Uno de los aspectos más desoladores de la guerra siria es ver cómo el patrimonio arqueológico es destruido, a menudo con intenciones religiosas, ideológicas o puramente propagandísticas, como ocurrió con las recientes imágenes del autodenominado Estado Islámico (EI) saqueando y reduciendo a polvo la monumental ciudad milenaria de Palmira.
La información, sin embargo, nos llega mutilada, distorsionada, masticada y escupida. ¿Cómo obtener la verdad sobre la magnitud del expolio sirio? Harían falta unos ojos electrónicos que se situaran a más de 500 kilómetros de altura, inalcanzables a cualquier misil, y capaces de registrar cada parpadeo en un fichero y enviarlo a lugar seguro. Esos ojos existen, se llaman satélites y por primera vez Jesse Casana, un arqueólogo del Dartmouth College, los ha empleado para obtener un informe imparcial sobre la destrucción arqueológica en Siria, publicado en la revista Near Eastern Archaeology.
"Mucha de la atención mediática se ha centrado en los espectáculos de destrucción que el EI ha orquestado y subido a la red", declaró Casana en un comunicado, "y esto ha llevado a un amplio malentendido de que es el principal culpable del saqueo de sitios arqueológicos y daño a monumentos". Su análisis, hecho a partir de imágenes obtenidas en los últimos cuatro años, muestra que el saqueo es muy común también entre las tropas del régimen y, a menor escala, entre las fuerzas rebeldes y los kurdos.
En concreto, el EI es la facción en cuyo territorio controlado hay más sitios arqueológicos (383) de los cuales casi el 43% han sido severamente expoliados. Le siguen las fuerzas del régimen de Bashar al-Asad, que controlan 212 sitios y han saqueado el 23%, una cifra sorprendente viniendo de fuerzas gubernamentales.
Los análisis por satélite también han registrado destrucción y robos en las zonas controladas por las fuerzas de la oposición -237 sitios, el 14% de ellos saqueado- e incluso las dominadas por las Unidades de Protección Popular (UPP) kurdas, con 116 sitios de los que el 9% ha sido usurpado.
Un recurso muy caro
Casana empezó a indagar en el uso de las imágenes por satélite como un instrumento para contrastar con observaciones de los ciudadanos, medios de comunicación o los politizados informes gubernamentales, muy especialmente en situaciones de conflicto. Es decir, datos muy probablemente distorsionados.
El problema para Casana es que con los servicios de acceso abierto estilo Google Earth pueden detectarse algunos daños en el patrimonio, pero se actualizan con poca frecuencia. Por otro lado, existen servicios comerciales de cartografía digital, pero obtener planos de toda Siria durante varios años resulta prohibitivo para un investigador. Para tener acceso a estas imágenes, el arqueólogo montó un proyecto colaborativo y logró financiación del Departamento de Estado de EEUU.
Tras hojear el estudio, Iñigo Molina, subdirector de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros en Topografía, Geodesia y Cartografía de la Universidad Politécnica de Madrid, dice a EL ESPAÑOL que "es una aplicación original, porque hasta ahora no se ha utilizado en este ámbito, que en este momento es particularmente sensible".
Muy alta resolución
Los satélites empleados orbitan a una altura de entre 400 y 700 kilómetros, y desde esa distancia son capaces de obtener una resolución capaz de identificar objetos de menos de un metro. Ahí empiezan a aparecer, ante los ojos de Casana, agujeros, montículos de tierra o guarniciones militares. Muchas de ellas están ubicadas en antiguos campamentos romanos como Apamea, al oeste del país. La lógica detrás de esto es que los promontorios en alto desde los que se domina el paisaje tienen tanto sentido en una guerra en el siglo III como en el XXI.
Los satélites están equipados con sensores ópticos de muy alta resolución espacial. "Además de la capacidad de detectar detalles finos sobre los cambios que han sucedido, tienen esa capacidad cromática que ayuda a interpretar mejor estos fenómenos", comenta Molina."No son películas fotográficas, sino detectores que registran luz y la convierten a valores digitales", añade.
Para Antonio Gutiérrez Peña, director de proyecto en la filial portuguesa de la empresa de satélites Deimos, "hay dos tipos de sensores principales: los ópticos y los radares". Los primeros son "como cámaras fotográficas, aunque en realidad operan en varias bandas, no es el rojo-azul-verde de toda la vida". Por ejemplo, el satélite de la ESA opera en 20 diferentes.
El sensor registra la luz en diferentes bandas espectrales y luego las superpone para crear las imágenes en alta resolución. Las diferencias crómaticas sirven a los arqueólogos para, por ejemplo, calcular la edad de una cata arqueológica.
Por otro lado, el sensor radar da una imagen del relieve, de lo que se está viendo. "Ya no es sólo el color, sino que te da una idea de la orografía", explica Gutiérrez Peña.
La frecuencia es clave
Con el empleo de sensores ópticos, se puede observar que un agujero y su montículo de tierra adyacente son más oscuros, por lo que se infiere que fue excavado recientemente. "Lo que se usan son series temporales, se intenta que haya imágenes del antes, el durante y el después del proceso", dice Molina, y la clave en este caso es que los satélites empleados "tienen una capacidad de revisita muy frecuente, la escala temporal a la que se mueven es muy corta". Esto significa que han presenciado un seguimiento cenital casi a diario del estado de todos los yacimientos arqueológicos del país durante más de cuatro años.
De este modo, Casana dedujo que el saqueo no es una actividad reciente en Siria o espoleada por la guerra. Es más, incluso ha descendido en frecuencia y gravedad desde que el conflicto empezó en 2011. Mientras las imágenes más tempranas mostraban una ausencia de saqueo en el 75% de los 1.289 sitios estudiados y un expolio de moderado a intenso en el 7% de los yacimientos, durante la guerra el número de sitios no saqueados aumentó al 78% y los que estaban siendo saqueados con severidad bajaron al 5%
"El truco de cartografiar la Tierra", reflexiona Gutiérrez Peña, "está no solo en ver las cosas bien, sino con una repetibilidad muy cercana, es decir, poder ver todos los cambios", y pone como ejemplo los satélites del programa Sentinel de la Agencia Espacial Europa, empleados en menesteres medioambientales y de seguridad.
Detrás de cada historia hay un hallazgo tecnológico, y para contar ésta era necesario un avance en la capacidad de procesamiento de esas imágenes generadas a cientos de kilómetros de altura, en la ionosfera, por encima incluso de la Estación Espacial Internacional. "El problema ya no es tanto la transmisión como el procesado en tierra", dice el ingeniero de Deimos. "Estamos entrando en la era del big data y hay proyectos donde manejamos volúmenes de petabytes de datos", dice.
A 700 kilómetros de altura no llega el retumbar de los morteros, los pasos acechando aldeas en la noche o los gritos de los inocentes. Pero al mismo tiempo, los datos del sensor se registran impolutos y fríos. Ajenos al alarido, ensordecedor y cegador, de la propaganda.