Doña Rogelia, Daisy, el pato Nícol y el león Rodolfo se han quedado huérfanos. La voz de María del Carmen Martínez-Villaseñor Barrasa y la de sus cuatro celebérrimos muñecos se ha apagado para siempre. Una mujer creativa, "nerviosa mentalmente", como la define, al borde de la lágrima, su íntimo amigo Ángel Garó, brillante, adelantada a su tiempo y con un fuerte carácter que se vio obligada a desarrollar, según cuentan a EL ESPAÑOL personas cercanas a la ventrílocua, "porque empezó a trabajar con 16 años por los teatros de España y sin él, no hubiera sobrevivido en ese mundo de hombres".
Nacida en Cuenca en 1943, Mari Carmen implosionó en el mundo como un fenómeno inexplicable de la naturaleza. Efectivamente, siendo una adolescente, de la mano de Natalio, el padre de José Luis Moreno (76), el otro gran ventrílocuo patrio, recorrió los teatros de guiñol de nuestro país.
No tardó mucho en llegar a la televisión, la pequeña pantalla que entonces era consumida, literalmente, por todos. Más de 30 millones de personas se sentaban delante de aquel revolucionario aparato para ver Televisión Española, la única cadena que había entonces, y su producto estrella: Noche del sábado. Era principios de los 70.
No sería el único programa del ente público en el que Mari Carmen triunfó. Un, dos, tres... responda otra vez, Aplauso o ¡Señoras y señores! también contaron en sus filas con el humor tan peculiar de la conquense más popular, ya especializada como ventrílocua y con su mejor carta de presentación: sus cuatro muñecos. Tampoco se le resistió el cine, y en 1971 formó parte del elenco de La graduada, película dirigida por Mariano Ozores y protagonizada por Lina Morgan y José Luis López Vázquez.
Su trayectoria en televisión le hizo ganar mucho dinero, el suficiente como para tener en propiedad un importante patrimonio compuesto principalmente por una impresionante mansión en la urbanización Molino de la Hoz, situada en el municipio madrileño de Las Rozas; una casa en su Cuenca natal, en concreto en el casco antiguo, como puede aseverar este diario, y una en Puerto de la Cruz, Tenerife, donde este jueves 15 de junio falleció tras sufrir un infarto que le provocó una caída en plena calle. Así lo ha desvelado su hijo, Miguel Almanzor (42).
[Muere a los 80 años la ventrílocua Mary Carmen y sus muñecos como consecuencia de una caída]
"Ella ganó mucho en sus años de televisión y tenía un buen patrimonio. Iba por temporadas de una casa a otra. Mari Carmen tenía sociedades de banca privada, que es el segmento de los ricos. Era una vecina más, le encantaba tomar vinos en La Ponderosa, que es el sitio más típico y también el más exclusivo de Cuenca. Un día la vi tomando algo allí con José Luis Perales", indica a este medio una conquense que lamenta el deceso de la artista.
Puestos en contactos con Ángel Millán, dueño de La Ponderosa, confiesa que "éramos muy amigos, como hermanos. Lo primero que hacía cuando llegaba a Cuenca era venir a La Ponderosa. El taxi la dejaba directamente en la puerta. La última vez que vino fue hace dos meses porque ella vivía en Tenerife. Le encantaba pedirse una orejita a la plancha o un salmonete y un vinito. Mari Carmen ha llevado siempre a Cuenca por bandera, no por publicidad ni por nada de interés, sino porque lo sentía en su corazón. Estamos aquí desde hace más de 50 años y ella era una más de la familia. Hay tantas anécdotas... La recuerdo sentada en La Ponderosa. Llegó a tener colas de cuatro y cinco niños que le pedían autógrafos y todos se iban con su papelito firmado".
No quiere Ángel Millán dejar pasar la oportunidad sin denunciar públicamente que Mari Carmen merecía en vida un reconocimiento por parte de las instituciones públicas. "Una calle o una plaza aunque ya era hija predilecta de Castilla-La Mancha, pero ella es conquense y una conquense muy especial. Era una persona con un carácter fuerte, muy buena gente, una curranta a tope", expresa el reconocido empresario.
Otro de sus grandes amigos en vida fue el actor y humorista Ángel Garó. "Yo la admiraba de pequeño, era un referente, un icono y luego conseguí que ella también me admirase a mí", relata, con la voz entrecortada, al otro lado del teléfono. "En mayo cumplió 80 años y le envié un bouquet de rosas que duran para siempre, de un floristero maravilloso de Málaga. Me dijo una cosa y te prometo que fue así. Le gustó tanto que me dijo 'me gustaría llevármelo a la tumba'. Le dije que como volviera a decir eso le iba a pedir que me lo devolviera. Estoy muy afectado por su muerte, estoy en shock, lo siento mucho. Mi Angelo, me decía ella, o Angel -en inglés, éinyel-.
En el plano personal, vivió una historia de idas y venidas junto a su marido, Manuel Almanzor, con quien contrajo matrimonio en 1980. Mari Carmen y Manuel tuvieron un hijo en común, Miguel, quien en la noche del jueves tuvo que volar de urgencia a Tenerife al conocer la noticia de la muerte de su madre. Mari Carmen y Manuel se separaron en 1992. "No tendría que haberme casado con el padre de mi hijo si hubiera hecho caso a Ortega y Gasset. Lo dejó muy claro: 'Son muy pocos los amados y muy pocos los amantes'; y yo sigo diciendo que ni he amado, ni he sido amada, ni vosotros tampoco", declaró en una entrevista reciente en El Mundo.
Teatro, cine, televisión, libros -escribió dos: Ventana al edén (1988) y ¿Mande? Mis locas conversaciones con Doña Rogelia (2000)- y hasta canciones llegó a componer para varios grupos musicales. Sus últimos años los pasó doliéndose de su soledad y de que en Tenerife no tenía personal cualificado para cuidarla. Así lo publica 20minutos, que además añade que la humorista estaba "totalmente sola", a pesar de que su amigo Moncho Borrajo (73) vivía a unos metros de ella. Su intención era volver a su amada Cuenca el próximo mes de julio. Sólo quedaban dos semanas, pero la fatalidad se impuso.
En el recuerdo de todos quedarán las infinitas sonrisas que durante décadas arrancó a sus admiradores, niños, jóvenes y mayores. La muerte de Mari Carmen supone un golpe al imaginario colectivo, a la memoria de quienes crecieron viéndola. Con ella se van también sus incansables compañeros, sus eternos muñecos, símbolos indelebles de nuestro entretenimiento.