Los bodegueros riojanos de toda la vida estaban completamente confusos. Arrancaba la década de los noventa y una denominación de origen nueva, Ribera del Duero, estaba creciendo en todas partes quitándoles cuota de mercado. “Bueno, decían algunos, toda Ribera entera entra en los depósitos de una de las grandes firmas de Rioja”. Pero había inquietud.
Rioja, la denominación de origen de tintos que dominaba, y además de forma escandalosa, el consumo de vinos en el país, estaba siendo atacada, como en el teatro, por el público y la crítica; eso sí, exceptuando unas cuantas firmas, generalmente históricas y centenarias.
El público más ilustrado empezaba a consumir Ribera del Duero, donde además ya se dirigían potentes inversiones. Y la crítica era implacable: qué si los riojas eran carrileros, todos iguales, maderizados en nariz, bajos de color, ligeritos en boca, mientras la competencia del Duero eran vinos muy frutales, de alta capa de color, con estructura y potencia en boca. Diferentes y ricos.
El futuro de una histórica Rioja
Y concretamente por esa época, a principio de los noventa, apareció un vino, Barón de Chirel 1986, precisamente de la centenaria bodega de Elciego en Álava, Herederos del Marqués de Riscal, moderno, elegante, con fuerza, capaz de mirar a los ojos a cualquiera. La primera gran reacción que tenía Rioja. Inmediatamente después aparecerían La Vicalanda de Viña Pomal, de Bodegas Bilbaínas; y Dominio de Conté, de la extinta Bodegas Bretón, que siguieron por la misma senda.
La respuesta se ampliaba. Luego los bodegueros alaveses dejaron de vender vino de cosechero, y se lanzaron por la misma línea: fruta, color y estructura, y así nacieron los Ramírez de Ganuza, Luis Cañas, Eguren…; y luego por todas las zonas, lo que ya definitivamente pusieron a Rioja, de nuevo, en el sitio que les correspondía.
Lo curioso es que Barón de Chirel, el innovador vino, no procedía de una bodega moderna; sino de una fundada en 1858 que, junto con Marqués de Murrieta, fueron los grandes predecesores de los vinos de esa tierra, mucho antes que surgieran la lista de bodegas centenarias, que se fundaron al calor de la plaga de la filoxera en Francia, en varios sitios, pero fundamentalmente en el Barrio de la Estación de Haro.
La Diputación de Álava y Marqués de Riscal se trajeron de Francia, concretamente del Medoc, en Burdeos, a Jean Pineau, un gran experto, al que por cierto hubo que triplicarle el sueldo que ganaba en su país para que se viniera, y que reprodujera aquí, los vinos de su zona. Pineau se trajo también cepas de su país, entre ellas la cabernet sauvignon, que en un pequeño porcentaje se utilizan para el Barón de Chirel.
El Consejo Regulador de la Denominación Origen calificada Rioja en su primer reglamento de 1928 prohibía, y prohíbe, la utilización de variedades foráneas para los tintos. Barón de Chirel es una excepción, porque, claro, las cepas estaban ahí sesenta años antes de que saliera el reglamento. Cumplidores en Riscal, al definir las variedades que contiene la botella ponen: tempranillo y “otras”.
Barón de Chirel Gran Reserva del 2018
Desde su aparición este vino ha sido la estrella de la bodega. Acaba de salir al mercado el nuevo Barón de Chirel Gran Reserva del 2018, con dos años y medio de crianza en barrica y tres años más en botellero. Hay que dejarlo abrir con tiempo, y si se puede, decantarlo y que repose un buen rato.
Al llevarlo a nariz se nota una gran intensidad aromática, una explosión de matices frutales muy elegantes, hay toques minerales, balsámicos, recuerdos ligeros de la madera de crianza. Al llevarlo a boca te das cuenta de que es casi un jovenzuelo, que tiene muchísima vida por delante; y a la vez aparece concentrado, opulento, muy redondo y equilibrado, muy largo y muy rico. P. V. P. 56´50 euros.
Es agradable comprobarlo. La bodega más antigua que embotella en Rioja, estaba, y sigue, en la cabeza de la innovación.