En estos días no hay nada más importante en la vida de Máximo Huerta (52 años) que la salud, delicada y renqueante, de su madre, Clara Hernández. La progenitora del empresario y comunicador está atravesando un período aciago, y EL ESPAÑOL ya informó hace unos días que Máximo liberó su agenda, y canceló todos sus compromisos para estar, día y noche, incondicionalmente, a su vera.
Es hijo, pero hace tiempo que Huerta ejerce también como cuidador de su madre en Buñol, Valencia, donde se instaló hace unos años para vivir junto a ella. En realidad, desde niño cuida y protege. Allí, en el pueblo valenciano, alejado de ruido mediático y el incesante bullir de Madrid, Máximo construyó una nueva vida y también el negocio de sus sueños: su maravillosa Librería de Doña Leo.
Hoy, los días de Máximo brillan un poco menos y están cargados de una pátina de lógica preocupación. Discreto como es, evita arrojar excesivos detalles de cómo se encuentra Clara Hernández: prefiere vivirlo en la intimidad, de puertas para adentro. Madre e hijo están profundamente unidos. Lo cierto es que ésta no es la primera vez que Huerta se ve las caras con la enfermedad: su padre padecía alzhéimer y falleció en 2017.
En medio de la lucha de su madre por sortear -de nuevo- las dentelladas de la enfermedad, EL ESPAÑOL hace un repaso por la dura infancia de Máximo, narrada por él mismo. En diversas entrevistas, y sobre todo durante la promoción de su libro Adiós, pequeño, Máximo se ha abierto en canal, reconociendo que su vida no fue fácil.
Adiós, pequeño, Premio Fernando Lara de Novela, fue una novela de autoficción en la que Huerta utilizó elementos de su propia realidad -los relatos de su madre- para inspirarse, pero sin llegar a ser una autobiografía. En la obra aparecen, además de su madre, otras personas clave en su vida como, por ejemplo, su padre, a quien retrata como un hombre estricto y ausente, poco dado a mostrar afecto por su familia.
"Mi padre era terco, con esa tozudez del que no cede porque cree que es menos hombre, como se decía entonces. Y fue de esos que comprendieron, herencias recibidas, que tenerle miedo al padre era igual que respetarlo", ha llegado a manifestar. Sostiene Máximo que su padre fue un hombre "complicado" y con una "masculinidad tóxica".
Hijo único, el que fuera ministro de Cultura y Deporte creció escuchando las advertencias de su madre: "Que viene tu padre, que no se entere tu padre". Su padre tenía un carácter difícil y le gustaba beber alcohol: "El sonido de las llaves lo recuerdo yo, no por el ruido sino por el silencio que generaba. A veces venía como venía. Yo me sentaba en la cocina con mi madre porque sabía que no estaba bien. Huía de mi padre y me iba a la habitación a escribir".
"Mi padre llegaba ya mal a casa cuando tenía 30. Era un caballo desbocado, sin jinete", ha deslizado en otro encuentro con la prensa.
La afición a la literatura de Huerta ha sido una válvula de escape que lo ha ayudado a escapar de una realidad dolorosa: "Yo me metía en la habitación a huir y en esa habitación construía, muy Ana María Matute, mi bosque, mis palacios, mis amigos. Los construía yo. Escribir era para mí escribir era hablar solo y no me molestaba nadie. Mi habitación estaba al fondo de un pasillo que permitía que no se oyera nada".
Defiende Huerta que el carácter protector y cuidador siempre lo tuvo, con ambos progenitores: "Debido al carácter de mi padre, que era un hombre de bar, callejero, camionero, de Farias, cero conversador, con esa masculinidad exacerbada, yo me quedaba en casa para proteger a mi madre del ruido cuando mi padre llegaba con una copa de más. Ese papel de cuidador lo he tenido siempre".
Máximo Huerta ha retratado una infancia atípica para un niño. "-Mi padre y yo- no hablábamos, tuve que entender que los te quiero eran un 'mira el aceite del coche o cambia las bujías'", expresó el valenciano en su entrevista en Chester, el programa de Cuatro. En este sentido, aseguró que sabía que su padre le ha querido pero que "nunca que me lo ha dicho": "Me he enterado por el bar. Mi madre me mandaba a buscarlo al bar".
Rememoró Máximo, en conversación con Risto Mejide (48), cómo fue ver el deterioro de su progenitor: "La vejez era dura para los dos. Yo le dije: 'Joder, papá, con la mala hostia que has tenido siempre. ¡Sube!'. No era el momento de decir eso, pero se giró y me dijo un perdón que era por toda la vida. Como con carácter retroactivo. A mí me sonó a 'hijo, perdona. Fue de verdad y a mí ya me dejó paz".
El 31 de agosto de 2017, el padre de Máximo perdió la vida a causa del alzhéimer: "Mi padre tiene alzhéimer y pequeños infartos que van minando su capacidad de movilidad. Una experiencia especialmente dura, sobre todo, cuando la enfermedad dejaba entrar momentos de lucidez: La paulatina despedida se hace lenta, dura e ingrata. Pero ahí está. A veces se cuela la luz por las rendijas", desveló tiempo antes en EL ESPAÑOL.
Silencios familiares
A lo largo de las páginas de Adiós, pequeño, además, se ahonda en los silencios, que entre los suyos han sido usados para evitar los episodios más difíciles. "Solo afloran los recuerdos que están curados; los otros, esos que escuché a oscuras, van para adentro. Y allí se quedarán",
Y remacha: "Hay un lugar en el cuerpo donde habitan controlados los fantasmas, los muertos y los dolores que siguen escociendo. Un espacio estrecho entre el pecho y el estómago que a veces se hunde porque algo se ha movido. Ay. Mamá se pone muchas veces la mano ahí, y es entonces cuando no pregunto. Silencio", se puede leer en una de las páginas.