La suya es una carrera polifacética. Como escritora y, sobre todo, como actriz, Judi Dench (88 años) ha alcanzado un reconocimiento más que notable. Ha sido su buen trabajo en papeles relacionados con las obras de William Shakespeare donde la intérprete inglesa ha encontrado su mejor hábitat a la hora de colocarse frente a las cámaras.
Sus primeros pasos los dio en el mundo del teatro. Así, sin prisa pero sin pausa, se fue ganando el reconocimiento de público y la crítica, cimentando una reputación profesional que le acabó abriendo las puertas de la gran pantalla. Dench ya había mostrado su talento en algunos largometrajes cuando en 1995 su nombre se hizo mucho más familiar para los cinéfilos al interpretar a M en una de las entregas de James Bond, Goldeneye.
Tras ese éxito, la actriz de York ha ido encadenando galardones. A saber: seis premios BAFTA, dos Globos de Oro y, especialmente, un Oscar por su labor en Shakespeare in love. Esa estatuilla llegaba en 1998, cuando la actriz tenía 63 años, lo que viene a refrendar que su carrera se ha ido cocinando a fuego lento. Sin embargo, aunque su pasión por el mundo actoral sigue intacta, recientemente Judi Dench era noticia por un asunto preocupante: la actriz reconocía que aprenderse papeles se había vuelto "imposible" por una cuestión de salud.
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Parecía ser un problema creciente, ya que el diagnóstico lo había revelado la misma actriz en 2012: degeneración macular. Se trata de un trastorno en el ojo que va afectando a la vista y complicando tareas como la lectura. En concreto, la degeneración macular consiste en la alteración de una parte central de la retina conocida como mácula. El problema proviene de la afectación de los vasos sanguíneos encargados de irrigar a la mácula.
Como bien explicó Dench, aunque el origen de la degeneración macular no está claro, sí se ha identificado a la edad como uno de los factores de riesgo. De hecho, suele ser muy común que los pacientes con este tipo de diagnóstico estén por encima de los 60 años. Entre los síntomas más habituales, además de la pérdida de visión, están la aparición de manchas negras en el campo de la imagen o la visión distorsionada de los objetos.
A pesar de ser muy molesta, la degeneración macular no acaba convirtiéndose en una ceguera total, toda vez que, salvo la parte central, la retina sigue teniendo un funcionamiento óptimo, por lo que permite al paciente tener cierta autonomía en espacios conocidos, como puede ser el hogar o sus calles más próximas.
En cuanto a la tipología, los oftalmólogos diferencian entre degeneración macular seca, caracterizada por una atrofia de la zona macular, y la degeneración macular húmeda, de evolución más rápida y peor pronóstico. Esta última se suele definir por la acumulación de líquido justo debajo de la propia mácula.