la radicalidad inicial, la frustración endémica, la impotencia por el mal gobierno, la comparación lacerante, la rectificación solitaria y la resurrección de la ilusión, que constituyeron siempre el espíritu hispano. Éste es el primer capítulo de todas las vidas que ha tenido la cabecera en la tradición periodística de nuestro país y que recordaremos, una a una, cada domingo.
Blanco White nació en Sevilla como Blanco Crespo, de padre comerciante apodado “White” por ser el vicecónsul de Gran Bretaña en la capital andaluza. Se ordenó sacerdote casi por obligación materna, pero muy pronto se sintió encorsetado por una fe que no era la suya. Al igual que muchos otros, devoró las obras completas de Rousseau y se hizo jacobino para cambiar el país. Marchó a Madrid en 1805 y se convirtió en asiduo a la tertulia de Manuel José Quintana, lo que reforzó su radicalismo y le agregó al grupo de los primeros liberales españoles que vivió el Dos de Mayo y la revuelta general en Junio de 1808.
Siguió a la Junta de Gobierno en su huída a Sevilla cuando Napoleón entró en España. Allí redactó junto a Isidoro de Antillón la segunda etapa de Semanario Patriótico, publicación que expuso los principios del núcleo liberal que encauzó el proceso político hacia la convocatoria de unas Cortes que hicieran la revolución sobre la base de la soberanía nacional, la separación rígida de poderes y la reforma económica y social. Blanco White rechazaba entonces las tesis historicistas de Jovellanos y del inglés Lord Holland, que defendían un régimen enraizado en el pasado, con instituciones intermedias, “al modo de los godos”, que integrara a los sectores que se sentían amenazados por la libertad.
Contra la Regencia
En febrero de 1810 llegó a Inglaterra convencido de que ya solo con la pluma “podía servir a España”. Por eso creó El Español, y así lo anunció en su prospecto del 30 de abril de ese año, donde se comprometió a seguir los “principios más puros de la sana filosofía” revolucionaria francesa para combatir al dictador de Europa, al tiempo que criticaba a la Regencia española. Ese primer número ya fue denunciado por Ruiz de Apodaca, nuestro embajador en Londres, por considerarlo “subversivo”.
Blanco White publicó 47 números hasta junio de 1814, con una frecuencia mensual y llegando todos casi a las noventa páginas. Los artículos son en gran parte suyos, que firmaba con sus iniciales: “BW”. No obstante, cuando quería responder a alguno de sus antiguos amigos, amoscados por las aceradas críticas que dirigía a las Cortes y a la Regencia, firmaba con el seudónimo de “Juan Sin Tierra”. También insertó textos de otros liberales y pensadores, como Humboldt, Flórez Estrada o Martínez de la Rosa, quienes igualmente pasaron por el exilio londinense. La mayor parte de sus suscriptores fueron ingleses y españoles americanos, especialmente por las ideas que defendió.
Leyó a Blackstone, Burke, Paley y Bentham, y vio con buenos ojos las ideas de Jovellanos.
Pronto comprendió Blanco White que el único aliado posible de España era Gran Bretaña, la “única nación libre” que quedaba en Europa. Acudió allí a la tertulia de Lord Holland, un inglés que tuvo gran influencia en los primeros liberales españoles, y de John Allen. Ambos le transmitieron el ideario whig: parlamentarismo bicameral, Rey como poder moderador e integrador, y derechos individuales respetados.
Leyó a William Blackstone, Edmund Burke, William Paley y Jeremy Bentham, y vio con buenos ojos las ideas de Jovellanos. El resultado fue lo que Vicente Lloréns llamó el “primer periódico de oposición de nuestra historia”.
Blanco White publicó la primera exclusiva de la historia del periodismo español: el último decreto de la Junta Central por el que se convocaban Cortes en dos cámaras.
Blanco White publicó en exclusiva el último decreto de la Junta Central, escrito por Jovellanos y extraviado en la huida de Sevilla, por el que se convocaban Cortes en dos cámaras, una popular y otra eclesiástica y aristocrática, que de haberse cumplido hubiera cambiado la Historia (El Español, 30.IX.1810). Fue la primera exclusiva de la historia del periodismo español.
Aquel número de El Español alimentó el rumor de que Manuel José Quintana, oficial mayor de la Secretaría de la Junta Central, había sustraído el documento para que las Cortes fueran más revolucionarias. Luego, misteriosamente, la Regencia encontró el texto de Jovellanos, el última día de octubre de 1810, con las Cortes populares ya reunidas y habiendo proclamado, el 24 de septiembre, la soberanía de la nación.
Poder despótico
Criticó la acción de gobierno de la Regencia española por la mala dirección de los asuntos militares y políticos, algo a lo que nadie se atrevía a pesar de que era evidente. Censuró la labor legislativa de las Cortes y la propia Constitución de 1812. Se había instalado un régimen de Convención, decía, que ya había fallado en Francia en 1791. La soberanía popular y los derechos naturales imprescriptibles le parecían un riesgo porque podían crear un poder despótico. La “libertad verdadera y práctica” solo se conseguía con la protección individual “en los tribunales” (El Español, 5.XII.1812).
Defendía la autonomía de las colonias españolas, no la secesión. Era precisa la igualdad con los peninsulares.
La Constitución de Cádiz, aseguraba BW, no establecía un Rey que equilibrara los poderes del Estado, sino que lo enfrentaba al Parlamento, y a éste con el Gobierno. Las Cortes eran unicamerales, y no integraban a la aristocracia y al clero dándoles un papel apartado y relevante. El cambio en las ideas de BW fue tan evidente que lo tuvo que explicar en un artículo titulado “Variaciones políticas de El Español” (I.I.1813).
A esta crítica y pensamiento nuevo, añadió la defensa de la autonomía de las colonias españolas en América, no de la secesión. Sostuvo que era precisa la igualdad real con los peninsulares, ya que continuaban gobernando los virreyes, no había libertad de imprenta en la práctica y se negaba la representación verdadera en las Cortes.
Los diputados de Cádiz llevaron a sede parlamentaria El Español en 1811, donde fue públicamente repudiado y White tildado de “antipatriota” y “antiespañol”. Por supuesto, la Regencia prohibió su circulación. Incluso comenzó a publicarse un periódico para contestar al suyo, titulado El Español liberal (1812-1813). La publicación de Blanco White, escribió mucho después Menéndez Pelayo, había sido la “más abominable y antipatriótica” que podía darse. Con eso se quedó hasta finales del siglo XX.
Fiebre republicana
Pero él no cejó en su empeño. Desconfiaba del pueblo, y así cometió otra “apostasía” al decir que los españoles no se habían levantado en 1808 para construir un régimen liberal, sino para decidir bajo qué dinastía querían vivir. Se libró así de la “fiebre republicana que los libros franceses y la opresión española hicieron epidemia en la Península” (El Español, 13.XII.1813). El único error de White fue confiar en que la venida de Fernando VII podría servir para “hacer mudanza en la Constitución” (El Español, I-II.1814). A él también le llegó el desengaño, y tras el golpe fernandino de mayo de 1814, dijo que el “edificio que con tan estéril afán habían elevado sobre arena (las Cortes), vino completamente a tierra”.
Blanco White convirtió las páginas de El Español, en definitiva, no solo en un excelente periódico de información de los sucesos peninsulares, americanos e ingleses; sino en una publicación crítica con el gobierno y sus leyes, dura con las instituciones que mantenían a los españoles en la oscuridad o en la confusión, desde un moderno constitucionalismo, lo que fue algo único en su tiempo.
*Jorge Vilches es doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor de Historia de Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la UCM.